Hoy en día, en la mayoría de los países la remuneración del profesorado de la enseñanza pública es semejante a la de cualquier otro funcionario con el mismo nivel de titulación. En el caso de la enseñanza privada los profesores ganan más que los de la enseñanza pública en algunos países y en otros bastante menos. Por lo tanto, el hecho de que las actuales escuelas sigan funcionando apoyándose en rutinas y en mitos no parece razonable imputarlo al bajo salario del profesorado. Tampoco parece lógico echarle la culpa al bajo nivel de formación del profesorado, pues hoy en día ese nivel es equivalente al grado universitario que se exige a los profesionales de nivel superior. Hoy disponemos de abundantes datos que demuestran que la formación del profesorado, el modo de reclutarlo, el salario y los incentivos para ascender y mejorar su carrera profesional son variables muy poderosas cuando se conciben y aplican de una determinada manera, y nulas cuando se entienden de otra. Dado que la variable asociada con el profesorado que más controversia ha generado en los últimos años ha sido la relacionada con su salario, me ceñiré solo a dicha variable.
Todas las estadísticas internacionales muestran que el promedio salarial del profesorado español no universitario es superior al de Europa y, sin embargo, los resultados españoles en las evaluaciones efectuadas por la OCDE (informes PISA) son de los más bajos. Otra peculiaridad de España es que la diferencia salarial del profesorado español entre el momento en que empieza a trabajar y el de su jubilación es ínfimo (en la enseñanza pública el salario inicial se deriva de la asignación de un determinado nivel, y se termina con el mismo nivel después de cuarenta años de dedicación docente). Ese modelo muestra que no existen incentivos económicos derivados de la consecución de determinados objetivos y que, por lo tanto, esa pequeña diferencia se debe única y exclusivamente a la antigÁ¼edad (trienios, quinquenios, etc.). Hoy son muchos los expertos que opinan que dicho modelo va anulando poco a poco la motivación del profesorado para ser mejor, ya que los profesores saben que van a ganar el mismo salario los colegas más comprometidos con la innovación y el desarrollo profesional que aquellos otros que se limitan a vegetar. Con el fin de evitar controversias ideológicas, trataré de centrarme únicamente en los resultados de la investigación existente sobre ese controvertido tema, dejando de lado las opiniones filosóficas y políticas.
En nuestro país la revisión más completa de los estudios que han tratado de comprobar el efecto que tiene el salario del profesorado en el rendimiento académico de los alumnos ha sido la efectuada por Escardibul y Calero (2013). Dichos autores encontraron que en la investigación más rigurosa y extensa sobre este tema, realizada en los Estados Unidos, en el 73% de los casos la variable salarial asociada al profesorado no resultó significativa, en el 20% se comprobó que influía positivamente y en el 7% restante incidía de forma negativa. En estudios semejantes, llevados a cabo solo en un estado, en el 54% de los casos el salario del profesorado tenía una incidencia neutra, en el 31% resultó positiva, y en el 15% negativa. Aunque en la práctica totalidad de los estudios el porcentaje de incidencia no significativa es mucho más elevado que el de la significativa, ambos autores hacen notar que en esos análisis se utilizaron muestras con escasa variabilidad en el salario del profesorado, lo cual impide conocer los posibles efectos que hubieran resultado si las diferencias entre el salario de unos y otros profesores hubieran sido más extensas. En los pocos estudios existentes donde ha sido posible contar con muestras en las que las diferencias salariales eran significativas a nivel estadístico, los resultados indican que los estudiantes que obtienen un rendimiento académico más elevado son los que están con los profesores de mayor salario.
Escardibul y Calero citan también un estudio comparativo, realizado en diversos países, en el que los resultados muestran que el salario del profesorado, dentro de ciertos umbrales, no incide en el rendimiento académico de los alumnos. Sin embargo, en otro estudio semejante resultó que el salario del profesorado es una variable muy relevante en el rendimiento académico del alumnado. Es decir, a medida que el salario es más elevado, el rendimiento académico mejora en todas las disciplinas analizadas (matemáticas, ciencias y comprensión lectora) y lo que es más importante, los resultados indicaron que esa mejora fue muy persistente en los casos en que coincidió que, durante el período de la investigación, aumentó el salario de los profesores participantes en la misma. Un aumento del 10% en el salario del profesorado incidía positivamente en el rendimiento académico de los estudiantes entre un 5% y un 10%. Ese mismo efecto positivo fue hallado en una investigación reseñada por dichos autores, que se realizó en la India, pero curiosamente en este caso el efecto positivo solo se producía en los centros privados y no en los públicos.
El argumento que ofrecen Escardibul y Calero para interpretar esos resultados tan contradictorios es que en todas esas investigaciones que revisaron, el salario del profesorado no estaba ligado a la consecución de determinados objetivos. Es decir, en esos estudios las diferencias producidas por las subidas salariales eran debidas exclusivamente a la mayor o menor antigÁ¼edad en la profesión, o al hecho de dar clase en diferente ciclo o etapa. Para comprobar si esa hipótesis interpretativa era correcta, ambos autores revisaron otros estudios en los que las subidas salariales estaban ligadas a la consecución de determinados objetivos (performance related pay), evaluados por expertos externos. Los resultados que obtuvieron fueron éstos: en los sistemas escolares donde el modelo salarial era éste, el rendimiento académico de los alumnos, medido a través de las pruebas PISA, era un 24.8% superior al de los sistemas tradicionales en la prueba de matemáticas y de lectura, y un 15% superior en la prueba de ciencias. Aunque hubo algunas diferencias en los porcentajes comprobados en estudios realizados en Israel, India y Reino Unido con respecto a los mencionados de Estados Unidos, la tendencia fue la misma en todos los casos. No obstante, dichos autores hacen esta interesante constatación: los incentivos salariales del profesorado solo tienen incidencia significativa en el rendimiento de los escolares si son individuales y selectivos (es decir, si se dan únicamente a aquellos profesores y profesoras que se comprometen en determinados proyectos y si obtienen objetivos muy concretos); por el contrario, cuando se generalizan a la práctica totalidad del profesorado se vuelven ineficaces.
O dicho de otra manera, el salario del profesorado es una variable mucho más relevante que la ratio alumnos-profesor para la mejora de la calidad escolar, siempre y cuando dicho salario conste de una parte fija y de otra variable (incentivos), que se otorga a los profesores en función de que cumplan una serie de objetivos fijados por la administración en el caso de la enseñanza pública, o por la empresa contratante en el caso de la enseñanza privada. A partir de un mínimo salario fijo, más o menos equiparable al del resto de profesionales con el mismo nivel de titulación, los sucesivos aumentos de ese salario no poseen efecto alguno sobre la mejora de la calidad escolar cuando van ligados exclusivamente a la antigÁ¼edad (trienios, quinquenios, etc.). Para que el salario del profesorado resulte relevante en la mejora de la calidad del sistema educativo es necesario que existan evaluaciones externas periódicas de la labor docente y que el tamaño de los aumentos dependa de la superación de ciertos resultados en la evaluación. Incluso es fundamental que, en el caso de que no se superen unos niveles mínimos, el profesorado pueda ser amonestado.