¿Dragolandia? No. Tontolandia, Horterolandia o Giliportalandia. Cualquiera de esos topónimos serviría para poner nombre a la España de nuestros días. O lo que es peor: al mundo entero.
Ejemplo y símbolo de ese proceso de decrepitud, infantilismo generalizado, imbecilidad senil y zafarrancho universal de cursilería podría ser la llamada cocina creativa, que ni es creativa ni es cocina. En eso, como en tantas otras memeces, Vandalia se lleva la palma.
No hay tonto más listo que Ferrán Adriá (aunque los pinches de su legión de marmitones no le vayan a la zaga) ni tontos más tontos que quienes le ríen las gracias, le invitan a dar conferencias vestido de mona, le imponen medallas de oropel y se desplazan hasta un lugar perdido de la costa del Ampurdán para salir de ‘El Bulli’, adonde nunca iré ni aunque me lo pida el Papa, con los jugos gástricos alborotados por la química, más hambre que un refugiado de Darfur y menos cuartos en la cartera que un mendigo de las escalinatas del Ganges a su paso por Benarés.
Me entero por la prensa de que en la ópera de París han estrenado una pieza musical titulada Le livre des illusions (¡y tanto!), inspirada en las creaciones de Ferrán Adriá, compuesta por un tal Bruno Mantovani y dividida en treinta y cinco movimientos que se corresponden con otros tantos platos del presunto cocinero, contra el que nada tengo, excepto lo que cocina.
En el menú de la opereta figuran lindezas tales como ‘caviar de caracoles’, ‘fresas al vinagre de jerez’, ‘anchoas a la flor de albahaca’ y ‘merengue de remolacha al yogur’.
¡Merengue de remolacha al yogur! ¡No te jode! Y perdonen ustedes lo grosero de la expresión. No se me ocurre frase más apropiada para describir lo que en mi cerebro hierve y en mi estómago ruge.
Esos eran los únicos platos que citaba el suelto de prensa en cuestión. Imagínense, conteniendo no sé si las náuseas o la risa, cómo serían los restantes.
Cuando me invitan a dar una conferencia o a intervenir en cualquier bolo de esos que las instituciones inventan para que no se mueran de hambre (¿en El Bulli?) las gentes de pluma sólo pongo, emolumentos aparte, dos condiciones.
A saber… Primera: que no me lleven a restaurantes de cocina creativa. Segunda: que no me alojen en hoteles de diseño.
De los diseñadores hablaré otro día. Ahora me voy a tomar un chocolate con porras a la churrería de la esquina. ¿Y qué tal, para el almuerzo, unos callos a la madrileña precedidos por una tacita de gazpacho y rematados por arroz con leche?