Estrella es una niña granadina que nació en el hospital del Rocío de Sevilla tras un proceso de selección genética. Su llegada al mundo servirá para tratar una enfermedad hereditaria que padece su hermano. Aunque en la ciencia, los milagros no se contemplan en ningún vademécum, da la sensación de estar ante una disciplina que, a sabiendas de que no viene de la mano divina, sí da garantía de que cura, da vida y las salva.
En España, desde que se aprobó la Ley de Reproducción Humana Asistida en mayo del 2006, casi setenta familias han solicitado autorización para tener hijos con fines terapéuticos. A estos niños se les conoce como “bebés medicamento”, por las posibilidades que tienen de curar a terceros –en este caso es a su hermano- , a través de las células madre que aportan con su cordón umbilical. Es una medicina regenerativa que intenta curar al enfermo con sus propios recursos. Una pareja que al dar a luz a otro hijo, tiene posibilidades de curar al que ya tiene, sin tener porque menospreciarlo o ningunearlo , o no dedicarle las atenciones necesarias.
Que un niño sea concebido porque su hermano necesite ayuda, dice mucho del amor que los padres sienten hacia sus hijos. Cuántos embarazos se han producido sin desearlo y de forma inesperada. En este caso, el niño es un medio para ayudar a un tercero, pero no por ello deja de ser un fin.
Pero si ya de por sí la denominación de “bebe medicamento” chirría, denominaciones como “bebé a la carta” o “bebé adulterino” no son más agradables de leer o escuchar. Aunque todo este lenguaje no es fruto de la casualidad sino una campaña de los sectores más conservadores por imponer sus ideas y evitar que estos avances sigan adelante.
Guillermo Antiñolo, director de la Unidad de Genética, Reproducción y Medicina Fetal del Hospital del Rocío de Sevilla, explica que a los niños que vienen al mundo no se les “toca”, sino que es en el cordón umbilical, con el que estos niños están conectados para alimentarse, donde se aplican las técnicas de extracción y selección de las células madre. Que más tarde serán usadas para curar a su hermano, debido a la compatibilidad genética, requisito imprescindible para seguir adelante con el embarazo.
Antes de esto, se han seleccionado las células libres de cualquier enfermedad a partir de embrión sano que, posteriormente, se introducirá en el útero de la madre. Pero donde unos ven progreso, otros ven manipulación ilegítima. Donde unos sienten que los avances científicos mejoran la vida de las personas, otros ven engaño, pecado o intromisión en la tarea divina de encender la chispa de la vida. Aunque parece que la entrada en el siglo XXI les ha arrebatado ese monopolio.
La cuna de estos tratamientos está en la Universidad Libre de Bruselas y en el Instituto Genético de la Universidad de Chicago. En España, después de cinco años de que se le diera luz verde a la ley, sólo se han dado, de las casi setenta solicitudes apuntados más arriba, siete casos en los que se ha aprobado este tipo de tratamiento. Aunque sólo dos de ellos han salido adelante. Los padres tienen que soportar y superar pruebas médicas que verifiquen que cumplen las exigencias que se requieren para pasar a formar parte del tratamiento de fecundación asistida.
En el momento en el que superan los 40 años, “la tasa de éxito es prácticamente cero”, advierte el Guillermo Antiñolo, y aclara que “la posibilidad de llegar a dar a luz un bebé cuyo cordón sirva para tratar a su hermano es tan baja que oscila entre el 10% y el 5%”.
Hace apenas una semana, la Universidad Oxford, acogió un debate entre el Biólogo Richard Dawkins y el arzobispo de Canterbury y líder de la Iglesia Anglicana, Rowan Williams. En ella hubo dos posturas: Darwinismo frente al Creacionismo. Ciencia frente a religión. La una no tiene porque anular a la otra, pero cuando se trata de curar vidas, es menester que seamos hombres del siglo XXI.
David García Martín
Periodista