El Día del Medioambiente nos sirve de gancho para reivindicar la ecosofía porque formamos parte de la naturaleza. En el cuidado de las especies animales, nos quedan importantes tareas pendientes.
Gandhi decía que la grandeza de una nación y su progreso moral podían medirse por el trato que reciben sus animales. De ser cierta, esta frase restaría grandeza a países que rompen el equilibrio de la naturaleza para seguir un modelo de desarrollo insostenible.
Tal es el caso de Dinamarca, donde se realizan masacres de delfines en sus costas; o Francia, que permite que sus granjeros engorden a sus ocas hasta que les reviente el hígado. O Japón, donde se organizan matanzas de ballenas en peligro de extinción. Dicen que la investigación científica justifica las prácticas, pero la mayor parte del cuerpo de esos cetáceos se utiliza para piensos de animales de granja.
La matanza de tiburones en China y Japón para obtener sólo las aletas provoca un desequilibrio en el ecosistema que pagarán las demás especies, incluida la humana, si no empiezan a prohibir estas prácticas. España, por ejemplo, lo ha hecho con la caza de tiburones martillo y tiburones zorro, en peligro de extinción.
Otro país en el punto de mira es Canadá, que permite la muerte a palos de focas bebé para producir y exportar pieles. El Parlamento Europeo ya aprobó un reglamento que prohíbe la importación y comercialización de productos derivados de la foca en la Unión Europea. Canadá ya prepara una demanda contra la Unión Europea ante la Organización Mundial del Comercio por obstaculizar el «libre comercio», como si éste fuera un bien supremo por encima de la protección del planeta y del bienestar humano.
Para hacer un abrigo de piel se necesitan 8 focas adultas o 20 focas bebé, según la organización Equanimal, que publica los números de ejemplares de otras especies que se necesitan para fabricar un abrigo de piel: 17 linces, 60 visones, 20 nutrias, 20 zorros, 60 martas, 250 ardillas y 12 lobos.
Más allá de los ‘efectos mariposa’ que estas matanzas pueden producir en la naturaleza, también se plantea el sufrimiento de muchos animales que son apaleados, electrocutados o que agonizan en trampas durante días. Que los animales no sean titulares de derechos y no puedan defenderse ante los tribunales no concede a las personas derechos ilimitados sobre la naturaleza ni patente de corso para infligir sufrimiento innecesario.
Algunas corrientes de la neurociencia y la psicología sostienen que el sufrimiento queda ‘impreso’ en los genes de los animales. Si esto fuera verdad, podríamos padecer consecuencias en la salud si consumimos en exceso productos que provienen del sufrimiento animal.
La muerte cruel de animales no obedece sólo a intereses comerciales. Hace unos meses, en Madrid, un partido político expulsó a uno de sus miembros cuando salieron a la luz unas imágenes en las que posaba sonriente con gatos muertos y sangrando, apedreados por él y por un grupo de amigos.
Más allá de la anécdota, cabría preguntarse por la dimensión moral de una persona que carece de empatía con los seres vivos y que se divierte con su sufrimiento. Quien no cuida las plantas, su entorno y los animales, ¿podría realmente valorar la vida humana?
Mucho del sufrimiento de las especies animales está provocado por modelos de desarrollo insostenibles que alteran los hábitats naturales a velocidades que impiden a las especies adaptarse. Tal es el caso de los anfibios, los animales vertebrados más amenazados del mundo por la deforestación, la desaparición de charcas donde habitan y por el cambio climático. O también han circulado por el mundo Power points con imágenes de osos polares que ven derretirse el poco terreno sólido que les queda.
En el fondo yace una concepción de la vida que pone al hombre frente a una naturaleza hostil contra la que tiene que luchar. Después de tantos avances en la ciencia y en la técnica, junto con la explosión demográfica del último siglo, quedan pocos lugares del planeta por conquistar.
Ahora que se celebra el Día del Medioambiente, conviene repetir que no se trata de fomentar una ecología que estudie la naturaleza como un objeto ‘fuera de nosotros’ cuando en realidad nos habita y todos formamos parte de ella. Se trata de una ecosofía que agradecerían las generaciones venideras.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista