Para financiar el desarrollo bastaría una firme decisión de congelar los depósitos bancarios donde se custodian los capitales evadidos de esos mismos países a los que se pretende ayudar. Nelson Rockefeller, en la Cumbre de la Trilateral en Londres en la década de los ochenta, ante la petición de reducir la deuda externa de Latinoamérica respondió: “La deuda asciende a 550.000 millones de dólares mientras que los capitales evadidos de esos países superan los 700.000 millones de dólares”.
Después de los sucesos del 11 de septiembre, bastaron 48 horas para congelar las cuentas bancarias de personas supuestamente vinculadas al terrorismo, superando el todopoderoso secreto bancario.
Á‰se es el camino para acabar con paraísos fiscales donde los bancos tienen sucursales para evadir impuestos y para traficar con armas, drogas, materias primas, material estratégico y con especulaciones que llevan la ruina a los pueblos. Más pernicioso que el terrorismo es el negocio del crimen que afecta a millones de personas civiles e inocentes. Lo mismo ocurre con la escalada de armamentos propiciada por los fabricantes de armas.
Con el 30% de los gastos militares se cubrirían todas las necesidades sociales del mundo, según la ONU. El presupuesto de defensa de Estados Unidos no cesa de incrementarse cada año y ya supera el billón de dólares, aparte de más de 200.000 millones para sus agencias de seguridad. Alegan que el motivo principal es la lucha contra el terrorismo. Es sabido que la globalización de la justicia social, de los recursos y de los beneficios atacaría el terrorismo en sus raíces.
En cuanto a la necesidad de mantener ejércitos cuyos armamentos superan el miliardo de dólares al año, baste recordar que Alemania y Japón, devastadas por la II Guerra Mundial, se recuperaron y alcanzaron el 2º y 3º puesto en la economía mundial gracias a que invirtieron en Educación, Sanidad y Desarrollo lo que otros países destinaron a gastos militares. No podemos tampoco olvidar los 800.000 millones de dólares anuales procedentes del narcotráfico que se blanquean en los bancos de los países ricos, como reconoció el Informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de 1998. Se pueden congelar y reinvertir esos ingentes capitales. Dicho Informe cifró en 40.000 millones de dólares anuales, durante 10 años, la cantidad necesaria para dar educación básica, garantizar la salud reproductiva de las mujeres, la salud y nutrición básicas y agua potable y saneamiento para todos los seres humanos. Esta cantidad podría también obtenerse a través de un impuesto sobre las transacciones monetarias que además lograría estabilizar los mercados financieros globales.
Si creemos con el filósofo Wittgenstein que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi propio mundo”, comencemos por sustituir el concepto de “ayuda” por el de «reparación debida». Los pueblos europeos y norteamericanos estamos en deuda con esos países que hemos explotado al tiempo que les hemos impuesto un modelo de desarrollo inhumano y alienante que “está a punto de provocar el estallido de una bomba social”, como anunció el ex secretario general de la ONU, Butros Galli.
El desarrollo debe ser endógeno, sostenible, equilibrado y global, y sus protagonistas deben ser los pueblos del sur y no los supuestos ayudadores del norte. Como me dijo un día el presidente de Tanzania, Julius Nyerere, “dígales que no nos echen una mano, nos basta con que nos quiten el pie de encima”.
Quizá no haya que insistir tanto en el 0’7%, sino en exigir unas relaciones comerciales basadas en la justicia y en la equidad. Lo que se debe en justicia no se puede reclamar como ayuda en caridad. Revertir la polarización creciente entre los que tienen y los que no tienen es el principal desafío moral de nuestra Era. En diversos Foros Sociales se ha demostrado que el actual modelo de desarrollo neoliberal impuesto por el pensamiento único ha fracaso. La base de un nuevo modelo debe apoyarse en el acercamiento al desarrollo desde los derechos humanos: cumplir los derechos económicos, sociales y culturales es un requisito imprescindible.
Si quieren, hay dinero para financiar el desarrollo social. Basta la voluntad política de construir otro mundo mejor, más justo y solidario. En ello nos va la supervivencia de todos.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS