Hoy me ha venido a la cabeza algo bastante concreto: la forma que los estados, sus gobiernos, tienen de intentar limitar el alcance de la irracionalidad más profunda que a día de hoy convive con el ser humano. Por poner un ejemplo, llegamos a la situación de querer terminar con ciertas ideas limitando el acceso a los medios, impidiendo que cualquier persona pueda acceder a contenidos que puedan ser hirientes para las sensibilidades más reactivas.
La solución no es esa. Cuando el uso de algo se prohíbe sin llegar a comprender las verdaderas causas que las personas que lo utilizan tienen para hacerlo, lo único que conseguimos es darle más credibilidad y legitimidad, inyectarles fuerza a aquellos que ya se ven como luchadores de su particular guerra santa, pero no llegaremos a ver cómo disminuye un sentimiento. Tan sólo quitaremos posibilidades a la mayoría, a todas y cada una de las personas que deciden hacer un uso privado y particular de aquello que viene siendo, por poner un ejemplo, internet.
Un caso concreto. Alguien se dedica a colgar ciertas fotos comprometidas, mensajes que pueden incitar al odio, a la violencia, o a hacer apología de ciertas ideas, digamos, no demasiado humanitarias. El Estado se da cuenta de que los mensajes que ahí aparecen no deberían estar a disposición de la mayoría y, en consecuencia, bloquea la página.
Ya está. Muerto el perro se acabó la rabia. ¿Problema resuelto? Lamentablemente no. Sí que es cierto que ese sitio web no estará disponible, pero otros surgirán, y la curiosidad de aquellos que buscan ciertos contenidos les llevará finalmente a encontrarlos. Así, ¿hasta cuándo? ¿Hasta que lleguemos a un punto en el que prácticamente todo esté censurado, hasta que no podamos hacer absolutamente nada sin que tengamos que dar explicaciones de todo?
Bienvenidos a la sociedad, queridos amigos. Llegamos a un punto crucial y peligroso, pues esas normas fundamentales que han de regir los estados pueden ser un arma de doble filo si no se hace buen uso de ellas, o aquellos que las redactan persiguen fines que, mayoritariamente, benefician a unos pocos, o a esos que suscriben.
Las normas son necesarias, es una realidad, y han de ajustarse al respeto a otros seres humanos y al medio en el que vivimos. Esas deberían de ser las directrices fundamentales, y en base a ello actual en consecuencia. Ahora bien, ¿es lícito impedir que una sociedad acceda a cierta información porque puede ser que induzca este hecho a los individuos a cometer actos que vulneran el fundamental respeto a las personas? O por el contrario, ¿debe ser un “todo vale”? Nada más lejos de la realidad.
Sería una utopía el pensar que en la red, al igual que en la vida real de a pie, podríamos convivir todos de forma pacífica sin ningún tipo de legislación, pues deberíamos partir de la base de que cada uno de los individuos que conformasen la sociedad habrían adquirido una serie de valores que les obligaría a actuar en base a los mimos, y éstos serían comunes y basarían su ser en el respeto a los demás. Pero a día de hoy eso no es así, a día de hoy perviven en el colectivo creencias que otorgan a aquellos que se las autoimponen un poder sobre el resto, una verdad absoluta que justifica sus actos. Al menos a su modo de ver las cosas. Pero, un momento, ¿estoy cayendo en la idea de la censura, en el pensamiento de que yo como ente encargado de asegurar la pacífica convivencia me atribuyo de igual modo la capacidad para limitar el acceso a la información de las personas? Sí, eso está pasando, y en eso precisamente se fundamentan las decisiones motivadas por la idea de que es necesario que la sociedad no conozca ciertas cosas.
Señoras y señores, me temo que así no vamos a ninguna parte. La opacidad lo único que genera es ignorancia y desconocimiento. La oscuridad no nos revela absolutamente nada de cuanto hay al otro lado. Contra la barbarie no se lucha escondiéndola, sino mostrándola, pues el pueblo podrá comprobar una realidad que le es coetánea. ¿Acaso pensamos que quien piense de una determinada manera dejará de hacerlo si le ponemos más difícil el acceso a la información? ¿Acaso quien fuma hierba no la consigue de forma ilegal? ¿Acaso no han oído hablar de la red TOR?
El camino no es la oscuridad, sino la luz.
El camino es el conocimiento, airear la verdad que se esconde tras ideologías pretéritas, salvajes, pero que con fuerza siguen conviviendo con nosotros, al menos con algunos de nosotros.
No podemos caer en el error más frecuente que hemos caído siempre. La prohibición no es ninguna solución. La prohibición tan solo ‘jode’ a la mayoría.
Y en cuanto a ciertas medidas, a esas que atentan contra la libertad de expresión, me temo que tenemos que tener bien claro en el lugar en el cual queremos posicionarnos.