Sociopolítica

Nietzsche contra Hegel: la antítesis de la tesis. Absolutismo o libertad

Se me ocurrió esta reflexión releyendo simultáneamente a Bakunin contra Marx ( Socialismo libertario/Socialismo autoritario, Editorial Mandrágora), por una parte, y un artículo de Luis Racionero, “Nietzsche y el anarquismo”, publicado en nº 16 de “El Viejo Topo”. Ha pasado tanto tiempo ya. La influencia del hegelianismo en los pensadores alemanes ha sido casi absoluta, tanto en los hegelianos de derechas como en los de izquierdas. Esa influencia estará profundamente presente en el marxismo y en los marxistas alemanes y austríacos, ya lo había detectado Bakunin en su crítica del Estado, pero no era alemán y no estaba bajo la influencia hegeliana. Lo que me ha llamado la atención es que hubo un intelectual alemán que escapó a esa influencia. Ese fue Nietzsche. La otra observación no parece tan evidente: la supervivencia del hegelianismo en la izquierda a través del marxismo y a través del marxismo en el resto de las izquierdas europeas.

 

 

Esto se prueba porque todos han tenido una concepción determinista y cíclicamente catastrofista de la Historia y del  Capitalismo. Todos creyeron en lo mismo: en “la existencia de fuerzas impersonales inherentes a la sociedad misma cuyo destino construyen”. El individuo no significa nada fuera de esta dialéctica entre el idealismo y el materialismo y dentro de ella no tiene voluntad propia para tomar sus propias decisiones, para ser individualmente libre. Su valor no reside en su individualidad sino en la identificación con las fuerzas que determinan el destino de la Humanidad. Negándose a sí mismo; renunciando a su propia voluntad por identificación con la voluntad externa de las fuerzas impersonales al yo, el Estado o Dios, es cuando el individuo le da sentido a su  vida.

Esta concepción hegeliana, fundamento de su pensamiento, es la primera negación del individuo y la primera afirmación del Estado absoluto. Cosa que, por otra parte ya había elaborado el catolicismo y lo volverá a concretar en la formación de las dictaduras fascistas del siglo XX como último recurso contra la amenaza del proletariado. El luteranismo, por la defensa de la libertad que, en sus orígenes contra Roma, hizo, carecía de un sistema político parecido al del catolicismo. Y lo necesitó en la medida en la que fomentó el culto al Estado. Esa tarea la va a cubrir Hegel.

Nietzsche fue contemporáneo de Bismarck y Hegel contemporáneo de la revolución francesa. Este vivió en el primer tercio del siglo XIX y aquél en el tercero. Uno tuvo como punto de referencia la proclamación de los derechos individuales y contra ellos construyó su sistema. El otro tuvo su referencia contra el sistema autoritario y militarista prusiano de superficiales apariencias democráticas porque en ese sistema nunca se reconocieron los derechos individuales. Algo que en el caso de Alemania sólo ocurrirá tras su derrota en la Iª Guerra Mundial con la instauración de la república de Weimar. En realidad Nietzsche no conoció más democracia que el sistema autoritario de Bismarck.

Pero el panorama cultural y político en el que crearon sus concepciones intelectuales tanto Hegel como Nietzsche era el mismo. Por debajo de sus apariencias políticas existía un modo de ser y de pensar de los alemanes que se forjó desde la derrota de los movimientos campesinos insurreccionales en el siglo de las revoluciones renacentistas y reformistas. Y no se me ocurre nada más acertado que citar a Bakunin porque creo que es quién hizo el mejor psicoanálisis del comportamiento social y político del pueblo alemán que, además, nos ayudará a entender lo que setenta años después de Bakunin trató de averiguar W. Reich en su libro “La psicología de masas del fascismo”, ¿por qué el pueblo alemán votó a Hitler? O, en términos anarquista, cómo se explica el culto alemán al Estado. Un Estado militar, burocrático y despótico.

“El protestantismo, decía Bakunin, que si bien no había creado, había al menos estimulado y acompañado el movimiento emancipador de los pueblos en todos los otros países, en Suiza, Inglaterra, Holanda, Suecia y más tarde en América, en Francia misma mientras no fue vencido,  en Alemania había producido el efecto contrario. Se convirtió en la religión del despotismo. ¿No hay por ello que concluir que los alemanes son un pueblo verdaderamente predestinado a la creación de un Estado grande y poderoso? La obediencia y la resignación, esas primeras virtudes de un súbdito y esas condiciones previas del Estado, se encuentran tan profundamente enraizadas en sus corazones que la Reforma, una revolución religiosa que había sacudió el sopor de tantas otras naciones y que había despertado en su seno el principio de la libertad, la rebelión, no había producido en Alemania otro efecto que reforzar el sentimiento y la práctica de la disciplina…

