La historia del Museo Nacional de Ciencias Naturales no se entiende sin la figura de Pedro Franco Dávila, primer director del Real Gabinete de Historia Natural fundado por Carlos III en 1771. La Ilustración española fue un marco idóneo para la prosperidad de este criollo amante de la ciencia que reunió en París uno de los gabinetes más completos de la época. Javier Sánchez Almazán, conservador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC), coordina una obra que recorre la vida y la obra de este ilustre personaje.
Tres ciudades marcan la trayectoria del protagonista de esta obra: Guayaquil, la ciudad de su infancia y juventud; París, donde atesora su fantástico gabinete y estrecha relaciones con los científicos más destacados de la época; y Madrid, la última etapa de su periplo vital y donde culmina su carrera dirigiendo el Real Gabinete de Historia Natural.
Con Javier Sánchez Almazán viajamos a lo largo del siglo XVIII de la mano de este hombre singular. Hijo de un sevillano y de una criolla de origen andaluz nace en 1711 en Guayaquil, una ciudad del importante virreinato de Perú. A los quince años se incorpora a la actividad comercial de la familia, dedicándose a la adquisición de cera y tabaco. La afición de Dávila a la historia natural tiene mucho que ver con sus viajes de juventud, en los que pudo disfrutar de escenarios naturales muy diferentes. Pero la ambición de su padre va más allá del continente americano y se dirige a la metrópoli, coincidiendo con el auge del comercio del cacao, lo que motiva el viaje de ambos a España en 1731. Lo que desconocían entonces era que, por distintos avatares, ninguno de ellos volvería a su tierra natal.
En 1745 se instala en París, el auténtico corazón de la Ilustración, donde residirá un cuarto de siglo. Durante la Ilustración una fiebre coleccionista, a la que no es inmune Dávila, se apodera de Europa; no hay persona de la realeza, la nobleza o la burguesía adinerada que no tenga su gabinete de curiosidades. En estos gabinetes cabe todo: animales, vegetales y minerales nunca vistos, lo cual se ve favorecido por los viajes y las expediciones científicas que tienen lugar en esa época.
Aunque es evidente que Franco Dávila era un apasionado coleccionista, también era un gran estudioso de la historia natural y tenía criterios muy claros sobre el sentido de las colecciones. Si bien buscaba lo raro y lo curioso, anhelaba fundamentalmente los ejemplares que aportasen nuevos conocimientos para entender mejor la historia natural. Y esa pasión, atemperada por su criterio científico, es lo que le permitió formar un gabinete considerado como uno de los más importantes de su tiempo. Aunque para ello hubiese de gastar todo el dinero heredado de su padre y esquilmar el de su madre y hermanos, del que era depositario.
La publicación del Catalogue en 1767, un auténtico tratado de historia natural que describe de modo pormenorizado los distintos ejemplares y piezas de su fantástica colección, persigue no sólo llegar al mayor número de compradores potenciales, no necesariamente versados en historia natural, sino también dejar constancia del valor científico de sus colecciones y describir las piezas más representativas para que puedan ser estudiadas por los naturalistas.
El reconocimiento científico tras la publicación del Catalogue, se traduce en nombramientos por parte de las sociedades científicas europeas más ilustres, como la Academia Imperial de Ciencias de San Petersburgo o de Berlín. Pero no será hasta 1776, ya como director del Real Gabinete, cuando es admitido en la más prestigiosa de todas: la celebre Royal Society de Londres.
Las buenas relaciones de Dávila con el mundo ilustrado español hacen posible finalmente, tras dos intentos infructuosos, la adquisición de su gabinete por la Corona en 1771. Un oficio, fechado en octubre de 1771, informa a Dávila de que el rey Carlos III aceptaba su gabinete y le nombraba director vitalicio del mismo con el sueldo anual de 1.000 doblones sencillos. Al año siguiente Pedro Franco Dávila se traslada a Madrid, donde residirá hasta su muerte, para dirigir el Real Gabinete de Historia Natural. Su tesón, su conocimiento del mundo natural, su amplia red de contactos y su cosmopolitismo consolidarán el Real Gabinete de Historia Natural como una de las instituciones más célebres de la época.
Ana Mazo, investigadora del MNCN, y buena conocedora de la época carolina, nos habla de la figura de Carlos III y de su interés por ampliar el horizonte cultural de sus súbditos. Este interés se tradujo no sólo en la creación del Real Gabinete, sino en un apoyo decidido a la propuesta de reforma de la Universidad; al establecimiento de instituciones adecuadas para el desarrollo de la investigación; y a las Sociedades de Amigos del País, que acercaron el progreso a los ciudadanos. Sin duda, en ello influyó su inteligencia a la hora de solicitar la opinión de expertos en las diferentes materias.
La muerte del rey, en 1788, frustra el proyecto de instalar el Real Gabinete en el magnífico edificio que proyectó Villanueva -actualmente el Museo del Prado- y provoca la dispersión de sus fondos, que fueron a parar a distintos museos; en particular, el Museo de América y el Museo Etnográfico tuvieron su origen en los fondos del Real Gabinete. Otros museos beneficiados con sus fondos fueron el Museo del Prado y el Museo Arqueológico, por no hablar de las piezas o ejemplares que desaparecieron por codicia o ignorancia.
