Desde la implantación de la democracia en España, la mayoría de los partidos políticos, en algún momento pensaron incorporar a sus programas electorales tres reivindicaciones, que prácticamente todos los ciudadanos votarían afirmativamente, a saber: modificación del sistema electoral eliminándose las listas cerradas, total desaparición de subvenciones a partidos políticos, sindicatos y patronal y una ley de huelga que regulase con meridiana claridad los derechos y deberes de empresarios y trabajadores ante este tipo de conflictos.
Resulta incomprensible que existiendo unanimidad en los tres planteamientos, ninguno de ellos haya prosperado jamás, quedando en simples promesas. Una vez celebradas las elecciones generales, el partido ganador sufre amnesia total sobre estos temas que son orillados con el mayor de los descaros hasta los próximos comicios, en los que volverá a reproducirse la misma situación.
Centrándonos exclusivamente en la relativa trampa de las listas cerradas, consideradas por muchos como un auténtico fraude, es cierto que las incorporaciones de los candidatos a diputados, senadores o concejales, no se producen únicamente en base a su preparación y conocimientos, sino en función de la lealtad, dependencia y servilismo hacia el responsable de confeccionar dichas listas. Tan deleznable procedimiento limita de raíz las posibilidades de poder elegir a los más capacitados. El figurar o no en las malditas listas, garantiza o priva de disfrutar de un saneado sueldo y demás prebendas durante cuatro años, y en muchos casos limitándose a acudir al Congreso y votar según la orden del líder.
Los sistemas electorales no son la panacea para resolver todos los problemas que padece el país, como considera un amplio colectivo, pero no es menos cierto que ayuda a solucionar cierto número de ellos, mejorando el nivel democrático en los partidos, en incluso, la desafección ciudadana hacia los políticos.
Existe total coincidencia en que ningún sistema electoral es perfecto, si bien en España, lo que no se cuestiona es que si se abordase la citada reforma, el desbloqueo de las listas, sería indispensable en línea con la personalización del voto como ocurre en Europa, pero lo verdaderamente vergonzoso es que los dos grandes partidos, PP y PSOE, huyen de tal propuesta que les impediría imponer a los suyos y con ello perder la potestad de manejarlos y manipularlos a su antojo.
A modo de ejemplo, con listas abiertas, ¿alguien cree posible que en el PSOE prosperase la candidatura de José Blanco, ex ministro de Fomento, o la de Ana Mato en el PP? Obviamente ninguno de los dos partidos cometería tal torpeza y si serían mucho más cautelosos a la hora de elaborar las mencionadas candidaturas. Un elevado porcentaje de problemas no son resueltos actualmente por desconocimiento de posibles soluciones, sino por tremendos enfrentamientos y conveniencias personales, unido a la férrea oposición de unos malos políticos y peor elegidos a los que solo les preocupa sus propios intereses y seguir viviendo a costa del depauperado bolsillo de los contribuyentes.