Retornamos a la normalidad de la rutina.
Volvemos a los horarios que fijan nuestra conducta y determinan nuestras actividades.
Recuperamos los hábitos que nos hacen confiar en un orden y unos objetivos en nuestras vidas y afanes.
Y rescatamos el espacio y el tiempo que nos dominan como si fuéramos nosotros los que dispusiéramos de ellos para afianzar nuestra voluntad y alcanzar nuestros fines.
Por eso, regresar al trabajo tras un paréntesis festivo resulta incluso apetecible por cuanto significa de “normalidad”, de hacer lo que siempre has hecho sin más sobresaltos que los que aparecen en rojo en el calendario o agujerean imprevisiblemente tu salud y la de tu familia.
Nunca antes había observado la cúpula iluminada de mi lugar de trabajo como si fuese un símbolo: la normalidad que organiza mi vida. Afortunadamente.