Allà donde habitaron galaicos y vascones suenan ya los tambores de las urnas. Son lugares húmedos y verdes, misteriosos y frÃos. Son antiguos, milenarios, pero no más que el resto de pueblos que han poblado, con sus glorias y miserias, la vieja Iberia.
En aquella lejana tierra donde acababa el mundo de los romanos parece no haber más alternativa de gobierno que lo malo conocido. Salvo un cleptómano paréntesis de coalición social-galleguista, desde hace más de veinte años el poder siempre lo ha detentado el mismo partido. Ése al que ni los galones de un antiguo ministro del “Antiguo Régimen†separaron de la sinuosa senda regionalista. ¿No vendrÃa bien una bocanada de aire fresco en aquel pazo largamente inmerso en la niebla polÃtica?
Al este, más allá de astures y cántabros, se halla la dura y ancestral Vasconia. Allà también han mandado siempre los mismos, con la única excepción de estos últimos cuatro años. Dicha anécdota la ha protagonizado una inédita coalición a la que pronto se llamó “constitucionalistaâ€, y que al final resultó no ser ni una cosa ni la otra. Los que allà siempre han mandado pronuncian palabras como patria, pueblo o raza, mientras enarbolan una bandera que tiene trazos de exclusión y colores de odio. Los que, al parecer, a partir de ahora mandarán junto a ellos pronuncian las mismas palabras y enarbolan la misma bandera, pero éstos, además, tienen las manos manchadas de sangre. ¿No vendrÃa bien un grito de dignidad y esperanza en aquel oscuro caserÃo, en aquella profunda caverna?
¿No vendrÃa bien, en definitiva, que en la próxima legislatura las puertas del parlamento gallego se abriesen a una fuerza polÃtica como UPyD, o que el valiente Gorka Maneiro no se volviese a encontrar solo en el parlamento vasco?