Maestro – dijo Sergei cariacontecido -. Me da la sensación de que el Abad no me mira con buenos ojos.
– ¿De dónde has sacado eso, liebre achantada?
– Es que la otra tarde, al regresar de hacer mis buenas acciones en el pueblo…
– ¡Ejem! Pásame un poco de sirope para aclarar mi garganta. Debe de ser el fresco de la tarde.
– Pues, el abad dijo al pasar, como quien no quiere la cosa, como hablando con el Ecónomo. “La verdad es que hay personas que sólo piensan en cambiar de jumento. ¡Ecónomo! Este burro no hace más que gastar en comida. Habrá que deshacerse de él, para lo que sirve”. Me quedé algo escamado, Noble Señor.
– ¿Todavía te preocupa el qué dirán? Mira, vete al cementerio del pueblo, andando, sí, que no se te van a gastar las piernas, y te pones a insultar a todos los muertos que allí reposan.
Regresó Sergei, después de cumplir con lo mandado por el Maestro y éste le preguntó:
– ¿Cómo han reaccionado los muertos?
– Ni mú, no dijeron ni mú, Maestro.
– Ahora vuelve allí a la carrera y hazlas toda clase de zalemas y de lisonjas. Después, vuelve aquí con su respuesta.
– ¡Pero, Maestro, Luz de dónde el sol la toma! ¿Para qué ir si ya conozco lo que no me van a decir?
– Pues eso es lo que significa en el lenguaje Zen la expresión MU, Nada. Esa debe ser la actitud de un hombre sensato ante los halagos y ante los insultos. Ni inmutarse.
J. C. Gª Fajardo