Pienso que cuando el primigenio mono llegó a un grado de humanidad e inteligencia, suficiente para tener la panza llena y un abrigo seguro; cubiertas las hambres físicas… supongo que entonces, sólo entonces le daría por mirar al cielo y de inmediato empezaría a reflexionar sobre tantos fenómenos como le rodeaban, desde que nacía hasta que moría. Controlados los miedos animales, entró en esos otros miedos «humanos» y quizá temblando de miedo… empezó a orar para liberarse de dichos miedos.
Hay infinidad de oraciones, muchas de las cuales las conocemos por transmisión oral o por que los más sabios las escribieron, poniendo de su caletre algo para enriquecerlas. Nuestra civilización tiene su máxima oración en el Padrenuestro, que es la única que Jesús deja para la posteridad en ese maravilloso discurso (el mejor de todos los tiempos) cual es el Sermón del Monte y en el que no hay ritos complicados ni nada de lo que después se ha impuesto como costumbre… leerlo es un ejercicio enorme de enfrentamiento… para asumir la cuasi nada que somos… «esa maravilla que es el ser humano en su conjunto» y que como efecto, procede de una Causa que desconocemos, por mucho que nos la quieran explicar… somos creación y no creadores.
En ese Padrenuestro hay una parte que pide el «pan nuestro de cada día» y a la que yo le añadí… «y el pan del alma, dánosle hoy»… puesto que ya y como Cristo dejó dicho, «no sólo de pan vive el hombre»… yo entiendo que ese segundo pan, es incluso más necesario para mantenerse en pie y en vigor… ese ser que ya harto de pensar y deducir, tiene que buscar algo más para seguir «sosteniéndose».
Del principio de «nuestra era» (aunque la era del hombre es toda la historia conocida y… más) me estremecen las oraciones de los estoicos (Séneca, Epicteto y Marco Aurelio): del primero de ellos y de su libro: «Sobre la Felicidad»; copio algunas frases: «Yo contemplaré la muerte con la misma expresión con que oigo hablar de ella. Yo me someteré a las fatigas, sean lo grandes que sean, apoyando el cuerpo en el espíritu. Yo despreciaré de igual modo las riquezas presentes y ausentes. Yo veré todas las tierras como si fueran mías, las mías como se fueran de todos». Sigue mucho más pero como muestra de oración profunda ahí queda.
En el «credo» que nos legó Gandhi (a quién el último virrey de la India, equiparó a Buda y a Cristo) dice en sus primeras frases lo que sigue: «Creo en mi mismo; Creo en los que trabajan conmigo; Creo en mis amigos; Creo en mi familia. Creo que Dios me dará todo lo que necesito para triunfar, mientras que yo me esfuerce para alcanzarlo con medios lícitos y honestos. Creo en las oraciones y nunca cerrare mis ojos para dormir sin pedir antes la debida orientación con el fin de ser paciente con los otros y tolerante con los que no creen en lo que yo creo». Sigue mucho más.
Wagner también nos dejó un credo y en él dice: «Creo en Dios Padre, en Mozart y en Beethoven, así como en sus discípulos y en sus apóstoles. Creo en el Espíritu Santo y en la verdad del Arte, uno indivisible. Creo que este Arte procede de Dios y vive en el corazón de todos los hombre iluminados por el cielo». Se extiende más, pero no se trata aquí de reflejar todos los credos.
En su novela «Quentin Durward»: de Walter Scott; el personaje principal tiene que tener trato con gitanos y entre ellos, hay uno sorprendente y al que tras varios episodios van a ahorcar. Quentin le dice (como creyente que es, cree que el gitano va al infierno si no se confiesa): «¿Qué puedes esperar si no lo haces..? Y el gitano contundentemente responde con esta oración: «Ser devuelto a los elementos. Mis deseos, mis esperanzas, son que el misterioso compuesto de mi cuerpo se fundirá en la masa general, de donde saca la naturaleza lo que necesita para reproducir cuanto vemos desaparecer todos los días. Las partículas de agua que haya en mí enriquecerán las fuentes y los arroyos, las de tierra fertilizarán el suelo, las de aire suministrarán el soplo a los vientos y las de fuego los rayos de Aldebarán y de sus brillantes hermanos. Tal es la creencia en que he vivido y en la que voy a morir. Adiós retiraos, no me incomodéis más. Ya pronuncié la última palabra que se oirá salir de mi boca». Algo que al leerlo me estremeció, lo releí varias veces y por ello lo he traído aquí, pues…
Estoy seguro que todo aquel que se ha logrado ver a sí mismo y luego ha extendido su vista y entendimiento a todo lo planetario o más allá… ha sentido la necesidad de improvisar oraciones y las que creo, son las mejores que se pueden hacer en el momento necesario… «hacia ese misterio que es el ser y existir de cada uno».