Por ALBERTO PIRIS.
Si Europa mostrara la misma indignación por lo sucedido en Palestina que la que muestra por la negativa de Rusia a suministrarle gas, el mundo no tendría que mirar a la Casa Blanca para encontrar la solución al conflicto.
Si no queremos convivir con el horror o, lo que es peor, ser cómplices de él, es obligado esforzarse por abrir un camino que permita entender lo que está ocurriendo. Esto resulta muy difícil ante el riguroso control de la información -arma de guerra- al que Israel ha sometido a los medios de comunicación. Sólo sabremos lo que los atacantes desean que sepamos. Lo demás habrá que intuirlo, adivinarlo o averiguarlo mediante otras fuentes, también sometidas a la subjetividad propia de un conflicto de esta naturaleza.
Es imposible resistirse a la necesidad moral y de justicia de estar cerca del que sufre. Era justo y necesario estar del lado de los judíos perseguidos y exterminados por los nazis y es justo y necesario estar del lado de los palestinos hoy atacados por el Ejército de israelí. Ejército al que apoya, no se olvide, la inmensa mayoría del pueblo que con insistencia se viene proclamando sucesor de los que sufrieron el Holocausto. Ejército, el de Israel, que también sacrifica hoy (no otro significado tiene la palabra “holocausto”) a otro pueblo que es, como eran los judíos para los dirigentes de la Alemania nazi, un obstáculo para sus designios nacionales y chivo expiatorio de todos los males que aquejan al pueblo elegido, sea éste el ario o el preferido por Jehová.
Si cualquier otro país del mundo se hubiera servido de la fuerza militar como lo hace ahora el Gobierno israelí, sobre él habría recaído la condena más severa; sus embajadores habrían sido expulsados de las capitales del mundo que se tiene por civilizado y hasta su propia pertenencia a la ONU habría sido puesta en entredicho.
El Gobierno de Israel no es un régimen nazi, pero viene haciendo tabla rasa de cualquier norma internacional que pueda afectar en lo más mínimo a sus intereses. Es el país que más ha violado las resoluciones del Consejo de Seguridad y el que menos ha sido castigado por tan continuada vulneración. Es el miembro rebelde, indisciplinado, pendenciero y peligroso de la comunidad internacional, además de estar provisto. La excepcionalidad israelí está avalada, apoyada y sostenida materialmente por Estados Unidos. Para ello, utiliza patrones de medida distintos para Israel y para el resto del mundo.
Resulta natural, pues, que todas las miradas se dirijan a Estados Unidos cuando se trata de resolver este enrevesado problema. Si la solución está en Washington, Obama tendrá algo que decir y algo que hacer al respecto. Lo poco que hasta ahora se le ha oído no es muy esperanzador: “Si alguien lanzara cohetes contra mi casa, donde duermen mis hijas, haría todo lo que pudiera para impedirlo”, dijo, sosteniendo la hipótesis israelí de que la invasión de Gaza es consecuencia de los ataques palestinos con sus cohetes de fabricación artesanal.
Su ecuanimidad no le llevó a considerar que el pueblo encerrado en la mayor prisión que existe hoy en el mundo, la franja de Gaza, también ve llover sobre las casas donde duermen sus hijas toda la furia destructora del ejército más potente de Oriente Próximo.
Ante esto, es obligado sentir la vergÁ¼enza de pertenecer a la Unión Europea. Preocupada por la falta de calefacción que supone un problema para muchos de sus ciudadanos, muestra su honda indignación con Rusia, a la que acusa, sin demasiada razón, por la escasez del suministro de gas y amenaza con represalias, pero no es capaz de mostrar la misma irritación ante al reiterado asesinato de palestinos que se está produciendo en su más inmediato entorno.
Incapaz de una acción conjunta, Europa mira a la Casa Blanca, esperando que desde allí venga la solución milagrosa del problema. ¿Y si Obama, como quienes le precedieron, sigue su misma línea de actuación u otra muy parecida? ¿Seguirá Europa retorciéndose llorosa las manos, limitándose a mostrar su indignación ante un horror que pudo ser evitado si hubiera actuado con más decisión? Todo nos induce a sospechar que, mal que nos pese, así ocurrirá.
Alberto Piris
General de Artillería en Reserva