Es difícil imaginar mayor falacia que la de hacernos creer que existen soldados para llevar la paz donde hay rencillas y división. ¿Desde cuando eso? Lo que llevan allá donde van los uniformados es violencia en todos sus grados y formas, y se les paga para que la ejerzan cuando se les ordene. Y se les ordena a diario, por eso no hay noticiario que no cuente alguna guerra o alguna forma de terror llevada a cabo por ejércitos «pacificadores».
El terrorismo se ha hecho crónico en el Planeta. En la gran mayoría de casos se trata de terrorismo de Estado contra sus minorías étnicas, o de Estados terroristas disfrazados de liberales que aúnan sus fuerzas contra un tercer Estado igualmente intolerante disfrazado de otra cosa. Lo del disfraz no quita el terror que unos y otros llevan a la población civil. Y en la población civil surgen a continuación nuevos brotes de terrorismo-respuesta contra el propio Estado o los países que le dañan, originando así una espiral de la violencia difícil de parar porque se van acumulando y entremezclando mucho odio, revanchismo, fanatismo, codicia, deseo de poder, orgullo, pobreza, incultura, ignorancia y desprecio de las leyes espirituales. Todas esas cargas explosivas se mezclan, se enfrentan y retroalimentan: son los virus de una verdadera epidemia mundial.
¿Cómo atajar todo esto? Desde luego no existe un “ejército mundial de pacificadores”, sino ejércitos de invasores con la bendición de la ONU, esa organización al servicio de los más belicistas y mayores traficantes de armas; de modo que no hay una organización social ni un país que se libre de estar a salvo de la pandemia. Por tanto es preciso buscar la solución en otro sitio, y uno descubre con el tiempo que el sitio no está fuera de uno mismo, sino que en el interior de cada persona; que los virus mentales de la agresión, el odio, el miedo, la ambición, la codicia, el deseo de poder, y semejantes – que anidan en el egocentrismo- se neutralizan desarrollando la conciencia con los elementos contrarios: perdón, bondad, altruismo, compasión, solidaridad, cooperación, sentimientos de justicia y hermandad, y otros de esta índole cuya fuerza- si se comparte por muchos -es capaz de cambiar positivamente el mundo y hasta el campo magnético del Planeta, y aumentar a la vez la vibración de la conciencia general.
En el caso del Planeta, sucede que su campo electromagnético está perturbado, lo que provoca, por ejemplo, que las corrientes electromagnéticas que guían las migraciones animales no les sirvan en muchos casos y los animales se desorienten.
¿Cómo sucede esto? Por medio de las emisiones de pensamientos y emociones humanas que son para el Planeta energías de choque que cargan su campo electromagnético y lo alteran, provocando, como reacción natural de la Tierra, toda clase de fenómenos, tales como el temido cambio climático y diversas catástrofes medioambientales que tienden a crecer.
A muchas personas puede parecerles exagerado lo que se afirma aquí, pero es porque ignoran la potencia energética que ejercen cerca de siete mil millones de habitantes de los cuales una abrumadora mayoría emite negatividad a diario, y así durante miles y miles de años las generaciones precedentes. Y como ninguna se pierde, lo que se emite no solo influye directamente sobre el propio emisor, que recibe antes o después lo mismo que emitió, sino que a la vez sobre la atmósfera de la Tierra y en todos aquellos cuya forma de pensar es semejante. Y todos juntos actuando negativamente durante milenios sobre el campo magnético terrestre provocamos que entre en desarmonía y se altere, repercutiendo a continuación sobre el conjunto de la humanidad, pues lo que se emite, se recibe.
Para darnos una idea de cómo influimos en la Naturaleza, vayan unos ejemplos dados a conocer por el mundo espiritual: cuando cortamos un árbol en plena savia, todos los árboles de esa especie en todo el Planeta acusan ese atentado contra su vida. Cuando matamos un animal, todos los de su misma especie sienten su dolor en todo el Planeta, de modo que todo y todos estamos interconectados a nivel energético, y por supuesto, como se viene diciendo, con nuestra madre Tierra.
Pensemos: cuando nos analizamos a nosotros mismos, ¿no descubrimos tan siquiera un poco de alguno de esos perversos contenidos que llevan al terrorismo o a las desigualdades sociales? No es cuestión de declararse impotente, creo yo, y decir: “desde que el mundo es mundo, pasa así”. Sí, así pasa desde que el mundo es mundo porque nosotros somos los mismos, porque nos cuesta mucho cambiar, así que no se trata de resignarse impotentes, sino de convertirnos en verdaderos guerreros y eliminar en nosotros los sentimientos y pensamientos negativos que sirven para matar, producir desigualdades, dañar a nuestros semejantes y a la Naturaleza, animales incluidos. Esto es verdadera vacuna antiterrorista que a la vez contribuye a cambiar en positivo el campo electromagnético terrestre y con ello armonizar y aumentar las fuerzas vitales planetarias de las que nos alimentamos como seres naturales.
Si somos pacíficos y compasivos uno a uno, ningún gobierno puede arruinarnos ni llevarnos a la guerra porque no pueden existir enemigos, sino amigos y amigas, hermanos y hermanas, compañeros y compañeras. Esto es posible si queremos que lo sea, y en la medida que lo hagamos realidad desparecerá el terrorismo y cualquier otra forma de violencia e injusticia, aumentando también la frecuencia vibratoria del campo magnético terrestre, con las saludables consecuencias que eso supondrá para todos nosotros.
2007-2012