Si partimos de la idea de que la segunda bestia es la «persona artificial», heredera por contrato del Estado, en el sentido de Hobbes, la tercera bestia es el etiquetador / el acusador posmoderno.
Con la metáfora de la «bestia», nombraría fundamentalmente a lo que intenta despojar al hombre de su dignidad humana y llevarlo a la situación-límíte que lo vuelve insensitivo al degradarlo, animalizándolo. El hombre como presa vulnerable, así como el acosador, se arriesgan a estas conductas. Ambos se hacen víctimas de todo lo imprevisible, además de la imprudencia, ya que toda provocación implicita una reacción, sea perceptible o no. Provocar es una llamada al encono. Aún una flor que se defiende con espinas puede castigar a un imprudente.
La adaptación biológica y la ley natural dan pocas opciones. En las relaciones humanas, sumisión-obediencia o dominación-liderazgo. El control efectivo, más cuando es empático, origina liderazgo. Confianza. Los antagonismos violentos fueron lo que acondicionó al «hombre natural» a confiarse / en la dominación, así como en la respuesta de aceptación pasiva que, a su vez originaría el Estado. Hobbes llamaría a este proceso la «cooperación egoísta» por razón de vulnerabilidad. Cierta cantidad de ego da auto-estima y dignidad. Sea cualquier razón la que produzca un despojo de ego, hay una frustración que, tarde o temprano, tendrá que compensarse.
En este proceso descrito, aún los agresores tribales crearon la segunda bestia, la que finge que no teme, la que suma las fuerzas de quienes se han doblegado y viven la abstracción del artificio. Hobbes entendió que el segundo hombre-social es temible, o por decirlo de otro modo, un Leviatán. Pez grande que se traga al pequeño.
El tercer «hombre social» se siente con la responsabilidad de vencer al «hombre artificial» que viene comiéndoselo lentamente y ante él se siente vulnerable. Este tercer individuo, en nuestros tiempos, es quien valora los efectos de la Gran Ciudad en su mente individual y piensa que pierde tal batalla. Los antagonismos con esta experiencia que transforma la mente, la noción de autonomía y ego, hacen que el tercer hombre busque, no siempre vanamente, preservar la individualidad de su existencia, redefiniendo su libertad contra los poderes soberanos de la construcción de su sociedad, el peso de su herencia histórica y la cultura externa y artificial que, a la sazón, requieren otras técnicas de vida. No se puede romper fácilmente con la dependencia del «hombre artificial» y sus aparatos, porque él mismo es dependente de la actividad complementaria de quienes le preceden como constructores del Leviatán.
Recobrar la valentía del hombre dionsíaco, sus valores de salud y voluntad de poder y autonomía (los valores preconizados por Nietzsche) como prerrequistos de una vida egodistónicamente valiosa, por encima de las comunidades estrechas y enfermizas, es tan arduo como hacer triunfar los valores que el socialismo ha promovido en su afán de condiciones sociales que libren a la humanidad de la tara de la competencia y del egoísmo oprobioso.
El tercer «hombre social», si bien mejor equipado para administrarse creativamente dentro del mecanismo social-tecnológico que estructura las ciudades de hoy, tiene el problema de una incredulidad profundizada y potencialmente hiriente y autodestructiva. Este es uno que condena a la izquierda [porque no quiere al «aguafiestas», siendo que éste, en la práctica, degrada la esencia pura de la asociación, sustrato del que la unidad y el consenso debe hacerse. La izquierda con la fuerza, o la coersión, criminaliza su humanismo. Y a la fuerza, ni los zapatos entran.
También el tercer «hombre social» echa sus ascos contra la derecha, porque controlan el mundo para sí y no permiten que ellos disfruten plenamente de los ritos de su carpe-diem y su visión del encanto estético. El tercero comprende que no hay paraísos, celestiales o terrestres, pero está cautivo en un presente cínico. La interacción simbólica origina una mayor consciencia del ego y sus apetitos hedónicos, como si el Carpe-Diem, «Bebemos, comamos y gocemos», fijara su norma como en la remota Edad Media oscurantista, Si «reos somos» ante los Peces Grandes / como el Gran Leviatán de los mares, «mañana moriremos», lo que mienta teóricamente que el futuro, como tal, no está en el horizonte.
