Hace unos días me enteré de que una antigua compañera de trabajo había sido despedida de la empresa donde llevaba trabajando cerca de diez años. El caso es que no era una persona conflictiva, su trabajo siempre había merecido los elogios de sus jefes y compañeros, generaba buen ambiente… en fin que era una buena compañera, trabajadora así como leal a la empresa y a los trabajadores. De hecho, desde hacía ya tiempo pertenecía al comité de empresa sin que hubiese quejas por parte ni de trabajadores ni de la dirección de la empresa –y ya sabemos que en los tiempos que corren, eso es difícil, porque o te llevas bien con unos o con otros y en este caso concreto era difícil lidiar con ambas partes.
El hecho es que cuando saltó la noticia del despido, nos llegó incluso a los que ya no trabajamos allí, y es que si en estos tiempos es difícil mantener el empleo por parte de los que llevas poco tiempo en un sitio, si ves que eso le sucede a alguien tan bien considerada y con tanto tiempo en la empresa como ella, el ambiente que comienza a respirarse tras un hecho como este es el de una película de terror ¿quién será el próximo?
Pero una vez se pasan los cinco primeros minutos de asimilación de la noticia, la siguiente pregunta que te viene a la cabeza es simple, sencilla y directa: ¿por qué?
Y ahora es cuando me toca aclarar el titulo de este artículo de opinión. Ahí se encuentra la respuesta a ese porqué. Hoy en día es muy habitual que la gente se mueva de empresa en empresa y no solo por despidos, sino porque quieren ganar más, tener más responsabilidades, más independencia… en definitiva, ganar más y mandar más. Este podría ser el caso de lo que le ha ocurrido a esta persona, o tal vez no, todavía está por aclarar, pero quería aprovechar la oportunidad para ilustrar una situación que cada día se da más en nuestra sociedad y que no es buena ni para los trabajadores que lo padecen ni para las empresas que se ven inmersas en la vorágine de esta mala praxis que sobre todo potencian los miedos de aquellos que, en su interior, se sienten menos competentes que aquel a quien pretenden quitar de en medio para que no les haga sombra.
Me agradó saber que cuando mi antigua compañera fue informada de su despido y los motivos del mismo, acudió inmediatamente al gerente de la empresa a exponerle su versión de la historia. Cuando el gerente estuvo al tanto del continuo acoso laboral al cual ella aduce que lleva siendo sometida por el actual responsable de su servicio, desde que éste entró en la empresa hace aproximadamente un año y medio, no tuvo más remedio que admitir que debía investigar todo el asunto porque de ser así el despido tendría que ser rectificado.
Es obvio que para despedir a una persona con antigÁ¼edad, contrato indefinido, expediente intachable y con pertenencia al comité de empresa, sobre todo en los tiempos que corren, tiene que haber una razón de peso. En este caso, las razones que se han aducido, además de la típica necesidad de reducción de plantilla, están la de la mala praxis en el trabajo –no voy a entrar en detalles de la misma manera que no voy a dar nombres ni detalles sobre el negocio, pues como digo, esto solo es una excusa para tratar el problema del moving.
Es obvio, que cuando una persona entra nueva en un equipo de trabajo, tiene que haber buen “feeling”. Cuando esto no se da, empiezan los choques de trenes y lo que se vendría a llamar el efecto “duelo del oeste” o “uno de los dos sobra aquí, forastero”. Habitualmente, las empresas hacen oídos sordos a estos problemas mientras no afecta a la producción. Es lo que algunos llamamos “síndrome de la guardería o del colegio”. Si los profesores están para enseñar, pero no para hacer de guardias de la porra, otro tanto pasa con los jefes, si dos de sus empleados se llevan mal, lo más que pueden hacer es ponerlos en mesas separadas. Pero cuando los empleados en cuestión tienen que trabajar, no solo revueltos, sino además juntos… el infierno se desata. En la mayoría de los casos, si el moving se da hacia el recién llegado –y esto lo he sufrido yo- que “Dios te pille confesado”. Pero existen casos como el que acabo de relatar, donde la situación es a la inversa, el depredador es el recién llegado. Es más difícil pero no imposible, a las pruebas me remito con este caso –si finalmente se demuestra que ha sido así-. Un nuevo jefe, joven, que desconoce las maneras de hacer de la empresa a la que llega, choca en su filosofía de trabajo con la persona más antigua de su equipo, también joven, que considera que ese puesto debería haber sido suyo o incluso era suyo hasta que llegó el nuevo. En estas circunstancias y sin conocer más a fondo el caso, no se puede realmente saber quien ha empezado la guerra, lo que es obvio es que estas guerras no surgen por que si y cuando lo hacen perjudican a todos, excepto a algunos que las alimentan, porque disfrutan más observando a los gallos de pelea que tratando de impedir que estas situaciones perjudiquen a la empresa y a sus integrantes.