Fue precisamente entonces cuando comenzó a desarrollarse en todo su extraño esplendor en Alemania la potencia creciente y autodenominada progresista y revolucionaria del Estado militar, burocrático y despótico. Los príncipes soberanos reemplazaron al papa y se declararon jefes de sus Iglesias nacionales, para gran satisfacción de un clero cuyo abyecto servilismo sobrepasó todo lo que de semejante se había visto en Alemania hasta entonces. Se convirtieron de alguna manera en los dioses de sus Estados, dioses muy groseros, ignorantes como conviene a los príncipes, estúpidamente infautados de su voluntad soberana y excesivamente depravados; por debajo de ellos una nobleza mediocremente cortesana, sometida a todos los servicios, buscadora de fortuna, de gracias de amos, que no pedía nada mejor que vender a sus mujeres y sus hijos al primer pequeño sultán que se presentase. Los campesino, aplastados, diezmados y embrutecidos triplemente por la derrota, por la miseria y por las enseñanzas de sus pastores protestantes, predicadores de la esclavitud cristiana, ya sólo se movieron para llevar, curvados y temblorosos, los frutos de su trabajo al castillo.

Alemania se había convertido, así definitivamente, e iba a serlo durante tres siglos mortales, en el paraíso de los déspotas, la tierra de la tranquilidad, de la sumisión, de la resignación y de la mediocridad más desoladoras, sí, desoladora en todos los sentidos, pues aún el movimiento económico, el de la industria y el del comercio se habían atrasado considerablemente en comparación con la energía y la actividad que había desplegado desde el nacimiento de la Liga Hanseática, entre los siglos XIII y XV… Así pues, durante tres siglos, incluso en el campo económico, permanece prácticamente estancada, tan pobre de espíritu como de riquezas materiales…

La teología ortodoxa luterana lo dominaba todo. Después de ella venía el derecho, uno y otro predicando el poder absoluto del soberano y el deber no menos absoluto de la obediencia pasiva de los súbditos. Era el culto teórico del Estado, base y condición previa del culto práctico que había hecho de Alemania lo que era: la patria de los déspotas y de los esclavos voluntarios, de los lacayos…

Alemania, desde el siglo XVI hasta nuestros días, es la fuente y la escuela permanente del despotismo de Estado en Europa. De lo que, en los demás países de Europa no ha sido más que un hecho, Alemania ha hecho un sistema, una doctrina, una religión, un culto: el culto del Estado, la religión del poder absoluto del soberano y de la obediencia de todo subalterno frente a su jefe, el respeto de rango como en China, la nobleza de sable, la omnipotencia mecánica de una burocracia jerárquicamente petrificada, el reino absoluto del papeleo jurídico y oficial sobre la vida, en fin, la completa absorción de la sociedad por el Estado, por encima de todo esto, el buen placer del príncipe semidios y necesariamente semiloco, con la depravación cínica de una nobleza a la vez estúpida, arrogante y servil, presta a cometer todos los crímenes para complacerla y, por debajo, la burguesía y el pueblo dando al mundo entero el ejemplo de paciencia, de una resignación y de una subordinación sin límites.”

Estas reflexiones de Bakunin me traen a la memoria “Las metamorfosis” de Kafka y “1984”, el Gran Hermano, de Orwell, pero también a Nietzsche y a Hegel. Este venía precedido por los teóricos del despotismo: Bodino, Hobbes y Bossuet, a quienes se añadió Rousseau quien, en reacción contra el pensamiento de las Luces, negando los derechos individuales afirmó que la libertad individual se consigue cuando el individuo se integra en la Libertad de la comunidad, que es una persona moral. ¡Qué paradoja! Para ser libres hay que renunciar a la libertad individual de conciencia y a la libertad moral individual. Porque el individuo sólo es “algo” cuando se niega en el “Todo”. Esto es lo mismo que dirá en sus “Reflexiones sobre la revolución en Francia” el otro enemigo de los derechos individuales: Burke. Todo este pensamiento totalitario ya estaba contenido en la doctrina católica y su concepción del Poder y su origen y por eso serán los papas, en su ambiente católico, quienes enarbolen la bandera de la contrarrevolución contra las Luces hasta hoy día. Claro que otros, como Marsilio de Padua, Spinoza, Kant, Bentham, S. Mill y posteriormente Marcuse dirán algo más interesante: que la libertad moral es un espacio privado en el que ni Dios ni el Estado son quienes para intervenir.

