Escucha activa
- La comunicación auténtica va dando paso a otra, funcional, para salir del paso, en la que el ‘peso’ de los sentimientos es cada vez menor y donde apenas se escucha al otro. La escucha activa es el primer paso para conseguir una auténtica comunicación y para acoger “al otro”.
Cuatro de cada cinco adolescentes españoles sienten cierto distanciamiento de sus padres porque creen que “no les comprenden” y que, por tanto, “no merece la pena hablar con ellos de sus problemas”. De manera paralela, el 75% de los padres se queja de que sus hijos, sobre todo a partir de los 15 años, no les escuchan.
Asimismo, la incomunicación en la pareja es la causa de la mayoría de los fracasos sentimentales, muy por delante de la infidelidad y de la incompatibilidad de caracteres. De hecho, el 87% de las personas separadas o divorciadas afirma que el principal motivo de su fracaso matrimonial se debió a “la falta de comunicación”.
La principal demanda que realizan las personas que llaman a los servicios de ayuda psicológica en casos de crisis emocional es “ser escuchado”.
La comunicación auténtica va dando paso a otra, funcional, para salir del paso, en la que el ‘peso’ de los sentimientos es cada vez menor y donde apenas se escucha al otro. Y esta es la clave del problema: comunicarse significa escuchar a la otra persona, no solo es hablarle y contarle nuestros pensamientos.
Muchos expertos del cuidado de la salud mental, sobre todo aquellos más próximos a la Psicoterapia Interpersonal, sostienen que la carencia de una escucha activa en la infancia es el principal origen de muchos de los trastornos psicológicos y psiquiátricos que se manifiestan en la vida adulta.
El aislamiento y la falta de comunicación también están presentes con mucha frecuencia en los suicidios, así como en los casos de alcoholismo y otras drogodependencias.
Escuchar de forma activa requiere de un esfuerzo superior al que se hace al hablar y también del que se realiza al escuchar sin interpretar lo que se oye. La escucha activa implica prestar atención al interlocutor, esfuerzo para captar su mensaje y capacidad para descifrarlo con precisión. Eso precisa empatía, saber ponerse en el lugar de la otra persona.
Cuando una persona se encuentra en una situación de crisis emocional, solo con el hecho de compartir aquello que le causa sufrimiento con alguien que le respeta y no le juzga, se “des-ahoga” y experimenta una gran liberación interior, porque las penas, compartidas, ‘pesan’ menos.
Si la persona se ha sentido acogida y el escuchador ha sabido encontrar las palabras para formular las preguntas oportunas que abren la inteligencia, el “escuchado” puede reformularse su situación y repensarse las posibles decisiones que deba tomar en su vida.
Cuando una persona nos escucha sin rechazo, sin interrumpirnos cuando lo que necesitamos es hablar, nuestra autoestima se refuerza y nos sentimos más capaces de encarar situaciones sufrientes.
La escucha activa también produce efectos muy beneficiosos para quien sabe escuchar. Dominar el arte de la escucha es un modo de crecer como persona. Saber escuchar implica estar en disposición de aprender, y para ello es necesario liberarse de prejuicios y de las voces interiores que no nos dejarían atender la voz del que habla desde fuera.
Saber escuchar también es una forma de ganar en sensibilidad humana
Sólo se puede aprender desde una disposición de apertura al otro. Ášnicamente se puede aprender si se sabe escuchar. Esta predisposición al aprendizaje es la que va a dar al buen escuchador la posibilidad de ampliar su visión del mundo. Quien sabe escuchar comprende que existen tantas realidades como seres humanos y nadie tiene el monopolio de la verdad absoluta. La persona que sabe escuchar desarrolla el sentido de la prudencia y de la humildad.
Una sociedad que se vanagloria de proclamarse “del bienestar” a los que estaría más obligada a escuchar sería a los más vulnerables de nuestro sistema social. “La escucha tiene valor moral cuando es una acto sin interés. Si solo escuchamos a los ricos y poderosos, ¿qué valor moral tiene la escucha?”, se pregunta el profesor Torralba Roselló, quien concluye: “Debemos escuchar a los que nadie quiere, ni desea escuchar. Debemos escuchar a los que hablan lentamente, a los que cuentan sus vidas rotas, a los que explican sus dramas personales, a los que sufren la soledad o el asco de existir. Necesitan ser escuchados. En ocasiones, no exigen nada más, solo un oído amable”.
Para comprender a una persona es tan importante lo que dice como lo que no dice, porque a veces el silencio es más elocuente que las propias palabras. El buen escuchador aprende a escuchar los silencios.
En ocasiones, cuando la desesperación se apodera del presente y del futuro de una persona y es imposible encontrar algún sentido al vivir, entonces no existen palabras que puedan expresar lo inefable. En esos momentos, los silencios son el modo de gritar los aullidos del alma.