El hambre nos avergüenza
Foto: mknobilComo en la novela moderna, al héroe-lÃder le ha reemplazado el antihéroe-frágil. No hay más que echar un vistazo al tendal de nuestros polÃticos. ¿Dónde hay un auténtico hombre de Estado? Se trataba de debilitar el sistema, de ahondar en la brecha, de movernos en los etéreos campos de la virtualidad y de lo soft, de caminar deprisa dentro de nuestro laberinto cerrado.
La consigna era “no pensarâ€, dejarse conducir, no atreverse. AsÃ, a los totalitarismos les ha seguido el pensamiento único, guarecernos en la manada y el regreso a comportamientos gregarios.
La publicidad golpea y constriñe a brillar con oropeles, a llamar la atención exterior para que no se detecten el vacÃo y la soledad interiores. Se teme al buen gusto, a esa exaltación de la naturaleza que es la cultura, al equilibrio y a las buenas maneras, a sentirse en paz con uno mismo y abierto a los demás con actitud acogedora.
Existen cuatro tipos de pobres: los que no tienen qué comer, los que no tienen acceso de educación, los que no saben que son pobres y los que ni siquiera saben que son personas. Entre los que no saben que son pobres se encuentran millones de seres humanos que nunca han conocido otra condición y no pueden compararla con la suya. La conciencia de ser pobre supone saberse en una situación injusta.
La humanidad tiene que saberse una. El Hombre no puede huir de sà mismo sin destruirse. En una era dominada por la globalización una lágrima vertida en un extremo del mundo se multiplica torrencialmente por el resto.
Asistimos a la decadencia de los valores fundamentales representados por instituciones construidas a fuerza de voluntad, de experiencia, de generosidad y de audacia. Instituciones que pertenecen a la Organización de las Naciones Unidas, a la UNESCO, al Banco Mundial para el Desarrollo o al Fondo Monetario Internacional, a la Organización Mundial del Comercio, y la Organización para la Agricultura y la Alimentación, la tristemente de actualidad FAO.
Reunidos en “comité de crisisâ€, 600 delegados de 183 paÃses no hicieron más que confirmar la voluntad de los más poderosos de que esa institución continúe vegetando sin aportar soluciones para combatir el hambre en el mundo.
La comunidad internacional cometió el error de desinteresarse por la agricultura mundial. Por eso hibernó a la FAO y mantiene a unos 4.000 funcionarios cuya mayorÃa reside en la sede de Roma, y que consumen su presupuesto.
Se necesitan medio millón de dólares diarios para mantener a los funcionarios de la ONU. La FAO gasta más de un millón de dólares al dÃa, en un escandaloso despilfarro, ineficacia y responsabilidad criminal ante las muertes por hambre y enfermedades derivadas de más de 35 millones de personas al año, 24.000 al dÃa y un muerto cada siete segundos. La FAO denuncia que la crisis es gravÃsima y que el número de vÃctimas se incrementa sin cesar. Esta sà que es la más terrible arma de destrucción masiva.
La ONU gasta unos 30 millones al dÃa para mantener su paquidérmica estructura de funcionarios sin alma.  Porque es preciso no tener conciencia ni sentido de la realidad al contemplar los gastos en armas, en guerras, en narcotráfico, en especulaciones financieras, en desorbitados lujos y en arruinar el medio ambiente con la locura de un consumo irresponsable mientras centenares de millones de seres humanos mueren de hambre.
Los pueblos empobrecidos no necesitan la “ayuda†de los enriquecidos, sino la reparación debida por sus expolios, el reconocimiento de su derecho a cultivar, fabricar y exportar sus productos. Y a que se terminen las subvenciones a productos agrÃcolas en el norte rico y desalmado. Hace años escuché de labios de Julius Nyerere, ex presidente de Tanzania, lo que dijo a representantes escandinavos que le traÃan un dinero: “no les pedimos ayuda, basta con que nos quiten el pie de encimaâ€.
Se conocen el problema y sus soluciones, pero faltan lÃderes mundiales, hombres de Estado capaces de derrotar a la Gorgona de mil serpientes, que es el modelo de desarrollo que padecemos. Permitir que la injusticia campe a sus anchas constituye un atentado contra el ser humano en general. Como bien expresó John Donne, “mientras haya un hombre pobre en el mundo, todos seremos pobresâ€.