Para Hegel, sin embargo, según dejó escrito en su Filosofía del Derecho: “El Estado es la voluntad divina, en el sentido de que es el espíritu presente en la tierra, que se despliega para convertirse en la forma y organización real de un mundo”.

Hegel respiraba por los cuatro costados la misma cultura alemana del culto al Estado y habría pasado desapercibido si no hubiera incluido en su dialéctica, impulsada por las fuerzas impersonales que determinan la vida humana, la división que hacía inoperante a los pueblos y Estados que configuraban la cultura alemana. El pueblo alemán, desintegrado en multiplicidad de Estados, había permanecido inmóvil y ausente de pensamiento durante tres siglos y sólo el Estado podía realizar la unificación de todo ese conglomerado, antítesis del Espíritu Absoluto que acabó resolviéndose en la síntesis del Reich alemán de la mano de Bismark, firme representante del militarismo prusiano. Por esta razón la filosofía hegeliana no sólo absorbió casi todo el pensamiento alemán posterior sino que fue la doctrina oficial del militarismo prusiano enseñada en sus Universidades. Tras Bismark la multiplicidad de Estados alemanes fueron absorbidos en el Estado Absoluto. El big-band del fin de la historia se ponía en marcha.

Entonces, si el Estado es absoluto porque sólo él encarna los valores éticos, ¿qué valor tiene el individuo? En la misma “Filosofía del Derecho” Hegel nos responde: “La esencia del Estado moderno es que lo universal está ligado a la plena libertad de sus miembros y a su bienestar privado”. Entonces, la libertad no es un derecho individual porque consiste en la inclinación y capacidad individual para realizar una labor socialmente significativa. Por lo tanto, el individuo sólo alcanza la dignidad y la libertad moral sólo cuando se dedica al servicio del Estado. ¿No es esto lo mismo que ya han dicho los defensores del despotismo y el mismo Rousseau en su definición de la comunidad como persona moral? Evidentemente, la libertad individual, los derechos individuales nunca pueden existir porque entran en contradicción con la idea del Estado, con el Espíritu Absoluto que representa. El individuo es una amenaza para el Estado y para cualquier Dios o religión monoteísta. Esta fue la raya que trazó la Ilustración entre Tradición y Progreso.

Si recurrimos a la lectura de “El miedo a la libertad” de  E. Fromm, comprenderemos que los sistemas totalitarios son, en términos de psicología de masas, sadomasoquistas. Que el origen de la represión tiene poco que ver con el patriarcado freudiano y mucho que ver con el autoritarismo de estos grandes sistemas religiosos de pensamiento. “Lo que puede observarse, dice Fromm, en el meollo de toda neurosis, así como en el desarrollo normal, es la lucha por la libertad y la independencia. Para muchas personas normales esa lucha termina con el completo abandono de sus yos individuales, de manera que habiéndose adaptado, son consideradas normales…

El carácter autoritario prefiere aquellas condiciones que limitan la libertad humana; gusta de someterse al destino. Y lo que éste ha de significar para él depende de la situación social que le toque en suerte…

La característica común de todo pensamiento autoritario reside en la convicción de que la vida está determinada por fuerzas exteriores al yo individual, a sus intereses, a sus deseos. La única manera de hallar la felicidad ha de buscarse en la sumisión a tales fuerzas. La impotencia del hombre constituye el leitmotive de la filosofía masoquista.”

En el caso de la socialdemocracia alemana, imitada posteriormente por la política frentepopulista y el eurocomunismo, ya en la Iª Guerra Mundial se había convertido en una parte componente del Reich imperial: un partido no revolucionario nacional y democrático, que se ajustaba a la existencia del Estado monárquico autoritario y la economía y orden social capitalista y se mostraba satisfecho con la posibilidad de unas modernas reformas y su papel como oposición crítica a aquel sistema, en tanto que su prestigio decaía en el mismo grado que se identificaba con el Estado nacional. “La clase tiene que ser nación” decía el socialdemócrata Heller en su libro “Socialdemocracia y nación” o como diría el dirigente del Partido Socialdemócrata alemán en la Guerra Fría, Schumacher: los intereses de la nación alemana eran coincidentes con la labor histórica de los movimientos obreros. En un socialismo democrático y nacional se encuentran los restos nunca borrados de los deseos identificadores del movimiento obrero alemán con la realidad nacional. En BadGodesberg  la socialdemocracia renunció a toda tradición ilustrada, si hubiera tenido alguna.