En el reino de la tercera bestia, aquello de «a la tercera, va la vencida», no existe. Se avalan las dificultades del impulso de socialidad y, aún con el anhelo de un libre-juego que propicie la interdependencia asociativa, motivada por amistad, la alimentación garantizada, la cordialidad y belleza / gratificación de todo tipo, el análisis de sus redes sociales desmiente la solidaridad. Georg Simmel, por amistad e influencia de Max Weber, vaticina el surgimiento del «carácter» del tercer hombre social. Da una reminiscencia del Tipo Sociológico Ideal de Weber, pero también nota, en sus estudios como «Metropolis and Mental Life» (1903 y la «Filosofía del Dinero» (1907), que estamos en la antesala de «The Stranger» y «The Social Boundary», ante un hombre con problemas con la unión necesaria con el otro. Simmel llamó a este proceso generador de asociació, «togetherness», y para que las personalidades, capaz de unidad y empatía
social triunfen deben ser menos acusadoras, menos individualistas, sin abandonarse a la agresividad y la negligencia ante los otros.
Lo que un ser humano, sea intelectual o no, puede hacer para originar un cambio social suficientemente significativo y generacionalmente bueno, va más allá de las etiquetas. Lo que se asocia explicativamente a etiquetas (lejos de hacer que se desprendan los perfiles de su significatividad) siempre es muy pobre, esquematizador y termina por reducir las apreciaciones a la condición de ser enemigo o aliado; o como se dice hoy, asunto de personas de derechas e izquierdas. Las etiquetas son sectarias, parcializadoras, excluyentes y temporarias. Son como estereotipos y generalizaciones. A los etiquetados bajo el epígrafe de la tercera, no les gustan las clasificaciones, porque son muchas sus tribus en la generación posmoderna; pero, es obvio que ellos como etiquetadores, son los más activos. Urgen que no se les meta en los primeros dos encasillamientos. Que con ellos, derecha-izquierda, no se les asocie ni por equivocación.
Lo mejor que se ha generado entre la población humana, como esperanza de un cambio social, o de una crítica válida para las pasiones en la Naturaleza, es romper con la interpretación mecanicista del comportamiento. Menos Hobbes y más Simmel. En tal espacio de rotura, se instala la dignidad humana y, a partir de ahí, puede irse hacia crecimientos cualitativos y conscientivos. Quien dice que no hay ni hubo dignidad humana no tardará en decir, como Hobbes: «homo hominis, lupus» / el hombre es un lobo para su semejante. Lo fue y lo será. Y, contemporáneamente, cambio social y revolución están significando una y otra cosa en términos del individuo que cree en dicha aspiración y que está dispuesto a llevar a cabo, cambio social y revolución anti-mecanicista.
La etiqueta viene sobrando. Los cambios hay que iniciarlos en la capa más profunda de lo social, en el interior. En la historia del género humano, como observara Samuel Adams, regula más el imperio de los sentimientos que el de la razón. El que quiera ver el bosque social sólo debe dejarse de fijarse en la etiqueta del árbol que desenfoca el horizonte.
Desde que la teoría política lo permite y ésto es también una observación de Samuel Adams (1722-1803), patriota estadounidense, enjuiciando doctrinas y el significado de las palabras y el conocimiento que guardan, concluyó que los tiranos tienen sus herramientas para dañar las significaciones y, entre tales («Tools of a Tyrant», hay dos que son temibles: las etiquetas y las burocracias. Estas dos herramientas ceban la doctrina sicológica del determinismo y separan al hombre auténtico y sentidor de sí mismo, convirtiéndola en la representación de otro, el fingimiento del acepto, bajo la condiciones impuestas.
Uno puede diferir de Thomas Hobbes, lo mismo que de Samuel Adams, pero, siendo diferentes, coinciden en lo mismo. La Gran Tiranía / el Estado Absoluto / es sustentado através de herramientas ideológicas que pervierten y corrompen, quitándole realidad y relevancia a los hechos de la información que se deberían conocer. En cuanto ésto ocurre, el ciudadan tiende a no identificarse más con los grandes valores futuristas. La apatía y la.desafección con respecto a lo político es lo que crece. Hobbes dice que el temor de la guerra deshumaniza la Polis y la devuelve a la barbarie. ¿Qué permaneció de las reformas de Solón en el siglo VI? ¿Qué de la grandeza y decadencia de Atenas? ¿Qué pasó da partir de la victoria contra los persas y Guerra del Peloponeso (Tucídides), qué con Pericles y el proyecto político de Atenas?
Quienes dicen que ni hay dignidad humana ni futuro, porque la violencia es demasiado recurrente, son los adoradores de las etiquetas. Para éstos, J. P. Sartre era un defensor de los totalitarismos, Heidegger un Nazi y, yendo a los tiempos de Hobbes mismos, habría qie etiquetar al ateo, blasfemo y profano», al estlo de los calificativos de la época. Eso es lo que se hace siempre, con este afán colorido y simplista de colgar cartelitos taxonómicos.
