Las tendencias actuales en el empleo con su destrucción continua y acusada con especial interés en el caso español encienden las alarmas con el pretexto que los mercados laborales europeos en general, el español en particular son poco competitivos y cuyas regulaciones son fruto de la historia y de decisiones irracionales. La competitividad se define en la práctica económica como la ventaja comparativa de nuestros productos sobre la competencia, en el plano internacional, sería sobre la competencia extraeuropea -ya que la UE tiene un mercado común y misma moneda-. Competir con los chinos, los rusos, los brasileños, etc. se hace imposible porque los precios siempre son más bajos en esos países por las condiciones de los sus trabajadores, cobran menos y tienen menos controles de calidad, medioambientales y toda esa retahíla de inventos occidentales que restan competitividad a la economía. La situación se está tornando como insostenible porque las industrias se deslocalizan a los países con condiciones más ventajosas arrastrando a las empresas ajenas a éstas grandes y generando, por consiguiente, mucho desempleo como es España, donde la tasa de éste roza los inaceptables 5,3 millones y se prevé mayor destrucción de empleo [
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2]. La forma única de defenderse de los agravios de la competencia desleal -por estar en condiciones más favorables- es bajando los costes aquí de la producción e intentando equipararse con ellos porque ellos no van a hacerlo teniendo su ventaja y negocio en esto precisamente.En realidad, la única barrera saltada por la competencia extraeuropea para saltar a la UE y competir en igualdad es, efectivamente, la ausencia de tales barreras o su exigÁ¼idad. No hay tenemos protección, se ha fundado bajo los principios del libre mercado y éste, para que funcione ha de situarse en condiciones comparables entre los países en cuanto a legislaciones, en cuanto a condiciones en la producción. Las asimetrías conducen a desequilibrios perniciosos sobre la población europea pero también sobre la de los países productores exportadores. Aquí por las razones ya esgrimidas: nos quedamos sin empleo o tenemos que bajar el nivel de vida. Allí, dependen en su modelo de producción de riqueza del mercado exterior sin más miramientos al interior de sus respectivos países. Ellos ven a los obreros en sus países como meros trabajadores pero no como los consumidores porque los tienen en otros países, deslocalizados, «deslocalización de consumidores». Cuando las puertas dificultan ciertos internamientos en los mercados extranjeros, la situación se saldaría con las intenciones de promover el negocio en el interior de esos países y esto es aumentar el consumo, ¿cómo? Con el incremento de los sueldos, en consecuencia, del nivel de vida y de la capacidad de consumo. Ambos salen ganando aunque, por supuesto, hemos de ser conscientes que, de ponerse en marcha estas líneas habrían de ser progresivas para que se fueran acomodando las distintas sociedades y economías.La egregia vía proteccionista, olvidada por las ilusiones de la «aldea global» y las «manos invisibles» de la economía, toma fuerza con validez a través de la teoría de juegos. Se podría decir, al principio, que el proteccionismo europeo constituiría una tendencia egoísta de defensa pero, como analicé más en profundidad, las dos partes tienen sus beneficios, una vez acomoden sus modelos de desarrollo. En ese sistema, surge de inmediato la competitividad interna por mejorar el mercado del territorio defendido, acotado y delimitado sobre la competencia exterior -Europa en el caso que nos ocupa-: donde se promueve la forma de que el consumo interno europeo consume las cifras más elevadas y con ello la competitividad abandona el dogma de la bajada de los sueldos como reducción de los costes primordial por la elevación de los sueldos como resorte interno de la demanda. La reducción de los costes con fin en producir a precios más baratos se relegaría al uso de las tecnologías más avanzadas y eficientes y a la logística y organización, en consecuencia, podría esperarse un auge en la innovación tecnológica, organizativa y en los sistemas de recursos humanos.
Este sistema debería aunar a las áreas y conglomeraciones de países con condiciones de mercado similares, donde se compita en equidad. El mapa económico del mundo se configura, entonces, en islas de mercados libres y barreras de protección de los «iguales». Con el tiempo, los mercados libres, en prósperas y propicias condiciones migrarán a unirse con otros mercados libres, una vez alcanzados los niveles de referencia de otra de las «islas». El término de la operación abriría al cosmopolitismo, al mercado internacional en condiciones similares y ya, solucionadas las asimetrías, la isla coincidiría con todos los países del mundo, sin barreras pues. Una «aldea global» equitativa, no un engendro social y político de excusa para acciones económicas y de dominación.
No obstante, el lector se preguntará por los bienes ausentes en las «islas» de comercio, por ejemplo, el petroleo en Europa. Hay que señalar que las barreras no es un obstáculo total, unitario y universal, aplicable a todos los productos y mucho menos absoluto. Las barreras protegen, como siempre han hecho y hacen aun las que hay de la competencia que amenaza al mercado interno. En cualquier caso, siempre es beneficioso depender lo menos de países con condiciones muy desiguales porque las relaciones con éstos crean el punto de partida de los desequilibrios mundiales, de la génesis de la pobreza, su mantenimiento, etc. Reducir al mínimo las amenazas y dependencias exteriores, aumentar al máximo las ventajas interior y potenciar la independencia económica y controlar las inevitables relaciones con los países de fuera de los círculos de libre comercio o, como denominé, las «islas». Sin olvidar, al final, que el objetivo es unir, no separar. Los países se pueden incluir en determinadas asociaciones de países cuando cumplan con rigurosos requisitos para garantizar la equidad y que la competencia implique ventajas sociales, competencia con externalidades sociales positivas.