En la izquierda hegeliana, desde Marx , pasando por Lasalle, Heller y Schumacher hasta la IIIª Internacional y el comunismo actual, el culto al Estado sigue primando sobre la defensa de los derechos individuales, a lo que se unen  otros dos grandes errores del marxismo: su creencia hegeliana en la existencia de fuerzas impersonales inherentes a la sociedad cuyo destino construyen, la clase proletaria en abstracto, donde no se cuenta con el individuo para no tener que reconocer que el individuo debe ser sujeto de derechos, y la mitológica creencia en que el Capitalismo está condenado a autodestruirse víctima de sus propias contradicciones. Todo lo cual ha conducido a no saber defender la conquista de los derechos individuales por encima del Estado gramscianamente “neutro” (¿) y a inmovilizar laboral, cultural, moral, intelectual y políticamente a los ciudadanos. Como si volviéramos al pasado ya descrito por Bakunin, parecería que la izquierda, por anteponer el culto al Estado a los derechos individuales, no ha dejado de contribuir a que la obediencia y la resignación, esas primeras virtudes de un súbdito y esas condiciones previas del Estado, se encuentren tan profundamente enraizadas en sus corazones que no ha producido en el pueblo otro efecto que reforzar el sentimiento y la práctica de la disciplina…

Si la tesis hegeliana se contiene en el Estado absoluto del que arranca la dialéctica en cuyo proceso va consumiendo la multiplicidad de Estados alemanes hasta realizarse en el fin de la historia por superación de esa pluralidad en el Reich, la antítesis de esta tesis la elabora  Nietzsche porque se rebela contra ese Estado, Leviatán hobbeliano,  y porque rebelándose, en un gesto de reacción individual y personal, contra las fuerzas impersonales impulsoras de la dialéctica de la civilización, obstruye y hace descarrilar al determinismo histórico. En ese gesto la voluntad de poder individual puede trastocar la voluntad de Poder del Estado torciendo sus destinos.

El mérito de Nietzsche fue que en ese contexto cultural alemán en el que se fomentaba el culto al Estado y las virtudes cristianas de obediencia, sumisión y resignación, convenientes a la protección del orden social dominante, él emerge contra  es sistema de valores, tan a tono con la moral de esclavos,  reivindicando la voluntad de poder para el individuo contra la voluntad de poder  del Estado, en lo que tanto se parece a  Bakunin.

Fromm lo explica de la siguiente manera: “La palabra poder tienen un doble sentido. El primero de ellos se refiere a la posesión del poder sobre alguien, a la capacidad de dominarlo; el otro significado se refiere al poder de hacer algo, de ser potente. Este último sentido no tiene nada que ver con el hecho de la dominación; expresa dominio en el sentido de capacidad…; en la medida en que un individuo es potente, es decir, capaz de actualizar sus potencialidades sobre la base de la libertad y la integridad del yo, no necesita dominar y se halla exento del apetito de poder.”

Y esa afirmación de la libertad individual contra el Totalitarismo estatal o religioso nos lo explica Nietzsche en “Así hablaba Zaratustra” con las siguientes palabras:

“¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! Abrid los oídos, pues voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos. Estado se llama el más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y esta es la mentira que se desliza en su boca: Yo el Estado soy el pueblo. ¡Es una mentira! Creadores fueron quienes crearon los pueblos y suspendieron encima de ellos una fe y un amor: así sirvieron a la vida. Aniquiladores son quienes ponen trampas para muchos y les llaman Estado, éstos suspenden encima de ellos una espada y cien concupiscencias. Donde todavía hay pueblo, éste no comprende al Estado y lo odia, considerándolo mal de ojo y pecado contra las costumbres y los derechos.

Esta señal os doy: cada pueblo habla su lengua propia del bien y del mal, el vecino no lo entiende. Cada pueblo se ha inventado su lenguaje en costumbres y derechos. Pero el Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal y diga lo que diga, miente y posea lo que posea, lo ha robado.

Nacen demasiados: ¡para los superfluos fue inventado el Estado! ¡Mirad cómo atrae a los demasiados! ¡Cómo los devora y los masca y los rumia!…

Aún está la tierra a disposición de las almas grandes. Vacíos se encuentran aún muchos lugares, en torno a los cuales sopla el perfume de mares silenciosos. Aún hay una vida libre a disposición de las almas grandes. En verdad quien poco posee, tanto menos es poseído. Allí donde el estado acaba, comienza el hombre que no es superfluo: allí comienza la canción del necesario, la melodía única e insustituible. Allí donde el estado acaba, ¡mirad allí, hermanos míos! ¿No veis el arco iris y los puentes del superhombre?” El superhombre no es otra cosa que un gesto de rebelión individual contra el Estado y la moral monoteísta y un grito de afirmación de la libertad individual contra el Todo. Una tarea todavía vigente.

 

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.