El imperio de la Ley es más adecuado que la ‘guerra contra el terror’ para combatir a un enemigo que no es un ‘todo homogéneo, como luchas veces es presentado.
Con el título La ‘guerra contra el terror’ estuvo equivocada, David Milliband afirmaba en un artículo de opinión los errores esenciales cometidos por Bush y sus aliados después del 11 de septiembre de 2001. El secretario del Foreign Office (ministro británico de Asuntos Exteriores) se refiere al error de las democracias desarrolladas de reaccionar con instrumentos militares y no con los medios habituales para afrontar los actos y las amenazas terroristas.
Desde el momento en que Bush declaró que Estados Unidos estaba en “guerra universal contra el terror”, se inició el camino hacia el fracaso.
Aparte de los efectos de militarizar la acción antiterrorista de los gobiernos, la guerra contra el terror contribuyó a la impresión de que existía un enemigo “unificado y transnacional”, escribe Miliband, “personificado en la figura de Osama ben Laden y en Al Qaeda”. Pero, “la realidad es que las motivaciones y las identidades de los grupos terroristas son variadas. Si Lashkar-e-Taiba está enraizado en Pakistán y lucha por recuperar Cachemira, Hezbollah pretende recuperar los altos del Golán y los grupos insurgentes de Iraq, suníes y chiíes, atienden a muchos otros intereses diversos”.
Esta generalización contribuye a reforzar su nocividad y a hacer el juego al terrorismo en general, porque se unifica en nuestras percepciones a grupos dispersos que, con frecuencia, muy poco tienen en común. Claro está que los terroristas se ayudan entre sí cuando esto les favorece. El IRA, ETA y Baader-Meinhof, recuerda Miliband, “han utilizado el terrorismo y a veces han cooperado entre sí, pero sus causas eran muy distintas y la cooperación, oportunista. Lo mismo ocurre ahora”.
El más grave error de la guerra contra el terror es que apenas presta atención a las causas que hacen surgir los grupos terroristas. No se discute que hay que enfrentarse a ellos con todos los instrumentos del Estado; donde surgen las discrepancias es en el modo de hacerlo. Tampoco es discutible la necesidad de evitar el flujo de armas que facilitan sus acciones criminales y de los recursos financieros que permiten su supervivencia y su regeneración cuando son quebrantados. Pero para conseguir esto no es necesario desencadenar guerras, invadir países, ocuparlos y destruirlos, sino afinar los instrumentos de seguridad del Estado, que son los más adecuados para conseguir tales finalidades.
Miliband recordaba que el general Petraeus, cuando era el responsable inmediato y directo de las tropas ocupantes de Iraq, le confesó: “La coalición no podrá resolver, matando, los problemas de la insurgencia y la guerra civil”. Era una forma velada y discreta de reconocer el error esencial que cometía su comandante en jefe, el presidente Bush, el fanático impulsor de la guerra contra el terror.
Concluye el autor de este modo: “Hemos de responder al terrorismo promoviendo el imperio de la Ley, porque es la piedra angular de la sociedad democrática. Debemos confirmar nuestra dedicación a los derechos humanos y las libertades civiles dentro y fuera de nuestros países. Á‰sta es la lección de Guantánamo, y por eso felicitamos a Obama por su intención de suprimirlo”.
La guerra contra el terror confundió a muchos pueblos y dirigentes políticos; creó una falsa solidaridad en torno a Estados Unidos, herido por el fanatismo terrorista, y encaminó esos esfuerzos solidarios por una senda equivocada e ineficaz: la guerra. Pero como sugiere Miliband, “las bases de la solidaridad entre los pueblos y las naciones no deben asentarse sobre la oposición a algo, sino sobre la idea de lo que somos y de los valores que defendemos. Los terroristas ganan cuando generan miedo y ansias de venganza, cuando siembran divisiones y animosidad, cuando fuerzan a los países a responder con violencia y represión. La mejor respuesta es negarse a ser amedrentados”.
Si la llegada de Obama a la Casa Blanca permite eliminar, de una vez para siempre, el concepto de “guerra contra el terror” del vocabulario de las relaciones internacionales, se habrá dado un gran paso para aliviar la crítica situación en la que se encuentra el mundo, herencia del grupo de fanáticos iluminados que desde Washington han manipulado a su gusto y sin escrúpulos a vastos sectores de la humanidad.
Alberto Piris
General de Artillería en la Reserva