A algunos nos cuesta más recibir que dar.
No tenemos problema en dar una opinión, dar esperanza,etc. Lo que de verdad nos cuesta es ser un «receptor» agradecido.
Al recibir de otros, estamos reconociendo nuestra necesidad de los demás, y eso no le agrada a nuestro ego. Necesitas la humildad de decir: ‘Te necesito, me haces mejor persona». Esta es una de las reflexiones que suelo poner a diario en mi perfil, y pienso que refleja perfectamente ese momento que tenemos todos en el cual nos cansamos, nos bloqueamos, nos entristecemos o nos desborda el trabajo, necesitas descanso mental, necesitas reciclarte, olvidarte de tus pacientes o dejar durante un tiempo de escuchar, de empatizar con familias enfermos… porque a todos, y digo a todos, nos cuesta desengancharnos y necesitamos también ayuda.
Sabemos lo que decir, ser asertivos, empáticos, pacientes con los demás… pero cuando nos toca a nosotros callarnos y recibir, no sabemos cómo. Estamos tan acostumbrados a dar que nos bloqueamos, somos malos receptores porque solo damos, y algunos no somos capaces de aprender de aquello a los que estás tratando.
Cuando das y a la vez reflexionas sobre las personas a las que estás tratando o aconsejando, tienes que ser capaz de aprender del que sufre el problema, y entonces avanzas y no te bloqueas ni te desgastas. El aprendizaje y la ayuda puede ser por qué no, mutua, como la vida misma.
Unos aprendemos de otros y viceversa. No somos poseedores de la verdad absoluta, aunque los hay soberbios que se creen poseedores de una verdad absoluta.
Triste figura la del soberbio, que no escucha a nadie, sólo a si mismo.
En la vida hay que dar, pero también aprender a recibir, porque para todos hay momentos buenos y malos y es muy importante estar abierto a entender cualquier gesto, palabra, venga de quien venga, para intentar aliviarnos, porque te hará sentir bien a ti y hará sentir bien al otro.