Releyendo las últimas páginas de sus Diarios (1932-1933), “Los cuadernos robados”, de Manuel Azaña, siendo Presidente del Gobierno de la segunda República escribe, el 23 de agosto, algo que merece la pena aunque sólo sea por su rabiosa actualidad; pero que si nos retrotraemos a tiempos de la Expo-92, celebrada en Sevilla, la situación sería muy semejante. De modo que he querido destacar en este artículo los comentarios que el entonces Presidente del Gobierno vertió en su diario, y que bien podrían parecer de ayer mismo. Cito: “Recibo a una gran comisión de “fuerzas vivas” de Sevilla, capitaneadas por Martínez Barrio (Diego Martínez Barrios [1888-1961], hijo de familia humilde, llegó primero a ser Presidente del Gobierno y luego a Presidente de la Segunda República Española). No falta, claro es –continúa escribiendo el Presidente- el melodramático alcalde. Vienen a pedir dinero. La manía de la grandeza y un errado cálculo de provecho que engendraron la Exposición de Sevilla, y la desaforada granujería que presidió en su administración, han sumido a Sevilla en la bancarrota, más el acrecimiento de criminalidad que la azota. Quieren ahora estos señores que el Estado vierta más millones para salvar al Ayuntamiento de Sevilla. Así están incontables ayuntamientos de España, a causa de los despilfarros a que se arrojaron en tiempos de Primo de Rivera. Hemos cambiado buenas palabras”. Es solo un pequeño fragmento de aquel 23 de agosto.
Pasó lo que siempre pasa en estos casos: Le echaron la culpa “a los otros”, cambiaron buenas palabras, y cada cual se volvió a sus asuntos. Y en esa misma tónica seguimos.
Salvo en el caso de las guerras, y cuando se asesina a sus propios compatriotas (el caso de Videla, en Argentina), y en España en la Guerra Civil y posguerra, son crímenes de lesa humanidad el asesinato, el exterminio, la esclavitud, etc. No entra en este grupo cuando las guerras se llevan a cabo en defensa de la patria. Y sí son muy serios la corrupción, la mentira, que a veces son pecados tremendos, horrorosos. Pero que, salvo el primero que está suficientemente recogido en Estatuto de Roma, nuestra Constitución obvia y creo que deberíamos revisarla y crear leyes que endureciesen las penas, para que los imputados no se fuesen de rositas, pues si los juicios se alargan demasiado, el imputado se va de rositas. Y contar un número mayor de jueces para que los juicios se celebrasen más rápidamente.
Entiendo que estos son los pilares, que han de ser sólidos y así podrán trabajar con las mínimas ambigÁ¼edades posibles.
Sería también fundamental que el bipartidismo empezara a caer, hasta el punto de que los partidos minoritarios tuvieran la oportunidad de estar en los gobiernos, sobre todo aquellos que son verdaderamente políticos, que han dejado trabajos mucho más tranquilos y tal vez mejor remunerados sólo porque lo que a estos hombres y mujeres les importa es sentirse útiles frente a la ciudadanía.
Insisto: mientras no se pongan en práctica estas leyes, me temo que tardaremos mucho tiempo en levantar cabeza. Pues en la mente de casi todos los ciudadanos late el miedo por su futuro -y por el día de hoy mismo- que se va haciendo menos soportable cada día.
Sí. Son hechos que se repiten y gritan remedios paliativos para hacer una sociedad más justa, donde quepamos todos por igual. Pues no solo importa que hayamos conseguido la edad media de vida, cuando otros –amigos, vecinos, conocidos- mueren con una media de edad como si estuviésemos en los años 40 o 50.
Resumiendo: o los políticos hacen las cosas bien o se cierra el chiringuito.
Nada vale nada si no nos movemos dentro del Humanismo Solidario. Lo dijo bellamente José María Valverde: “No hay estética sin ética”.