Permanecer alejado del teléfono fijo o de la computadora ya no sirve de coartada para dejar de responder a llamadas o correos electrónicos. Hace diez años, nadie anticipaba la posibilidad de ver los emails en la pantalla del teléfono portátil, pero hoy no sorprendería una nueva Blackberry que funcionara debajo del agua para poder comunicarnos mientras nos duchamos o nadamos en la piscina.
Internet permite que un estadounidense pueda enterarse de algo que ha sucedido en Pekín antes que una persona que vive en otra ciudad china. Ya no hace falta estar sentado frente a una pantalla. Los accesorios de última generación permiten chatear, entrar en Facebook o leer las noticias mientras entra una llamada de teléfono en el mismo aparato.
Estos avances han transformado la vida de las personas, sobre todo en el lugar de trabajo y en el hogar. Cada vez más empresas combinan trabajo presencial en oficina con teletrabajo que sus empleados hacen desde su casa. Esto incrementa la flexibilidad y la rentabilidad aunque, para algunos, en detrimento de las relaciones humanas. Dicen que, al final, las personas trabajan más horas. Se llevan el trabajo al salón de su casa y al dormitorio. En la cama, antes de dormir, algunas parejas habitan mundos distintos, él con su computadora portátil y ella con el suyo. La última acción del día consiste en apagar y cerrar. Van desapareciendo los espacios de intimidad.
Gandhi ya nos había advertido de estas paradojas. Los avances tecnológicos han acortado las distancias, aceleran nuestra comunicación con los demás y facilitan el conocimiento de lo que sucede en el mundo. Esto no se traduce en una simple liberación del tiempo, sino en una creciente complejidad en las actividades diarias y en la creación de nuevas necesidades. En la medida que utilizamos las tecnologías para superar obstáculos, van cambiando las metas. En este proceso surgen nuevos problemas que copan el tiempo que las tecnologías habían liberado.
A esta creciente complejidad se suma la utilización de las tecnologías para satisfacer comportamientos adictivos, para llenar un silencio insoportable o para paliar la soledad. A pesar de tener miles de “amigos” en redes sociales y de hablar con mucha gente a lo largo del día, muchas personas se sienten solas en las grandes ciudades. Llegamos a creer que comunicarse con más frecuencia equivale a comunicarse mejor.
Se puede tener miles de amigos en Facebook y no cruzar palabra con los padres, con los hijos o con la pareja. Internet camufla la timidez de personas que felicitan los cumpleaños, comentan las fotos y comentarios de sus contactos enFacebook y que luego no saludan cuando se coincide en el mismo lugar. Tener muchos “amigos” en los perfiles de redes sociales parece dar seguridad, status y popularidad, aunque a veces no se trata más que de un espejismo.
Las personas pueden incorporar las nuevas tecnologías a un consumo desenfrenado que los economistas y nuestros políticos recomiendan para salir de la crisis, pero que nos llevan a nuevos proceso de enajenación. Hacer del consumo y los avances un fin en sí mismo convierte a las personas en medios para alcanzarlo. Es decir, en herramientas. Ahí está el error.
Las nuevas tecnologías nos han permitido darnos cuenta de que, a pesar de todos los avances, aún vivimos en un mundo donde impera la injusticia social. Estas herramientas nos ayudan a denunciarlo y a unir a millones de personas por causas comunes por medio de redes virtuales. En esos mundos, los ciudadanos pueden encontrar la voz que hoy no encuentran en una “democracia representativa” que no los representa a ellos, sino a intereses privados de una minoría privilegiada.
Renegar de la tecnología y culparla por ciertos desequilibrios psicológicos y sociales impide servirnos de sus posibilidades a la hora de acercar a las personas y de mejorar su vida. Volver a la edad de piedra a estas alturas, conociendo esas posibilidades, constituiría un acto de irresponsabilidad. La auténtica revolución consiste en no engañarnos a nosotros mismos y adquirir conciencia de que se trata sólo de una herramienta –pero una gran herramienta- que tendremos que conocer para dominarla y utilizarla en nuestra búsqueda de la felicidad. De eso trata la vida.
Carlos Miguélez Monroy
Coordinador del CCS y periodista