Economía

Mirándonos el ombligo: Un empresario desesperado

Por circunstancias de la vida y de mi demencia no diagnosticada hace un tiempo me embarqué en una aventura empresarial con la idea de conseguir algo a lo que poder llamar propio y tener la libertad de decisión sobre mi futuro. Como socialista reconvertido que me considero desde un principio aposté claramente por un ambiente de trabajo y unas relaciones laborales suaves y flexibles para mis trabajadores con el objetivo de organizar un centro de trabajo sin grandes pretensiones pero sí con un futuro en el que desarrollarse.

Pero hete aquí que cada día me encuentro con una sorpresa mayor en lo que se refiere a los trabajadores, los que trabajan, quisieron trabajar o ya no quieren trabajar conmigo. Sé a ciencia cierta que los puestos de trabajo que ofrezco no son la panacea, pero los requisitos exigidos tampoco lo son, y sí estoy seguro de que el salario ofrecido, el que fija el convenio en cuestión, es suficiente como para servir de apoyo o para desenvolverse en una ciudad como Salamanca, sin poner problemas, por supuesto a que los trabajadores de mi empresa puedan contar con otro puesto de trabajo, adaptando su horario lo que sea necesario para que puedan compaginarlo de manera adecuada.

Parece, por tanto, que yo no hago nada incorrecto. Entonces, me encuentro con que en más de una entrevista se me ha explicado con una argumentación tan cínica como nauseabunda que prefieren apurar su subvención, subsidio o llámalo como quieras, ya que de esa manera al menos están en casa y no tienen que trabajar. En otras ocasiones algunos trabajadores potenciales no han dudado en marcarme unas pautas establecidas en cuanto a trabajo, horarios y responsabilidades, aún antes de empezar a trabajar.

Pero no sólo eso. Bajas que se alargan de manera notoriamente artificial, trabajadores con un concepto «funcionarial» de la vida (si no me han dicho que haga eso, ¿por qué lo voy a hacer?), o personas que realizando reiteradamente mal su cometido laboral, reconocido por sus propios compañeros, se sorprenda airadamente de la extinción del contrato laboral o de la no renovación del mismo.

No es bueno generalizar, y yo no generalizo, simplemente hablo desde mi experiencia personal con casos concretos que puedo documentar ante cualquier persona que así lo requiera, y me llena de frustración el pensar que todas estas personas que se niegan a sí mismas un futuro laboral estable el día de mañana aparezcan en cualquier documental demagógico y populista clamando contra las circunstancias que le mantienen en situación de desempleo, o que reclamen a Papá Estado un subsidio que va a salir del incremento impositivo a mis trabajadores y a mi persona.

Dicho lo cuál, y para que conste en acta la ausencia de perversidad de mi discurso, sí que cuento con un grupo de trabajadores que desempeñan su labor a plena satisfacción y todavía no les he oído quejarse de que les fustigue con el látigo de la opresión capitalista. Son personas con la madurez necesaria como para apostar por la estabilidad laboral y por entender que sus intereses convergen con los míos, y viceversa.

Algo se está haciendo mal en la sociedad española en lo que se refiere a las relaciones laborales. La inmensa mayoría de los empresarios españoles son gente como yo, luchadores que sólo quieren salir adelante de la mejor de las maneras posibles sin saber nada de las grandes multinacionales, los grandes convenios colectivos o la lucha de clases.

Bajo el corsé de lo políticamente correcto tendemos a extender el Estado del Bienestar de una manera negativa, generando incentivos a la pasividad. No es problema del concepto de subsidios o subvenciones, sino de la falta de criterio y de supervisión a la hora de su otorgamiento, de forma que quien realmente los necesita no los recibe por culpa de un grupo de ladrones sin ética alguna.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.