LA ESCUELA SUSTENTADA EN OBSOLETOS MITOS (11)
PRIORIZACIÁN DEL QUÁ‰ EN PERJUICIO DEL CÁMO
Uno de los rasgos más característicos de la escuela tradicional ha sido (y es) tratar de que los alumnos aprendan los contenidos impuestos por quienes controlan y ejecutan las políticas educativas, sin importar si los comprenden o no. La única preocupación es que los alumnos puedan vomitarlos de la forma más exacta posible en los clásicos exámenes memorísticos. Como consecuencia de esa imposición política, lo normal es que en los mismos días del año y en las mismas horas del día todos los profesores de una determinada etapa, ciclo, nivel, o curso, estén enseñando lo mismo y en buena medida del mismo modo. Como consecuencia de esa imposición política, lo habitual es que la práctica totalidad del profesorado de un país imponga a sus alumnos los contenidos que vienen marcados en el currículum obligatorio, sin reflexionar si esos contenidos son apropiados para cada nivel y, sobre todo, si interesan a los niños o si dejan de interesarles. Es decir, lo verdaderamente importante es que los alumnos engullan esos contenidos en el tiempo que exige la ley, aun a costa de su integridad cognitiva y conductual. O dicho con otras palabras: se prioriza el qué en detrimento del cómo.
Esa extremada preocupación por intentar enseñar a los alumnos unos determinados contenidos pudo estar justificada en las épocas en que la única información que recibían los niños y jóvenes era la que provenía de los colegios. A su vez, en favor de la priorización del qué sobre el cómo se argumentaba que el número de años de la escolarización obligatoria era muy corto y porque, además, eran muy pocos los adolescentes que continuaban en las escuelas después del período obligatorio. Hoy esos argumentos no tienen ninguna justificación, no solo porque toda la información que puede recibir un alumno a lo largo de su periplo escolar (desde preescolar hasta la universidad) está disponible, de forma gratuita, en internet, sino también porque el conocimiento científico evoluciona a pasos tan agigantados que es muy probable que lo que un alumno estudia hoy en las escuelas no le valga para nada cuando termine su escolarización. ¿Quiere ello decir que en las escuelas no deben enseñarse ningunos conocimientos? Es más que evidente que esa conclusión es falaz. Ayer, hoy y mañana las instituciones donde los niños y jóvenes tienen que aprender conocimientos son los colegios, aunque es absolutamente cierto que hoy en día han perdido el monopolio de la función de enseñar.
En un mundo tan cambiante como el actual, tanto en lo que respecta a los saberes científicos como a las competencias que cualquier persona requerirá para desenvolverse socialmente con un mínimo de éxito, el papel del profesorado tiene que ser bien diferente al que tuvo hace no demasiados años. De ser un mero transmisor de conocimientos, tiene que convertirse en un experto en el uso de las tecnologías susceptibles de facilitar a los alumnos el acceso a las bases de datos, en un excelente gestor de grupos y, sobre todo, en un experto en neuropsicología del aprendizaje. En las escuelas tradicionales, construidas sobre mitos, podría decirse que los alumnos aprenden a pesar del profesorado, no por la incompetencia del mismo sino por la nula autonomía que le concede el currículum oficial y obligatorio. En cambio, en las escuelas inteligentes los alumnos aprenden porque el profesorado les facilita el acceso a la información, sabe cómo ayudarles cuando tienen algún problema y usa métodos basados en los principios didácticos que se derivan de los descubrimientos científicos sobre el funcionamiento del cerebro en el proceso del aprendizaje.
No existe una definición única y precisa de lo que es una escuela inteligente, aunque todos los expertos están de acuerdo en que es una institución capaz de autorregularse en función del análisis comparativo que hace entre el tipo de inteligencia de cada alumno y las necesidades del medioambiente. Según Perkins, una escuela inteligente es un lugar informado y dinámico donde se promueve el aprendizaje reflexivo en lugar del aprendizaje pasivo. De acuerdo con dicho autor, las escuelas inteligentes son aquellas en las que el trabajo en equipo del profesorado, colaborando activamente con las familias, es capaz de conseguir alumnos críticos y con competencias modulares que les permitirán acomodarse a las cambiantes necesidades sociales, culturales y económicas que conlleva la sociedad del aprendizaje. En las escuelas inteligentes, los profesores, además de enseñar contenidos en las respectivas materias de su competencia, dedican la máxima atención a la transformación del currículum oficial que les imponen las leyes en un metacurrículum, utilizando para ello modelos didácticos que tienen como base la enseñanza de heurísticos, los cuales si están basados en los descubrimientos científicos de la neuropsicología del aprendizaje, conferirán a los alumnos la capacidad de aprender por sí mismos a lo largo de toda su vida.
La defensa de un modelo de escuela semejante al que acabo de esbozar, en sustitución de la escuela tradicional basada en obsoletos mitos, ha sido una constante a lo largo de la historia. Por otra parte, hoy en día hay algunos estudios que han demostrado que el funcionamiento de las escuelas inteligentes es más barato que el de las escuelas tradicionales. Por ello, resulta inexplicable que los gobiernos no favorezcan la creación de este tipo de escuelas. Quizás el único motivo sea que siguen pensando que el objetivo principal de las escuelas es la formación de jóvenes acríticos, susceptibles de aceptar sin rechistar las condiciones de trabajo que imponen las multinacionales e incapaces de rebelarse contra las injusticias sociales.