¿Se imaginan a tres o a cuatro senadores españoles utilizando los servicios sanitarios, eso de hacer algo codo con codo mirando para el techo, y cada uno con un intérprete detrás sujetándole el “pinganillo” –de la oreja, claro- porque uno es vasco, otro catalán, otro gallego y el otro de cualquier otra región de España? No se rían.
Sus señorías, pertenezcan a la región autonómica que sea, mientras charlan por los pasillos, toman algo en los bares o se relajan en los gimnasios, piscina y saunas que les han montado, hablan en el castellano común a todos los españoles. Y como de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso, desde hace unos días, en el Senado español se ha impuesto que cada senador pueda hablar en la lengua de su autonomía.
El catalán, vasco, gallego o valenciano ya se utiliza en los plenos para lo cual se necesitan 25 licenciados en traducción e interpretación a los que se les paga el viaje, y su estancia con dietas, amén de sus honorarios, lo que supondrá un coste añadido al erario público de 350.000 euros cada año. Cada sesión supondrá un desembolso de 12.000 euros. No podemos olvidar que, a pesar de la subida de esta partida, que se ha multiplicado por 17, el presupuesto general de la Cámara ha bajado en 2011 en un 6,7% porque, entre otras medidas, el año pasado se bajó el sueldo de todos los trabajadores el Senado una media de un 5%.
Que los senadores se ocupen de estos temas con la crisis que padecemos, con más de cuatro millones de parados, las pensiones congeladas, el recorte de salarios a miles de trabajadores, la suspensión de ayuda al desarrollo social a otros países de los que expoliamos sus materias primas y su mano de obra barata; cuando peligran prestaciones sociales como la puesta en marcha de la Ley de Dependencia que, precisamente, en muchas de esas autonomías no se ha puesto en marcha… esto clama al cielo. Lo peor es que, una vez conseguido ese disparate en el Senado, ya comienzan a pedirlo para que se implante en el Congreso de los Diputados, lo que es contrario a la Constitución, que declara al castellano lengua común que han de hablar todos los ciudadanos, aparte de reconocer la riqueza y conservación de las otras lenguas que se hablen en algunas regiones autonómicas.
El presidente extremeño, Guillermo Fernández Vara, en un alarde de incoherencia, propuso que los senadores hablen en su lengua materna y que luego ellos mismos traduzcan lo que han dicho. No era más disparatado el método Ollendorff: “¡Buenos días”!, “¡Manzanas traigo!”
Cuando las academias de la lengua de 20 países americanos se reúnen, esfuerzan y trabajan en común por la conservación de una lengua que ya hablan más de 400 millones de personas y que es la segunda en Estados Unidos y en Brasil, parece de aurora boreal que nuestros representantes en el Senado, que es Cámara territorial y no Cámara de las autonomías, ignoren la tendencia en un mundo globalizado que se comunica por Internet y que en el propio Parlamento de la Unión Europea, con más de 14 idiomas distintos, hayan reducido a tres las que se utilicen como medida de cordura y el enorme gasto de traductores de tantos países.
Mientras los paraísos fiscales permanecen en la impunidad, así como los responsables de la enorme crisis financiera y económica que padecemos, cuando tantos países de la Unión Europea corren el riesgo de ser intervenidos por ese ente que denominan “mercados”, cuando los países emergentes están haciéndose cargo de la deuda de los países más desarrollados, que compran millones de hectáreas en países de África y de Latinoamérica; mientras se dedican billones de euros a gastos militares y a guerras absurdas motivadas por el control de los recursos naturales, causan vergÁ¼enza e indignación nuestros políticos e instituciones. Como sucedió a los Imperios que tenían a los bárbaros, no a las puertas, sino ya asentados en sus territorios y como “soldados” en sus legiones, se dedicaban a tañer la lira. O como el Gran Sínodo de todas las Rusias que, al mismo tiempo que los bolcheviques tomaban el Palacio de Invierno y se desencadenó la mayor revolución de la historia, tenían como asunto del día “el largo de las túnicas y de los encajes de los ornamentos litúrgicos”.
En la metáfora inicial imagino que los intérpretes, cuando terminan, pero aún siguen hablando, se retiren un paso para que no les salpiquen.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS