A mediados de 1985, una delegación de “notables palestinos” o, mejor dicho, de alcaldes nacionalistas expulsados de Cisjordania por las autoridades militares israelíes, pisó por vez primera la sede europea de las Naciones Unidas, confiando en poder generar una corriente de opinión favorable a los habitantes de los territorios ocupados por el Estado judío tras la guerra de 1968. Los notables trataron de resumir ante la prensa internacional las exigencias de los palestinos. “Queremos un país, una bandera, un pasaporte”. Los representantes de Tel Aviv que presenciaron el encuentro respondieron lacónicamente: “Eso, ni lo sueñen”. Los protagonistas de aquel episodio pasaron a mejor vida. Algunos regresaron a su país; otros murieron en el exilio…
El Estado palestino fue proclamado el 15 de noviembre de 1988 en Argel, durante una reunión extraordinaria del Consejo Nacional de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). A la plana mayor de la organización se sumaron delegados procedentes de Cisjordania y la Franja de Gaza. Las autoridades israelíes estaban al tanto de su presencia en la capital argelina. Sin embargo, optaron por no tomar represalias; el ejército estaba demasiado ocupado combatiendo a los chiquillos de la Intifada. Recuerdo que aquél 15 de noviembre hubo pocos fuegos artificiales, pocas manifestaciones de júbilo en la noche jerosolimitana. Sin embargo, al día siguiente, los habitantes árabes de la Ciudad Santa se saludaban con una sola palabra: enhorabuena.
Quienes pensaron que aquella ceremonia iba a desembocar en el derrumbe de Israel, el “gigante con pies de barro” de las primeras semanas del levantamiento popular palestino en el final de la ocupación y la retirada de las tropas hebreas, se equivocaron. Hubo que esperar otros cinco años hasta la no menos solemne firma de los Acuerdos de Washington, otro “hito” en la accidentada historia de Palestina. Otro engaño, otro desengaño…
En efecto, cuando los palestinos aún confiaban en la aplicación a rajatabla de los Acuerdos de Washington, el entonces primer ministro israelí, Itzak Rabin, recordó a sus impacientes vecinos que “no había fechas sagradas”, que el proceso se podía dilatar e incluso aplazar sine die. Pero, ¡ay!, cometió un grave error de cálculo; las maniobras dilatorias aceleraron la radicalización de la sociedad hebrea. El resultado fue… un magnicidio.
No, jamás hubo fechas sagradas en el malhadado “proceso de paz” israelo-palestino. Los sucesivos Gobiernos de Tel Aviv trataron por todos los medios de obstaculizar el diálogo bilateral. Los pretextos empleados: diferencias lingÁ¼ísticas, terrorismo, irrelevancia o inexistencia de interlocutores válidos. Yasser Arafat fue el primer interlocutor “irrelevante”. Su sucesor, Mahmud Abbas, artífice de los Acuerdos de Oslo, pasó de ser “irrelevante” a… “inexistente”. Sin embargo, hace apenas unos días, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, le instó a negociar un acuerdo bilateral. Y ello, porque Abbas tuvo la peregrina idea de llevar el asunto de la soberanía a las Naciones Unidas, sabiendo positivamente que el no-Estado que representa había sido reconocido por 126 de las 193 naciones que forman parte del foro internacional.
El presidente de la Autoridad Nacional espera poder obtener para su país un estatuto de Estado de pleno derecho, lo que le permitiría firmar tratados internacionales e iniciar acciones legales contra Israel ante el Tribunal Penal Internacional.
Y si para Benjamín Netanyahu los palestinos no están preparados para la paz, quien lleva la voz cantante ante la ONU es el presidente norteamericano Barack Obama, ferviente defensor de la primavera árabe en todas sus versiones, aunque enemigo jurado de los atajos en el camino de la paz. Obama, que hace apenas unos meses abogó desde la tribuna de la ONU en pro de la creación de un Estado palestino, decidió adoptar una postura más… prudente. ¿Sintonía con Israel? ¿Necesidad de asegurarse los millones de votos judíos en las elecciones presidenciales de 2012? Hace años, un viejo congresista estadounidense confesaba: “Cuando el lobby judío nos exige tirarnos por la ventana, la pregunta no suele ser “¿Por qué?” sino… “¿desde qué piso?”
Hoy en día, los habitantes de Cisjordania y Gaza tienen una bandera, un pasaporte. ¿Y el Estado? Los palestinos siguen soñando.
Adrián Mac Liman
Analista político internacional