Toda música está compuesta por armonía, ritmo, melodía y textura sonora, y estos son los mismos cuatro principios o ingredientes del cuerpo y del alma.
Un cuerpo sano, por ejemplo, lo es porque tiene armonía -en un sentido literal- entre sus órganos y entre sí mismo y el entorno; está sano porque tiene fluidez y regularidad en los cinco ritmos básicos -ritmo cardíaco, respiratorio, fisiológico, digestivo y energético o Chi-; está sano porque disfruta de unas interaccciones emocionales y de otros tipos que forman la melodía o silueta de la vida del sujeto, y tiene también una textura epidérmica, olorosa, capilar y demás que lo hacen agradable y familiar o al revés. Por otro lado, las músicas son el verdadero lenguaje del universo. Todo en el cosmos es ritmo y armonía, también en sentido literal.
Para ser capaces de reconocer y estudiar la naturaleza arquetípica de las músicas, de entrada, hay que aprender a diferenciar entre la acción de OÁR y la de ESCUCHAR.
Oír se refiere a la capacidad de todos los seres vivos de recibir información auditiva, sea por la piel, los oídos, huesos, vibraciones del suelo captadas por el cuerpo (por ejemplo, los sordos), etc. Oír implica pasividad en el sujeto, es meramente físico.
En cambio, escuchar es psicológico, exige un acto volitivo, lo que genera una diferencia abismal. Escuchar es activo, implica activar la capacidad para filtrar sonidos, implica centrar la atención de forma selectiva, dejar que los sonidos resuenen dentro del sujeto, recordar -es importantísima la relación entre música y memoria, la humanidad debe más a las músicas que a los libros ya que todas las sagas, genealogías de tiempos pasados, remedios y demás se transmiten por tradición oral gracias a los cantos, lo mismo que seguimos aprendiendo multitud de contenidos, como las tablas de multiplicar, gracias a la música.
Al cerebro sólo le llegan impulsos bioeléctricos y bioquímicos, desde ahí da respuesta que le interesa por la misma vía. Es decir, escuchar es un patrón sónico o mnemotécnico de algún tipo, es un patrón selectivo.
En este sentido, hay músicas que estimulan ciertas experiencias humanas profundas y otras que solo sirven para romper el silencio. Las llamamos músicas vivas y músicas muertas. La vida, en el sentido peculiar que le damos en el presente texto, es una calidad especial que tienen algunos actos, algunos seres, algunos momentos, algunas obras de arte, algunas relaciones, algunas palabras y algunas músicas.
Ser capaz de reconocer la calidad en una música es como un guiño o una complicidad.
Cuando en el mundo humano un acto, una relación o una música están cargados de vida es porque, como mínimo, reúnen las siguientes condiciones:
i) el acto vivo está realizado con la presencia total del sujeto (sus emociones y su pensamiento están unidos en la acción, en el acto vivo, no hay movimientos rutinarios y sin consciencia, ni contradicciones entre el sentir y el pensar);
ii) es un acto único del que se sabe el sentido y la finalidad, producto de estar ahora y aquí, el sujeto aprende algo de este acto (la vida humana se define por ser un camino de aprendizaje);
iii) se trata también de un acto abierto que comunica al sujeto con el mundo (sea por medio de un canal interior, transpersonal o sea a través de canales externos). A la vez, el acto o la música viva están siempre aludiendo a algo más de lo que parece a simple vista, están señalando y participando de la dimensión indescriptible del ser y del cosmos, son instantes eternos.
Tras estudiar a fondo la relación entre las diversas músicas (clásica, etnicas, pop, popular y folclórica, místicas, chamánicas y demás) y nuestros presupuestos inconscientes (siguiendo la teoría junguiana), se descubren algunos de los patrones propios de las músicas vivas, se decubren doce ámbitos en los que las músicas vivas resuenen y modifican o modelan la vida humana, se descubre el motivo por el que algunas músicas crean alma, en expresión de J. Hillman.
**Avance del Seminario de Músicas e Inconsciente previsto para Febrero de 2014