La inestabilidad en las repúblicas ex soviéticas no justifica una Rusia «fuerte» que algunos proponen si esto supone impunidad ante la violación de derechos humanos fundamentales.
En la guerra fría, las amenazas de la URSS parecían provenir de ser comunista. Desaparecido el imperio soviético, y seducidos por el capitalismo los pocos países nominalmente comunistas (China, Vietnam…), la Rusia actual ferozmente capitalista no es un amigo del alma de lo que entonces se denominaba Occidente.
Lo advirtió Putin, al referirse al candidato a la presidencia de la Federación Rusa que él había designado para sucederle, Medvédev, fiel colaborador de sus tiempos en el Ayuntamiento de San Petersburgo: «No creo que nuestros socios lo vayan a tener más fácil con Medvédev», declaró con sarcasmo.
Rusia se arma y actúa con suspicacia ante la Unión Europea. Pero hay más.
A principios de 2006, Oksana Chelysheva, subdirectora de Sociedad para la Amistad Ruso-Chechena, aseguró que «calificaría de desastrosa la situación de los derechos humanos en Rusia». Acoso a las organizaciones civiles y solidarias, violencia policial, brutalidad en el Ejército, poder judicial maniatado, ejecuciones y desapariciones en Chechenia…
Tres años después, hace unos días, Amnistía Internacional ha denunciado que, aunque el presidente Medvédev se comprometió a respetar y proteger los derechos humanos y las libertades ciudadanas, «son escasos los esfuerzos para mejorar la situación de los derechos humanos en la Federación Rusa. Aún impera la impunidad, tanto en violaciones de derechos humanos cometidas por funcionarios encargados de hacer cumplir la ley como en ataques contra activistas de la sociedad civil, periodistas y profesionales de la abogacía. La inestabilidad y los conflictos armados son distintivos de la región del Cáucaso Septentrional, donde el objetivo legítimo por parte del Estado de atajar la violencia de grupos armados se realiza vulnerando los derechos humanos y el derecho internacional. Persisten las desapariciones forzadas y los secuestros, las detenciones arbitrarias, las torturas e incluso las muertes de detenidos».
También el presidente de la Asamblea Parlamentaria de la OSCE, Goran Lennmarker, declaró sobre las elecciones legislativas rusas de 2007: «Estas elecciones no se corresponden con los criterios que tenemos en Europa». Y otros observadores internacionales afirmaron que las pasadas elecciones presidenciales rusas, que dieron el 70% de los votos al candidato de Putin, Medvédev, «han puesto en duda la libertad de los electores rusos (…). Los comicios tuvieron las características de un plebiscito sobre los últimos ocho años en este país», según informe de los 22 delegados de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa.
Ahora, el Consejo de Europa (organización que vela por la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos en el continente europeo) ha desatascado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, la instancia judicial que ampara a 800 millones de europeos.
Rusia bloqueaba desde 2004 el protocolo 14 de ese Tribunal, destinado a agilizar su funcionamiento, pero ahora ha aceptado un procedimiento que permite rechazar algunas demandas por inadmisibles y resolver los casos de violación de derechos sobre los que haya competencia judicial clara. Tal vez porque Rusia no firmará ni ratificara ese protocolo (salvo sorpresa) y así evitará que el Tribunal del Consejo de Europa pueda juzgar las decenas de miles de demandas de violaciones de derechos humanos que afectan a Rusia.
Á‰sta es la Rusia con la que lidiar en nuestros días. Sin embargo, un analista de un prestigioso diario de España ha defendido que «Europa quizá debería tomar a Rusia más en serio», porque, según él, hay «necesidad de una Rusia fuerte para impedir fundamentalismos en las ex repúblicas soviéticas, apoyadas por la OTAN». Y no parece una opinión personal aislada.
Ciertamente, el panorama de algunas repúblicas ex-soviéticas es descorazonador. Bielorrusia, con el último dictador de Europa; Moldavia con jóvenes rebeldes asaltando su Parlamento; Armenia en conflicto con Azerbaiyán por Nagorno Karabaj; Ucrania, dividida, lejos de la revolución naranja; Georgia enfrentada con Rusia por la cuestión de Abjasia y Osetia del Sur entre otras…
Hay inestabilidad, pero no es razón para dar patente de corso a la Federación Rusa, por ser la más fuerte, para que sea gendarme en la región. Rusia ha de alejar antes todas las zonas oscuras de su práctica política y su persistente falta de respeto a los derechos humanos de todos.
O Europa se toma en serio que la referencia es el imperio de los derechos humanos o esto no tiene salida. Lo contrario es consagrar la obscena perversión de que el fin justifica los medios.
Xavier Caño Tamayo
Escritor y periodista