Y es que, a veces, quien parece ser el malo, tampoco tiene porqué serlo. Recordemos que en las pelis de héroes y villanos –esto me viene a la mente por un ciclo de cine que hay ahora en Aragón Televisión y que recomiendo a los cinéfilos aficionados a este tipo de pelis de buenos y malos encarecidamente-, los malos siempre tienen gregarios que les hacen el trabajo sucio. Esto es lo que pasa en muchos casos de moving. A veces, que no se quejen de ti o que no se oigan quejas, no significa que tengas contento a todo el mundo. Hace unos días, en una de esas tertulias matinales de la tele, estaban comentando el caso de un niño que por fin ha sido resarcido por los tribunales de justicia por un “bulling” del que fue objeto hace años en cierto colegio privado de Madrid. Uno de los tertulianos comentó que los “bulling” de hoy son los “moving” del mañana. Por tanto podemos decir con seguridad que los que incitan al moving en la actualidad son gente que o bien ha sido acosado o acosador en la escuela. Yo diría más bien que el que provoca es alguien que ha podido ser acosado o alguien cuyo disfrute se basaba en el control y la manipulación de los demás, mientras que el instrumento, el malo visible, es el típico competidor, ganador, al que nadie acosa y que ha podido ser depredador en algún momento. De hecho, en un caso como el que he escogido como ejemplo, es casi seguro que el fichaje del nuevo elemento para el grupo tiene que ver más con la necesidad enfermiza de un jefe al que le gusta ver peleas en el corral, que ver como reina un buen ambiente entre sus polluelos. Jefes que no suelen ser los principales mandatarios de las empresas, sino, más bien, mandos intermedios. Por que no me cabe la menor duda de que cualquier empresario de importancia que se precie hoy en día estará de acuerdo conmigo en que el trabajo en equipo y el buen ambiente son imprescindibles para la buena marcha de cualquier negocio. Pero hay gente que no triunfa, y que pensando que se va a comer el mundo, impone sus reglas de patio de colegio, enfrentando a trabajadores por medio de comentarios de tipo “ten cuidado con…”, “mira que este dice…”, etc. Lo peor de todo esto, es que estos elementos están muy bien ocultos. Saben disfrazarse en “palmadita en la espalda”, “buen rollito en las comidas de empresa”, etc. y como nunca son los que dan la puntilla se van de rositas, porque casi siempre el acosado o el más débil de la pelea acaba abandonando el redil.
Solo hay una cosa que hace que estos “enfermos”, que perjudican seriamente la salud del buen hacer de la empresa y sus integrantes, puedan ser descubiertos. Que bajo tus auspicios haya un caso de moving, es casualidad. Que haya dos… bueno, puede pasar. Pero como no hay dos sin tres… estamos ante un problema y no es precisamente de las personas que más lo han protagonizado.
Para terminar quiero romper una lanza en pos de aquellos empresarios que en estos tiempos saben que el bienestar de sus trabajadores es el bienestar de la empresa. Aquellos que hace tiempo que aprendieron que el enfrentamiento y la competitividad interna no son buenos y que el trabajo en equipo y el arrimar el hombro es lo que hace que las empresas salgan adelante. A los matones de patio de colegio y a sus instigadores, esta crisis ya les está dando lo suyo, porque donde ellos creían que había competitividad, no había más que agresividad e ignorancia supinas.