La fase del capitalismo actual se ha caracterizado por la hegemonía de las finanzas que se ha impuesto sobre la actividad productiva, la innovación de productos y procesos de producción, la investigación y la innovación. La codicia, la obtención de ganancias rápidas y fáciles, la especulación, se han convertido en norma de comportamiento entre las elites económicas. Hemos pasado a estar gobernados por los señores de las finanzas, que ya no se conforman con ejercer como grupo de presión a los gobiernos, sino que ahora quieren llevar ellos mismos el timón de la economía internacional. Los ejecutivos bancarios ocupan puestos de responsabilidad política y se encuentran al frente de Bancos centrales.
La cantera mayor la proporciona Goldman Sachs, como lo muestra el libro Marc Roche, El Banco. Cómo Goldman Sachs dirige el mundo (ediciones Deusto, 2011). El autor es corresponsal en Londres de Le Monde, pero también escribe para otros prestigiosos diarios. La idea de este libro germinó, como él mismo dice, en la crisis financiera del otoño de 2008, aunque el proyecto está ligado a su trabajo profesional. La obra resulta interesante, y además, como el autor señala: “He querido a todo precio evitar el clásico cuento moralizante sobre la lucha entre el bien y el mal. También me he resistido a caer en el enfoque sesgado consistente en atribuir poderes maléficos a los que consiguen el éxito eminentemente a fuerza de trabajo. El Banco no es ni la encarnación del bien sobre la Tierra ni la potencia diabólica que muchos describen”.
No obstante, hay que subrayar que si bien ese enfoque no conspirativo es acertado, el mundo de las finanzas ha creado un desaguisado de tal naturaleza que resulta muy difícil deshacerlo y esto complica encontrar vías de salida a la crisis actual. La opacidad que rodea a las finanzas, la ingeniería financiera practicada, la emisión de derivados tóxicos, la utilización de los paraísos fiscales, entre otras cosas, así como el uso de prácticas irregulares, les hace responsables de una crisis de la que, sin embargo, salvo algún caso que otro, se están marchando de rositas.
Encima se les premia dándoles responsabilidades de gobierno. Se han utilizado cuantiosos recursos públicos para salvarles de la bancarrota, y gran parte del déficit público se debe a ello. No se les ha exigido nada a cambio, y no solamente eso, sino que han vuelto por sus fueros dando elevados bonus a sus ejecutivos, como premio por habernos llevado al borde del abismo. Pero si la caída al abismo no se ha producido ha sido por las intervenciones públicas. Habría que exigir responsabilidades políticas y penales por el daño causado, y esto no se está haciendo. A más de uno habría que quitarle la licencia como banquero, o inhabilitarle como alto ejecutivo.
El nuevo ministro de economía en España ha sido un alto ejecutivo de Lehman Brothers, el banco que arrastró a todos hacia un posible desastre si no se hubiera actuado con rapidez por parte de los diferentes gobiernos, pero que ha tenido elevados costes. Al nuevo ministro, por si no se ha enterado de lo que pasó en su propio Banco, le recomiendo la película Margin call, que nos ayuda a comprender qué es lo que pasó en 24 horas en una institución financiera, que puede ser precisamente la suya. Por supuesto, a todos se la recomiendo, así como el documental Inside Job. Películas que ayudan a entender más que muchos libros de economía opacos y confusos.
Dicho todo esto, poco se puede esperar de este Gobierno en España, y que ya con las primeras medidas tomadas ha dado claras muestras de por donde van a ir los tiros. No se trata de insistir en los efectos perversos que tienen las medidas de ajuste, de lo que ya hemos escrito en varias ocasiones, pero sí manifestar una y otra vez de que faltan remedios que vayan a la esencia de las causas y no a los efectos. A algunas de esas causas habría que añadir la burbuja inmobiliaria, en la que las finanzas también desempeñan una elevada responsabilidad, y a la que se quiere volver, tal vez como añoranza de un pasado en el que se suponía que España iba bien, mientras se estaban sembrando las semillas de la destrucción económica y de empleo.
Las medidas tomadas, con el fin de resolver el tan denostado déficit público, y que seguramente nos conducirán a más paro y a una recesión, supondrán un deterioro del Estado del bienestar, la investigación, la ciencia, el medio ambiente, la atención a los mayores, y en definitiva, acabarán con lo que ha sido un progreso significativo, aunque no suficiente, de la sociedad española.
por Carlos Berzosa
Catedrático de Economía y ex Rector de la UCM