Monarquía y Casa Real, están padeciendo uno de sus peores momentos y con expectativas de ir a peor, tal como refleja la encuesta de Sigma Dos publicada en el Diario EL MUNDO el pasado día 3. Con posterioridad, el último de sus desdichados acontecimientos, lamentablemente, fue protagonizado por Don Juan Carlos, al dar lectura de su discurso con motivo de la celebración de la Pascua Militar, trastabillando, nervioso y cambiando incluso algunas palabras del mismo. Todos los asistentes al acto, en su mayoría militares, pasaron muy mal rato observando la manifiesta ansiedad del Monarca, balbuciendo ostensiblemente con la citada lectura. Sensación y desconcierto que percibimos gran parte de españoles a través de la TV, al comprobar tan desagradable circunstancia, provocada por el inadecuado empeño, y con independencia de quien partiese la iniciativa, aconsejando la presencia en el acto del Rey, cuando su aspecto recomendaba precisamente lo contrario.
Juan Carlos I, Rey de España Foto: Chesi – Fotos CCEl Auditorio, cargado de preocupación y pena por lo que estaba presenciando, tenía la dramática sensación de que el tiempo no transcurría, temiendo la posibilidad de un desenlace peor. Culpar de todo lo sucedido al reflejo de la luz sobre los papeles del citado discurso, tenía que ser una ocurrencia del algún “iluminado” más entre los cientos de asesores que rodean a nuestros gobernantes pagados con nuestros impuestos. Tan absurda improvisación no tiene cabida observando el rostro desencajado del Rey, su agotamiento y mirada extraviada que denotaban su sufrimiento.
Los dos últimos años del Monarca han estado llenos de sucesos calamitosos y no solo por efecto de las sucesivas operaciones quirúrgicas a que ha sido sometido. Los propios facultativos le recomendaron tranquilidad y sosiego durante la convalecencia, que no contemplan precisamente desplazamientos ni presencia en ciertos actos oficiales y desestabilizantes por su trascendencia.
En esta España nuestra, hemos contraído el hábito de negarnos a reconocer evidencias ni asumir lo que ocurre en nuestro entorno. Cerramos los ojos e ignoramos todo lo incómodo, y no solo por la angustiosa situación que está sufriendo el Rey, u otros casos como el pasotismo ocasional protagonizado por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, cuando no le conviene abordar públicamente algún tema delicado como el independentismo catalán y “su derecho a decidir”, las provocaciones de los ex presos etarras, etc., ordenando a los miembros de su Gobierno que solo se dediquen a realzar los éxitos económicos que se están logrando gracias a lo acertado gestión…
¿Por qué negarse a reconocer el real aturdimiento del Monarca? ¿Por qué no asumir su torpedad de movimientos, defectos de pronunciación, precaria salud, etc. y admitir que lo suyo sería aceptar la abdicación? ¿A qué ha venido y con qué intención la publicación del ridículo reportaje sobre el Rey en la revista “Hola”, sin muletas, fotografías descaradamente retocadas, aspecto juvenil, etc. pretendiendo mostrar un estado de salud excelente del que carece? ¿Por qué esa insistencia de ciertos medios en adjudicarle unas facultades mentales totalmente normales? Todo esto resulta esperpéntico cuando a los pocos días nos encontramos con en Jefe de Estado es incapaz de leer un discurso medio en condiciones.
La Monarquía está inmersa en una crisis de credibilidad asustante que, se comparta o no, solamente será superable por la preparación y capacidad demostrado por el Príncipe de Asturias, cuando acceda a la Jefatura del Estado por abdicación de su padre, o por lo menos así se desprende del sondeo de opinión de Sigma Dos. Aunque en declive, El Rey mantiene un considerable reconocimiento de la sociedad española, comparándolo con las restantes instituciones: Gobierno, Justicia, Partidos Políticos, Sindicatos, etc. El desafecto hacia la Casa Real es notorio, esencialmente entre los jóvenes, que perfectamente podría recuperarse con el acceso al trono por parte de Don Felipe, cuyo prestigio sigue incrementándose hasta alcanzar el 66% de la población consultada en el último año.
Nadie ignora que el «caso Urdangarín» ha supuesto el castigo más duro recibido por la Casa Real. El todavía Duque de Palma, bien merece el desprecio cosechado hacia su persona por parte de la ciudadanía, más toda la miseria que arrastra este presunto indeseable. No obstante, todo parece indicar que en La Zarzuela existen palabras malditas e impronunciables, entre las que se encuentra «abdicación», por mucho que pueda molestarle a la princesa consorte, Letizia Ortiz. Nadar contra corriente es muy difícil, pero con 76 años y bastante castigado, imposible. En fin Majestad, usted mismo.