No es sólo hoy, en los tiempos posmodernos, que la información se ha convirtido en mero entretenimiento y cortinas de humo, hechas de palabrejas ad hoc. La fragmentación en la esencia del sujeto, en su participación como ciudadano, su postura ante el Estado Tradicional, es algo que remontaría a la Grecia antigua, a la Grecia en que la Retórica y la función de los sofistas fueron técnicas de dominación. Las herramientas de los Tiranos sirven al fin de tergiversar replanteos de La Política de Aristóteles. ¿No hay en «La República» de Platón una inquietud en torno a Gorgias, Calicles, la ley de la naturaleza y el fin de la Polis? Después de la transformación de Alejandro Magno: ¿como funcional las herramientas de la Tiranía mediante una antipolítica del individualismo, digitada por los «Cínicos».
Con Hobbes se intenta negar el carácter social de la naturaleza humana en la formación de la pélis; pero, ese «Leviatán» metafororizado tiene el germen que describe el gobierno como una maquinaria de muchas piezas. El novelista y escritor francés Honorato Balzac dio el nombre de su rostro [su Leviatán se llama burocracia] y sus procedimientos al decir: «La burocracia es un mecanismo gigante operado por pigmeos». También nos advirtió que los pigmeos, es decir, los funcionarios del gobierno, sus particulares rostros, son antidemocráticos, prepotentes e insentivos. «Las democracias están secuestradas por la burocracia».
Y ésto es así porque los funcionarios que hacen operar el gobierno y lo representan, ante la sociedad, se sienten muy seguros de sus cargos y sólo entienden un conjunto de normas como su deber: (1) Lealtad a su propio sistema de nóminas; (2) la defensa a capa y espada de sus propios «empleos».
Ahora bien, toda discusión en torno a diferencias de fondo, es una pérdida de tiempo. El cambio social, en medio del mundo caótico y cínico que vivimos, lo moviliza el que no se siente una víctima lista para la boca del Depredador. Si cree que el Lobo triunfará por siempre, ¿para qué ha de contarse con usted?
Con las etiquetas se preservan dos tipos de fenómenos contraproducentes: primero, la defensa al argumento de que «el Hombre es y será una Bestia», no importa cuánto se les cosmetice, o se narcotice. Esta defensa mienta que ni individualmente ni colectivamente hay una dignidad humana que pueda ser la norma para todos. En ese «estado de naturaleza, sin ley sancionadora, hay que comprenderle al bárbaro, al inmoral hombre / mujer embrutecidos / su propensión a pasiones violentas y desenfrenos.
En segundo, hay un tipo de fenómeno que se opone a esa conducta del hombre-bestia que no soporta ni su propia sombra cuando se ejercita con su guerra de todos contra todos: «Bellum omnium contra omnes». Este momento en que surge una «voz interior» contra la brutalidad y miseria del mundo fue estudiado por Thomas Hobbes y, con cierto pesimismo, lo llamó «hombre social, hombre de contrato». Mas desde esa voz interior / necesariamente política, Hobbes vaticinó la Segunda Bestia. El parece hablar con cierta ternura sobre cómo, en el pensamiento humano, es posible una comprensión sobre cuán «solitaria, pobre, desagradable y breve» es la existencia; pero no. He aquí un hombre, temeroso de la Guerra y la violencia civil, que crearía una teoría de Gobierno Civil y la forma de tratar a las «personas artificiales».
Con esta teoría, él buscaría que se conciliara su concepto monárquico de complacencia con la figura del Soberano. En su propuesta de la Autoridad Central, se odecerá al rey co o «el comandante de Dios en la tierra». «La teoría ética de Hobbes lleva a la doctrina política del poder soberano absoluto». ¿Pero resuelve el asunto del estado natural de guerra de todos contra todos? No. De hecho, aquellos más tensionados y urgidos, que son la generación de lo que sobreviven en lucha por la vida y en disolución, conocerán más violencia con la agravante de que están desarmados y mediante el Contrato Social se han atado de manos por confianza en quien será un futuro opresor. A éstos, «personas naturales», Hobbes opone la «persona artificial» o fingida que entra al gran teatro del Estado / el Leviatán, el monstruo ballena de los Mares.
La Segunda Bestia es un pueblo sometido por el Estado. El Estado o Gran Autoridad Central creará con este pueblo una monstruosa porción de humanidad, que no tendrá el «estado de naturaleza», el vínculo pasional de lo primiginio y presocial que antes tuvo, sino una moralidad artificiosa, legislada a través de una cooperación ego-centralista. El miedo como mal consejero hizo al hombre natural apresurarse con la renuncia a los derechos naturales y los objetos del deseo que habían sido y serán buenos y adecuados facilitadores de la felicidad: la amistad (solidaridad), la riqueza y la inteligencia.