Cuando tres más tres no suman seis, sino media docena, no me queda otra más que echar mano de cábalas imposibles para evitar tener que lanzar los dados de nuevo y comprobar que la numerología existencial de nuestras vidas se limita a una cuestión aritmética, aritméticamente imposible, si se me permite el oxímoron idealizado.
Porque el hartazgo ideológico crece en progresión geométrica en mi cabeza trasvasando riadas de progresía hacia lagos salados de liberalismo, en búsqueda y captura ante los poderes fácticos de lo políticamente correcto, en aras de postergar el existencialismo más esencial de nuestras vidas, la necesidad de una batida en retirada de poderes ejecutivos, necesariamente corruptos, que avasallan a los ciudadanos de bien, por obligación, por supuesto.
No te voy a negar que un día creí, luché, y me estrellé contra el muro de la intransigencia maleable de los que no creían, incluso tiré de mi pedagogía de bolsillo pero los años ejercieron de losa y el descrédito ganado con pertinaz insistencia por aquellos que lo merecían me obligaron a recular, asomar por el postigo de mi pensamiento y excusarme ante mí mismo, el de ayer, no el de hoy.
Por ello ahora lucho desde una trinchera diferente, ajena al convencionalismo concertado y desde la libertad libertaria de lo que pudo ser pero no fue y nunca será por culpa de la esencia misma del ser humano, español, se entiende.
La corrupción, la connivencia, el clientelismo, el servilismo y el estilismo de nuestra política, tan casposa como siempre, me obligarían a mirar hacia otro lado a contemplar la vida pasar pero, no, me rebelo, lucho con el único arma a mi alcance, la palabra.
Cuando tres más tres no suman seis, sino media docena, la palabra ofrecida, no arrojadiza, es la única solución, puentes de diálogo en los que todos ceden y nadie gana, estadismo de manual que nadie aplica por miedo, temor, pavor a sus propias ordas de energúmenos envilecidos por la sopa boba del día a día.