Mi admirado David Anisi, que en paz descanse, si es que hay vida después de la muerte, y si no que viva su memoria a través de sus libros, analizaba en uno de sus muchos y fantásticos ensayos económicos la diferencia primordial que existe entre mercado y democracia, y la razón por la que nunca llegarán a llevarse bien.
En la democracia cada persona tiene derecho a un voto, por lo que todos somos iguales y tenemos el mismo poder por el mero hecho de existir. Sin duda, es el régimen más igualitario de todos y el ejercicio de la misma es un acto de equidad para las sociedades.
En el mercado, por el contrario, cada euro tiene derecho a un voto, por lo que no existe la equidad. Tienen más poder los que más dinero tienen y los que carecen de él quedan marginados a sufrir las consecuencias de las decisiones de otros ante las que nada pueden hacer más que observar.
Por tanto, el mercado, en sí mismo, es pernicioso en cuanto a su falta de equidad al otorgar más poder a unos que a otros. Una falta de equidad en la que hemos venido redundando en las últimas décadas hasta lograr dotar al mercado de poder absoluto sobre la democracia.
En estos últimos meses lo hemos visto una y otra vez. Como gobiernos elegidos democráticamente en las urnas, de manera equitativa, se pliegan ante los intereses crematísticos del mercado dejando de lado a aquellos que los eligieron libremente por razones de ideología, simpatía o mal menor.
Estamos viviendo, por tanto, la prostitución de la democracia que ya no sirve más que para contentar la conciencia de las sociedades y fingir que son ellas las que eligen el poder. Puede que el nombre de los gobernantes surja de las urnas, no lo dudo, pero el poder, el verdadero poder, surge del mercado, y ahí poco, o nada, tienen que hacer los ciudadanos.
Los gobiernos de los países occidentales han fracasado de manera estrepitosa en el control del poder del mercado. Durante las dos últimas décadas el crecimiento de la especulación, de los movimientos de capital a corto plazo y de la economía sin escrúpulos ha sido de una gravedad tal que ahora mismo ya nadie puede dominar «a la bestia».
El mercado ha doblegado a la democracia, y por ello los gobiernos realizan reformas a su dictado y ya no buscan contentar a sus electores, sino a los que realmente les mantienen en el poder, los que más votos tienen en el mercado, no en la democracia.