El lunes doce de Enero, tras ir a buscar a mi hijo al colegio, cambié de ropa al niño para llevarlo a su entrenamiento de fútbol y accedí a su petición de ponerle la camiseta de Cristiano Ronaldo que le trajeron los reyes magos por haberse portado bien. Era el pequeño homenaje de un niño de seis años a uno de sus ídolos del fútbol ante la perspectiva de su inminente, y merecido, galardón en forma de balón de oro que iba a recibir esa tarde. Ese galardón, por si alguien no lo sabe, se le entrega por haber sido el mejor jugador del pasado año 2.014. De modo que cuando acabó el entrenamiento del niño, mientras mi hijo devoraba un bocadillo caminando pausadamente a mi lado y yo me comía unas pipas, nos fuimos a casa dando un paseo y hablando de lo bien que lo había hecho en el entrenamiento, de lo mucho que se había divertido, de los goles que había metido y demás. Al llegar a casa, le duché, hizo los deberes y puse una merendola para ver juntos la ceremonia de entrega del balón de oro.
En esas estaba, tan tranquilo junto a mi hijo viendo la televisión sentado en la alfombra del salón con él en mi regazo. Mientras iba pacientemente respondiendo sus incesantes preguntas, o intentándolo. Cuando la presentadora de la gala anunció a Joseph Blatter. Con un zoom la cámara se centró y vimos aparecer al máximo mandatario de detrás de un biombo que avanzaba pausadamente hasta que se dispuso frente al atril y, con un más que fluido francés, empezó a hablar sobre periodismo. Aprovechó que iba a entregar el premio Presidente FIFA al nonagenario periodista japonés Hiroshi Kagawa, para, en el mismo speech, ir haciendo su particular homenaje a los trabajadores de la revista «Charlie Hebdo» asesinados vilmente por dos fanáticos en nombre de la religión islámica tan sólo unos días antes. Un homenaje que, como máximo representante, hizo extensivo por parte de todo el mundo del fútbol a las víctimas del horrible atentado y sus familiares. Un homenaje que me parece ajustado y lógico por los doce muertos de la revista y los cinco de la tienda Kosher de París. Un homenaje que el Domingo anterior fue multitudinario pidiendo que se detenga el terrorismo sea del signo que sea.
Ahora bien, no estoy de acuerdo con el lema escogido: «Je suis Charlie» porque yo no me siento representado por esta revista, a mi juicio propagandística que no satírica.
Si bien, en un inicio, a modo de homenaje a las víctimas y como repulsa a la violencia ejercida por los radicales, sí que compartí en las redes sociales dicho lema, aunque después, tras un análisis más profundo, no puedo ser partícipe de semejante lema.
No estoy de acuerdo con este lema, además de por la propaganda, porque no puedo respaldar semejante ejercicio de demagogia e hipocresía como el realizado por los dirigentes europeos (y mundiales, puesto que desde la administración Obama se enviaron disculpas por no haber asistido a dicha manifestación ningún representante de su gobierno).
Absolutamente todo terrorismo es execrable y repudiable. Me repugna cualquier atentado contra la libertad y la vida de las personas. Como, por lo tanto, me repugna todo dictador.
Así que me es difícil compartir una manifestación, supuestamente antiterrorista y pro libertad, con gentes que no son capaces de condenar de la misma manera la dictadura castrista de Cuba, por ejemplo, que la de Franco en España.
Del mismo modo me da asco ver a un presidente del gobierno español, como es Mariano Rajoy, salir corriendo para ir a París y poder, de este modo, salir en la foto como adalid del antiterrorismo. Parece ser que Rajoy ha olvidado que ha utilizado con fines electorales y después ninguneado, olvidado, estafado y traicionado a las víctimas de ETA. Así que, no estoy de acuerdo en que me metan bajo una misma pancarta, o sigla o lema, con semejante hipócrita y demagogo.
Además, la publicación atacada, como digo, lejos de ser satírica, es una publicación propagandística. Si fuese satírica arremetería contra todos. En cambio, cuando la sátira sólo va en una dirección, la crítica propuesta se convierte en propaganda de determinada ideología.
Así que yo quiero que haya libertad de expresión sí, por supuesto, para decir y hacer incluso lo que va en contra de mis ideas y mi forma de pensar. Pero no como propaganda.
Como sé que el argumento con que me rebatirán lo expuesto es que las viñetas de Charlie Hebdo van lanzadas contra cristianos, musulmanes y hebreos por igual, les diré que es una publicación que se autodenomina atea. Por lo tanto únicamente entienden y defienden el ateísmo como forma de vida plausible. Opinión que se puede compartir o no, que es respetable, también, pero que no es la única. Aunque sí es una de las ideas que se lanzan como válidas. Otra muestra de ser una publicación progagandística es que, cuando ha habido algún conato de disensión entre sus filas referente a algún tema a tratar, éste se ha saldado con la expulsión del que opina diferente. Se posicionan como altavoces de determinado partido político mostrando su parcialidad cuando la parcialidad está reñida con la sátira. En cambio, a mi entender, una revista satírica debería dar cabida en sus filas a gente que se posicionase en todo el espectro ideológico para ridiculizar y lanzar pullas en toda dirección. Como hicieron las magníficas Madrid Crítico o Hermano Lobo, por citar solo ejemplos españoles. Excelsos sí, pero españoles.
Pero no sólo la sátira, porque ser intelectual tiene un significado distinto al que se utiliza.
Intelectual significa ser contestatario con el poder establecido. Pero con todo poder establecido, sea de derechas o de izquierdas.
No se es intelectual si, siguiendo con los ejemplos antedichos, pensamos que un ejemplo de dictador sería Perón o Franco, pero no lo serían Chávez o Castro; decimos que un genocida sería Stalin, pero no Hitler; señalamos que es repugnante el caso GÁ¼rtell pero no el caso de los ERES; escribimos que un miembro de ETA es terrorista pero no el que pertenece a Al Qaida.
Ser intelectual, empero, significa ser crítico con todo gobierno y buscar el bien común desde el pensamiento y la razón.
De hecho, la función de esas viñetas tan crudas y ruborizantes es hacer pensar y abrir conciencias, mostrar la crudeza de la realidad para remover algo en el interior de las personas. En cambio ahora ser intelectual significa defender vehementemente a quien te consiga prebendas. Significa no ser capaz de llamar ladrón a un ladrón por el mero hecho de serlo y, en cambio, realizar todo un panegírico en contra si su ideología no es coincidente con la mía. Significa, por tanto, ser incapaz de medir con el mismo rasero a unos y otros puesto que no vas a arriesgarte a perder los beneficios con los que, si no ahora sí en un futuro, te pueden obsequiar. Quiere decir ser propagandista de determinado partido para que, cuando llegue al poder, te dé lo que te prometió porque por talento no has sido capaz de conseguirlo.
Además de todo lo antedicho, tampoco estoy de acuerdo con que me digan que yo soy de esa revista porque no comparto su humor.
Así que, por todo ello, yo no soy Charlie.