Posiblemente, la Ley de Memoria Histórica, no sirva para localizar la tumba del poeta García Lorca a pesar de los múltiples intentos realizados, pero si para ilustrar a nuestros eruditos radicales a la hora de rememorar los luctuosos sucesos acaecidos durante la pasada guerra civil española y obsequiar a docenas de peregrinos, la mayoría del sexo femenino, con la frase que da titulo a esta carta, días atrás, a la salida del metro de Sol. Estos odiadores profesionales, autodefiniéndose como indignados, al grito de ¡¡fuera, fuera, la plaza es nuestra!! y buscando el cuerpo a cuerpo, arremetieron, escupieron, empujaron, amenazaron e insultaron contra este grupo de jóvenes, muchas de las cuales, aterrorizadas, rompieron a llorar. Todo un ejemplo de arrojo y valentía de estos energúmenos, indigentes intelectuales y parásitos sociales, muchos de los cuales continúan viviendo y sangrando a sus progenitores.
Lo que ha resultado de todo punto inadmisible ha sido el comportamiento del ministro del Interior, Antonio Camacho y la inane delegada del Gobierno en Madrid, María Dolores Carrión. Ambos conocían por informes de la policía que autorizar la manifestación de los laicos era un despropósito, y con el recorrido propuesto, una temeridad. La pasividad inicial de los cuerpos de seguridad fue total. ¿A quien y a que obedecía tal actitud? ¿Qué se pretendía? Si esa era la forma de demostrar la democracia con que actúa nuestro gobierno socialista, deberían leer la prensa extranjera para conocer lo que opinan sobre tal comportamiento. Para los ciudadanos españoles, de lo más repugnante.
Veamos Sr. Zapatero: ¿Qué beneficio obtiene o proporciona el reabrir las ya presumiblemente curadas heridas de la Guerra Civil? ¿Qué se logra desenterrando sucesos ocurridos hace 75 años? Dejarse llevar a estas alturas por esa pléyade de inútiles asesores de confianza y abusando del poder del Parlamento, no le ha proporcionado ni un solo voto. Empecinarse en dividir a los españoles actuado al dictado de “el oscuro y sectario grupo que siempre gobernó el país”, ha sido otro de sus grandes errores.
El permitir, siguiendo instrucciones como siempre del todopoderoso Pérez Rubalcaba, la conversión de la emblemática Puerta del Sol en un auténtico muladar y durante tanto tiempo, solo ha servido para cubrirle de porquería un poco más. ¿Cómo se puede pretender la regeneración de España con este tipo de comportamientos?
Las actuaciones de los últimos días protagonizadas por ese colectivo de indeseables, antisistemas, etc. Mercenarios a sueldo de no se sabe quien (pero se intuye). Dedicados a boicotear las actuaciones de los peregrinos de la JMJ solo han servido para incrementar nuestro maltrecho prestigio. No se pueden permitir tales atentados contra la libertad. Las agresividades jamás podrán constituir un instrumento válido para justificar una idea o creencia.
Son muchos los ciudadanos que no entienden ni comparten ese repentino ataque contra los católicos, suscitado con última visita del Papa a España. El comportamiento de ese colectivo que se autoproclama equivocadamente progresista, carece de base y fundamento. Nadie está obligado a peregrinar hasta nuestro país desde Australia o la Patagonia para participar en las jornadas de la JMJ. En ninguna nación europea hostilizan ni maltratan a nadie por ser cristiano. La juventud tiene que quemar energías. El problema radica en la forma que cada uno lo materializa.
En asuntos de creencias y religiones, en España existe libertad total, pero lo que muy pocos se atreverían a negar es la gran labor realizada por la Iglesia Católica, con el Papa a la cabeza, totalmente identificado con misioneros y religiosos que atienden en leproserías por todo el mundo, hospitales contra el sida, centros de asistencia a infecciosos en Asia, África, Iberoamérica, etc. , sin olvidar por ejemplo la gran ayuda que está prestando en nuestras capitales Cáritas Diocesana, con independencia del mantenimiento y cuidado el ingente patrimonio histórico.
Cada cual es muy libre de alegar lo que se le ocurra pero lo cierto es que esos cientos de miles de jóvenes venidos de todas partes del mundo, ninguno de ellos aparentan encontrarse deprimidos, frustrados o limitados sino todo lo contrario. Son de los que creen en el respeto a los demás y confían en la esperanza. No rompen escaparates, destrozan mobiliario urbano ni alteran jornadas electorales. Serán los adultos de ese mañana ya muy cercano que regirán el mundo sin ese odio, sectarismo y perversidad de alguno de nuestros políticos actuales.