La escuela sustentada en obsoletos mitos (4): Ratio fija alumnos-profesor
Probablemente, el mito educativo que más repercusión social ha tenido sea éste.
Desde que se generalizó la obligatoriedad de asistir a la escuela entre un umbral mínimo y otro máximo de edad, el profesorado ha luchado, bien de forma individual bien de forma colectiva a través de los sindicatos, para conseguir tener menos alumnos a los que atender.
En esa lucha el profesorado siempre ha tenido el apoyo de las familias, fenómeno poco frecuente dados los intereses divergentes de ambos colectivos.
El argumento que se ha vendido para defender un menor número de alumnos por profesor es que mejorará la calidad educativa al poderse personalizar el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Las organizaciones sindicales, además de esa argumentación, defienden que la bajada de la ratio alumnos-profesor propiciará la contratación de un mayor número de docentes, lo cual hará descender las cifras de desempleo de estos profesionales, obligará a una mayor inversión económica en educación y, paralelamente, dinamizará la economía al tener que construirse más colegios y más aulas.
La ratio alumnos-profesor suele ser entendida de tres maneras
a) como el resultado de dividir el número de estudiantes de un país (o de un colegio), matriculados en un determinado nivel de la enseñanza, por el profesorado existente en ese nivel;
b) contando el número de alumnos que tiene asignados cada profesor (no se olvide que en la enseñanza secundaria y en la universitaria el profesorado imparte docencia en varios cursos);
c) contando el número de alumnos que hay en cada aula. Por razones de espacio y de simplicidad, en este artículo solo me refiero al número de estudiantes por aula.
Según los datos referidos al año escolar 2013-2014, esa ratio en España es de 22,1 en la enseñanza primaria y de 24,6 en la enseñanza secundaria obligatoria (promedio del conjunto de la enseñanza obligatoria: 23,3), algo más baja que la media de los países de la Unión Europea (25,7).
Otro dato que diferencia a España del resto de los países europeos es que en éstos el número de alumnos por aula es bastante más elevado en la enseñanza pública que en la privada, justo al revés que en nuestro país (en primaria la media de las escuelas públicas es 19,8 y la de las escuelas privadas es 24,5; en la enseñanza secundaria obligatoria la media de las escuelas públicas es 23,5 y la de las escuelas privadas es 25,8).
No cabe ninguna duda de que si la ratio alumnos-profesor fuera una variable determinante de la calidad de los centros escolares, España tendría que estar a la cabeza de Europa y, sin embargo, los resultados de las evaluaciones externas demuestran todo lo contrario.
Para conocer el efecto que la ratio alumnos-profesor tiene en la calidad de los centros escolares existen bastantes investigaciones y en lo que suelen coincidir sus autores es en que el rendimiento académico de un aula con menos de treinta alumnos no es superior al de otra con treinta, siempre y cuando que la procedencia sociocultural del alumnado de ambas clases sea semejante y que los recursos materiales y personales sean más o menos iguales.
Puesto que no disponemos de datos procedentes de centros con más de 40 alumnos por aula, la única conclusión lógica que cabe extraer es que dentro de ciertos umbrales (por ejemplo: entre 35 y 20 niños por clase) no es posible evidenciar diferencias de rendimiento académico, o cuando la hay es muy volátil, ya que desaparece a medida que se asciende de grado.
Solo aparecen resultados favorables para los colegios con un bajo número de alumnos por aula en comparación con el de aquellos otros que tienen una ratio más elevada, cuando en los primeros los estudiantes proceden de clases sociales más elevadas y, a su vez, cuentan con mayores recursos.
En resumen, con los datos de que se dispone actualmente es demagógico solicitar unas ratios más bajas argumentando que con ello se elevará la excelencia de los centros escolares.
En el mejor de los casos, esa reivindicación evidencia un desconocimiento supino de cuáles son las variables más decisivas para lograr la mejora de la calidad de los sistemas educativos.
Por otra parte, no hay que ser muy expertos para darse cuenta de que defender una ratio fija alumnos-profesor para la gran variedad de actividades pedagógicas que se llevan a cabo a lo largo de cualquier jornada escolar es un gran disparate. Hay actividades en las que una sola profesora, o profesor, puede atender perfectamente a 100 estudiantes, y otras en que 10 alumnos pueden constituir una cifra excesiva.
Por fortuna, disponemos desde hace mucho tiempo de experiencias pedagógicas basadas en la flexibilización de las ratios, que han demostrado ser muy eficaces para mejorar la calidad de los centros escolares, y para personalizar la enseñanza en función de las necesidades de cada alumno.
El profesor García Hoz, hace casi cincuenta años (1970), daba los siguientes argumentos en defensa de las ventajas que suponen las ratios flexibles en función de cada tipo de tareas a realizar. Frente a los posibles slogans de pocos alumnos por clase, hay que decir que una buena enseñanza no radica en el hecho de que haya sólo 15, 20 o 25 alumnos en un aula, sino en la posibilidad de que cada alumno pueda, en ocasiones, trabajar individualmente, en otras realizar trabajos en colaboración con grupos pequeños, y en otras beneficiarse de una acción colectiva de mayor amplitud.
Frente al principio de la ratio única ha de establecerse el de la flexible; es decir, una organización de las actividades escolares que permita a los alumnos sacar el mayor partido posible de su trabajo individual en diferentes clases de grupos.