Olvidamos la interdependencia de las desigualdades provocadas por el modelo de desarrollo que causó la crisis. La obesidad y los excesos de los habitantes del norte se nutren de las carencias del Sur, de algún Sur, de cualquier Sur.
Nunca antes en la historia de la humanidad hubo tantas personas hambrientas en nuestro planeta.
El reciente incremento del hambre no es consecuencia de las malas cosechas, está causado por la crisis económica mundial, que ha provocado a su vez una disminución de los ingresos, un incremento del desempleo, el cierre de fronteras para los trabajadores del Sur y el proteccionismo del comercio de los países del Norte. La ecuación es simple, menos trabajo, menos riqueza, menos remesas, subida de precios de los alimentos igual a más hambre.
De este modo se han reducido las posibilidades de acceso de los pobres a los alimentos.
Esta crisis la ha generado el sistema capitalista especulativo impuesto por los países del Norte, que genera y exporta pobreza a los países del Sur. Los habitantes del Sur no tienen cuentas en los bancos, no invierten en bolsa, no tienen planes de jubilación, no especulan, no tienen acciones… no son los causantes de la tormenta que llamamos crisis, pero son los más desprotegidos y los más afectados por ella.
Ante esta situación sólo nos queda denunciar la falta de coherencia de las políticas de los gobiernos de los países ricos y la falta de compromiso como sociedades responsables de esta crisis para con los más afectados por ella.
La reparación de la negligencia financiera de los países occidentales no está ayudando a solventar sus nefastas consecuencias humanas y sociales. Para hacer frente a este problema, los gobiernos han ayudado económicamente a la industria financiera, que ha recibido en un año 10 veces más (18 billones de dólares) que todos los países pobres en 50 años, y como los errores políticos nunca vienen solos, comienzan a recortar los presupuestos destinados a la cooperación al desarrollo y la solidaridad internacional.
Mientras que el Sur pasa hambre y el G8 y el G20 organizan suntuosas reuniones anunciando sus grandilocuentes soluciones, la Unión Europea y Estados Unidos siguen siendo los autores de la mitad de las exportaciones mundiales de trigo, fijando precios que son alrededor de un 40% más bajos que sus costes de producción. La Unión Europea por sí sola es el mayor exportador mundial de leche desnatada en polvo, a precios que representan el 50% del coste de producción, y es además el mayor exportador mundial de azúcar blanco, que vende por una cuarta parte del coste de producción.
En definitiva, continuamos apoyando y alentando el modelo financiero y económico que ha causado esta crisis mientras que los países empobrecidos siguen a merced de las migajas y las fórmulas de dependencia y sumisión. Hablamos, sin que nos tiemble la voz, de países desarrollados y subdesarrollados, de oriente y occidente -como si el mundo no fuera redondo-, de países del primer y del tercer mundo, de países del sur y del norte, de países ricos y pobres… con naturalidad, casi como si aceptáramos que siempre ha sido así y que «así debe de ser». Y olvidamos la interdependencia de esas desigualdades. Porque la obesidad de los habitantes del norte se nutre de la delgadez del sur, las estanterías de nuestros supermercados se llenan del hambre de otros, nuestro consumo desenfrenado necesita la escasez de los que menos tienen, el comercio de nuestras multinacionales ahogan a los campesinos del sur, nuestro ansia de seguridad y nuestras fronteras crean exclusión y muerte, nuestra ambición de desarrollismo ilimitado crea subdesarrollo, nuestra moda y nuestro abrigo necesita de la desnudez del sur…en definitiva los excesos del Norte necesitan la escasez del Sur, de algún Sur, de cualquier Sur.
Los 100 millones de habitantes de los llamados «países ricos» consumen como media 32 veces más que los habitantes de los «países pobres». Ante estas desigualdades, nuestras sociedades, nuestros gobiernos, nosotras y nosotros mismos reaccionamos con estupor, con caridad y, con suerte, hasta con solidaridad. ¿Pero estamos dispuestos a renunciar a nuestra parte del pastel? ¿Nosotros los ricos renunciaríamos a nuestra riqueza para que los pobres sean un poco menos pobres?
Definitivamente no, no se nos rebela la sangre.
Alfredo García
ACSUR Las Segovias