Aún a riesgo de ser catalogado de ventajista utilizo una de las frases míticas de nuestra democracia a modo de título de este artículo y a modo de modesto homenaje al hombre que supo coordinar a los altos estamentos de este país en los momentos más críticos desde la sombra, siempre desde la humildad, siempre desde la responsabilidad de Estado.
La coherencia y el sentido común eran dos virtudes que acompañaron a don Sabino toda su vida, dos virtudes que brillan por su ausencia en la política actual, en la política del sálvese quién pueda, en la política del gasta ahora que ya vendrán otros a pagar.
El problema es que esos otros no serán unos desconocidos o seres ajenos a nuestras personas, sino que serán nuestras próximas generaciones que están siendo condenadas a pagar los excesos del Gobierno que está encontrando en la crisis la excusa perfecta para malgastar el dinero.
No seré yo quien critique el déficit público como excelente medida anticíclica, como una forma de contrarrestar el estancamiento en la inversión y el consumo privado, pero sí el que alce la voz contra el exceso y contra la falta de rigor en el gasto.
Porque es cierto que parte del déficit que hoy hemos conocido, por encima ya del 6% del PIB, se debe a las medidas sociales y contracíclicas del Gobierno, pero también es cierto que otra gran parte se debe a gastos excesivos e innecesarios en los que se está incurriendo.
Y todo ello planteando por definición que todo político ejerciendo cargo electo gasta alegremente el dinero, de los demás, sin reflexionar detenidamente sobre la conveniencia o no del gasto o del momento del mismo.
Los tiempos de crisis están diseñados para la aparición de grandes estadistas, de políticos de altura que sepan dar un paso al frente y decir aquí estoy yo, pero mucho me temo que los tiempos actuales se están quedando huérfanos de esa figura y no nos queda más que sobrevivir a las decisiones partidistas, sin visión y carentes de originalidad de las mentes mediocres que nos gobiernan.
En definitiva, la gestión eficiente de la crisis ni está ni se le espera.