Se habla de la blandura de los jóvenes, pero no de la falta de referentes y de la obsesión de muchos adultos con “darles todo lo que no tuvimos”. Así no madurarían, podrían tenerlos cerca y controlarlos en su eterna adolescencia.
El 15% de los españoles entre los 16 y 24 años de edad no estudia ni trabaja, fenómeno que se extiende por países ricos y por grandes ciudades del mundo. Esto preocupa a una generación de adultos que “no entienden” esa actitud ante la vida.
Se le llama Generación Ni-Ni. Aunque la crisis y el desempleo recrudecen su situación, una inversión social inferior a la media en Europa y la pobreza relativa que alcanza al 20% de la población española pesan más en esta nueva generación. España arrastra esta realidad desde hace una década, pero estaba maquillaba por la burbuja económica, afirman desde la European Anti-Poverty Network (EAPN).
En México, 38 millones de jóvenes en esa franja de edad se encuentran en la misma situación, pero sin acceso a prestaciones para afrontar el desempleo. El analista norteamericano George Friedman considera que México ocupará un lugar relevante en el plano internacional por su “continuo crecimiento” y su “potente economía”. Sin embargo, una cifra de millones de jóvenes sin estudiar ni trabajar que crece cada día contradice cualquier predicción en ese sentido.
Sin políticas sociales adecuadas, el crecimiento económico produce desigualdades en la distribución de la riqueza, en el acceso a los servicios públicos, a una vivienda digna y al mercado laboral. Sin una formación integral tanto en las familias como en la educación formal, los jóvenes no tendrán las herramientas adecuadas para hacer frente al mundo que heredan.
Los políticos se equivocarían al ver en estos síntomas un problema coyuntural que sólo responde a una de las peores crisis económicas en el último siglo. Cuando esta situación toque techo, los jóvenes se enfrentarán a nuevos desafíos y a la necesidad de un cambio de modelo después de haber pasado meses o años sin estudiar ni trabajar.
El reto de encontrar alternativas no puede quedar sólo en manos de la generación adulta que hoy despotrica contra “los jóvenes” (como si todos siguieran una misma conducta y tuvieran los mismos valores) y que desde hace décadas ha impulsado un modelo basado en el tener por encima del ser. Hablan de una juventud “materialista” y “hedonista”, se quejan de su “falta de espiritualidad” y de que “no valora lo que tiene”. Con frecuencia se oyen reproches como “si yo hubiera tenido todo lo que tú tienes…”. Les sorprende que los jóvenes “no tengan perspectivas de futuro” y que no sepan “hacer nada”.
Esos reproches tienen respuestas muy sencillas para cualquier joven harto de escucharlos: ¿qué ejemplo han dado los medios de comunicación y la clase política que los dice representar? ¿Quiénes se han responsabilizado de educar y formar a los jóvenes a los que demonizan? Hay padres que mandan a sus hijos a misa mientras ellos se quedan en el sofá viendo la televisión y rezando para que las nuevas generaciones sean religiosas y espirituales. Lo mismo pasa con la lectura, el deporte, los estudios y con actitudes como el altruismo y la generosidad, que se aprenden con el ejemplo.
Alguien que nació hace veinte años no puede cargar con la culpa de una sociedad de consumo que se gestó desde el Baby boom y la edad dorada después de la Segunda Guerra Mundial. Trabajo, ahorro, crédito, muchos hijos, casa, coche, electrodomésticos, grandes almacenes… Los adultos que crean que la juventud de hoy está perdida comprobarán, con Generación X, de Douglas Coupland, que estas “generaciones perdidas” ya existían hace tiempo. Comprenderán mejor porqué tantos jóvenes se han desprendido de atavismos y buscan vivir el aquí y el ahora.
Las nuevas generaciones tienen la oportunidad de transformar la falta de valores de un sistema que ha pervertido el sentido de la vida: la gente que es para sus coches, sus televisiones y sus sofás, en lugar de que los objetos sirvan a las personas. Los jóvenes se dan cuenta de que este sistema económico, como todas las ideologías de décadas pasadas (socialismo real, fascismo, nazismo, etc.), convierte a las personas en instrumentos para alcanzar otros fines. ¿Se les puede echar en cara no querer comprometerse con esas formas de esclavitud? Como atacar a la juventud equivale a reconocer fracasos, será mejor remar juntos, cambiar de modelo y dejar de dispararse en los pies.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista y Coordinador del CCS