Ya te lo dije, amigo. Después…un blues. Por ejemplo, el de Mammie Smith, Crazy blues. Pues a lomos de las notas alargadas del blues de Mammy puedes reflexionar a gusto, a tus anchas, en la divinidad: ese estadio repleto de perlas de colores, dicen, y en donde al parecer tú te mueves como pez en el agua a la espera de la redención del género humano. En la avenida de Don Fedriani te quise preguntar al respecto, pero ya nos liamos por entre las palabras escritas y los trazos del Gran Poder y me quedé con la incógnita de saber qué era eso de la divinidad. Bueno, ya hablaremos del tema en otra ocasión. Y esta vez, no lo olvides, en la República Independiente de La Macarena (Alameda City). De momento, Gonzalo, al blues. Al de Sonny Boy, o Muddy Waters, o Jimmy Reed, o Elmore James, o Willie Dixon, o John Lee Hooker, o B. B. King. O los de Bessie Smith.
Ya te lo señalé por escrito. Después…un blues. Y es que el blues, amigo, revolotea sobre la vida de uno y a uno lo coloca directamente en el carrusel de esta azarosa vida, zarandeándolo para que suelte sin compromiso alguno sus tristezas y también sus alegrías. Pues que en doce compases pasas directamente del infierno a la gloria, y sin enterarte. No quiero que seas una esclava. / No quiero que trabajes todo el día. / No quiero que laves mi ropa. / No quiero tenerte encerrada. / Todo lo que quiero es hacer el amor contigo. (I just want to make love to you, canción de Willie Dixon interpretada por Muddy Waters) ¿Ves? Enmarcado está el hombre de blues en un latido único, en una única pulsación que lo ata y desata al mismo tiempo que lo envuelve en una neblina de signos arrastrados y tocados con infinita ternura, arañados al papel de textura rugosa; que el hombre de blues siempre se estiró la piel entre el terruño “engalanado” de algodón, con su hábito cotidiano y ejemplarizante de la no violencia activa.
Ya te lo dije y te lo señalé en una postal azul, amigo. Después, no lo dudes, un buen blues. Por ejemplo, el de Rory Gallagher, Blues guitar solo. Pues, cabalgando con la Fender blanca, la negra o la de manchas amarronadas de Rory cavilarás satisfecho. Y en esa divinidad, de la que apenas pudimos charlotear, y menos reflexionarla, sacudirás tus entrañas, sin ataduras ni porfía, para que después los que se acerquen despacito a sus contornos acojan sus destellos con el gozo propio de quienes tienen por nombre el de camaradas. Pero bueno, del asunto ya hablaremos a la verita del Guadalquivir, tomando unas cañitas en El pimiento, o mismo paseando por Alameda City, en donde se iza a cada alba la bandera de la República Independiente de La Macarena. Así que, por de pronto, Gonzalito, al blues. Al de los Blues Band, al de Taj Mahal, al de Cannet Heat, al de Fleetwood Mac, al de Ten Years After, al de Jeff Beck, al de Johnny Winter, al de John Mayall, al de Eric Clapton, al de Janis Joplin. O a los de Jimi Hendrix… Ya te lo dije, ya te lo dije. Después, y pase lo que pase, un buen blues: Blues del otoño de Gonzalo Pozo del músico sevillano Gualberto.
(Cuadro: “Otoño” de Gonzalo Pozo “El Divino”)