En el paradójico mundo del hipercapitalismo, tanto sirve -y sirve tanto a sus propósitos-, el hecho de tener un árbol dentro de la casa, como el de tener una casa arriba de un árbol. Lo que parecen ser reminiscencias de nuestro onirismo -y onanismo- infantiloide, son hoy poderosos ‘motus’ para un grupo de adultos que se resisten a la invariable de escasez que marca la realidad.
Volver a ver como tendenciosos adultos recurren a la fantasía de l@s niñ@s, para justificar sus propios traumas y caprichos, me ha hinchado sobremanera los cataplines -en una mañana que, por lo menos acá, no tiene nada de soleada. Difamar sobre la Navidad es barato, pero necesario. Permítanme volver sobre ella posteriormente, a modo de recurso contra la iniciativa que les mostraré a continuación.
Seguramente conozcan el programa de TV «Mi casa en un árbol» (Discovery MAX). En él, se muestran algunas de las que, casi todas las entradas en la red, refieren como las cinco (o como mucho diez) casas en los árboles más impresionantes, impactantes, increíbles, molonas, chachis, etc.; díganme que se hace la humanidad con cinco, diez, veinte -incluso con diez mil puñeteras casas estilo Tarzán-, para sobrevivirse a sí misma. Nada, lo mismo de siempre, unos morirán contentos y otros con la mueca asqueada.
Una plataforma digital señala hoy la nobleza de «las casas en los árboles que te acercan a la naturaleza«; no puedo evitar, desde una postura igualitarista y emancipadora, plantearme algunas preguntas para saber si por esto debería partirme la cara:
¿En qué medida sirve a las transiciones socioecológicas como una solución de continuidad capaz de beneficiarnos a tod@s?
¿Es esto un modelo generalizable?
¿Quedan árboles para tod@s?
Aunque los árboles no se puedan poseer (?), si es cierto que son un beneficio ecológico, tod@s deberíamos tener el derecho -y la obligación- de vivir así, encaramados en sus copas. De lo contrario, todo esto no es más que un capricho: capricho digno del niño que también sueña (porque así se lo hacemos creer) que los juguetes son fabricados con magia por los duendes del puto santa Claus. Ya vale de mentir a l@s niñ@s, y a nosotr@s mism@s: los objetos, los estilos de vida, acarrean una mochila ecológica que no se solventa por la pura magia de los duendes y los sueños de la infancia. Hay gente explotada con las manos ensangrentadas, y ansiógenos consumidores con las manos manchadas de sangre.
Lucidez no es pesimismo, aunque algunos todavía creen en los Papas-Noel de la Coca-Cola, en la magia de los Reyes y, últimamente, en el mito roussoniano del buen salvaje.