Las colecciones de minerales y rocas de constituían una parte muy importante del gabinete que formó Dávila, hasta el punto de dedicarle un tomo entero de 656 páginas de su Catalogue, donde las clasificó en tres categorías: Tierras, Piedras y Minerales. Según nos relata Begoña Sánchez Chillón, investigadora del MNCN y conservadora de dicha colección durante once años, llama la atención que la procedencia de los minerales, que en la colección actual del Museo Nacional de Ciencias Naturales es española en un 53%, en la colección original de Dávila no representara más de un 1%. También resulta curiosa la ausencia total de meteoritos. En opinión de Sánchez Chillón, las piezas más raras, más llamativas desde el punto de vista estético, con una mayor calidad y mejor cristalización pertenecieron a la colección de Dávila.
Una de las claves estéticas del pensamiento ilustrado es la visión indisoluble del Arte y la Naturaleza, como señala Delia Sagaste-Abadía, especialista en arte de Asia oriental, que nos habla de un aspecto menos conocido de los intereses de Dávila como es el coleccionismo de «curiosidades de arte» asiáticas. Las curiosités adquiridas en su etapa parisina figuran en el tercer volumen del Catalogue en el que cita en torno a 280 objetos procedentes de China, Japón, Tailandia, Camboya, Mongolia e India, y cuya mayor diversidad corresponde a las piezas de cerámica y porcelana. Merece destacarse también un pequeño pero selecto grupo de objetos lacados.
En una segunda etapa, ya como director del Real Gabinete, continúa con la adquisición de piezas, pero con el ánimo científico de completar de forma sistemática una visión panorámica del mundo y de la historia. Aunque el origen sigue siendo diverso, muchas piezas son enviadas expresamente de Filipinas por orden real. Entre las «curiosidades de arte» encontramos instrumentos musicales, piezas talladas en marfil, objetos decorativos y de tocador de orfebrería, ajuares de mesa, pinturas, libros, armas, indumentaria, etc. El hecho de contar desde su inicio con una dirección clara, configuró una colección valiosa desde un punto de vista artístico y cultural, y coherente con las tendencias de su tiempo.
Entre los valiosos fondos custodiados en el Archivo del MNCN, hay que prestar especial atención a la colección iconográfica de Johannes Le Francq van Berkheij. Este médico y naturalista nacido en Leiden (Holanda) en 1729 sentía pasión por la anatomía y disecaba y dibujaba animales utilizando las láminas y los libros que le proporciona su abuelo anticuario. Según Carmen Velasco, anterior responsable del Archivo del MNCN, van Berkheij es heredero de la escuela de los artistas holandeses y alemanes del Renacimiento.
Muy famoso en su tiempo, van Berkheij reunió una colección de láminas de historia natural que destaca por su valor artístico y científico, cuyo catálogo apareció en 1784. Alertado por el cónsul de Holanda, Dávila le aconseja comprar todo lo que se pueda de dicha colección. Cuando el MNCN informatizó la colección en los años noventa, se contabilizaron 4.296 láminas, a las que habría que añadir otras 252 que se recuperaron en 2009. En lo que se refiere a las láminas de zoología hay láminas de casi todos los grupos; además, hay láminas de minerales y fósiles. Las láminas de plantas las custodia el Real Jardín Botánico (CSIC). Hay dibujos hechos con grafito, a carboncillo, a tinta, a sanguina, acuarelas y óleos, así como un elevado número de grabados, xilografías y calcografías. Además de van Berkheij, se han identificado más de 50 artistas de los siglos XVI al XVIII, entre los que merece destacarse a Durero.
Las artes decorativas y los instrumentos científicos constituyen la parte más desconocida de las colecciones del MNCN, como relata Julio González-Alcalde, conservador durante muchos años de esta colección. Entre las piezas más notables, está la gran mesa de Manila, un exponente de los productos de Extremo Oriente que llegaron con el Galeón de Manila. Esta mesa de más de 2 m de diámetro se fabricó con una sola pieza de madera de un árbol conocido como narra (Pterocarpus indicus). Otras mesas de gran interés son las cuatro mesas de piedras duras, fabricadas cuando Carlos III era rey de Nápoles y Sicilia. Estos tableros, cuyo proceso de manufactura, conocido como taracea, era largo y complicado, consistía en el encaje de unas piedras en otras, hasta conformar una mesa de gran belleza. Otras piezas singulares del mobiliario son la librería y el reloj encargados por el conde de Floridablanca.
Las piedras bezoares son sin duda algunos de los elementos más sorprendentes. Estos cálculos del aparato digestivo o de las vías urinarias de rumiantes eran considerados como amuletos o antivenenos en el siglo XVIII. Sus virtudes -según se decía- eran innumerables: igual curaban la rabia que deshacían las piedras de la vejiga o alejaban la tristeza y la melancolía. Llegaron a alcanzar precios tan elevados que los pobres que no podían pagar tales sumas las alquilaban por un día durante las epidemias de peste. En el museo se conservan cuatro piedras bezoares, dos de las cuales están montadas en plata. Por último, y como muestra del notable nivel de investigación del Real Gabinete en el siglo XVIII, hay que señalar dos microscopios construidos en Inglaterra: un microscopio simple-compuesto, construido por George Adams hacia 1750-1770, y un microscopio compuesto construido por Dollons hacia 1780.
Los estudiosos de la historia natural disfrutarán con esta obra muy bien documentada y por la que transitan algunos de las figuras más ilustres del siglo como Pablo de Olavide, el conde de Floridablanca, Celestino Mutis, Campomanes, el Padre Flórez… Pero también lo harán quienes simplemente deseen conocer mejor una de nuestras instituciones más señeras: el Museo Nacional de Ciencias Naturales.
Referencia bibliográfica:
Sánchez -Almazán, J. L. (coord.). 2012. Pedro Franco Dávila (1711-1786). De Guayaquil a la Royal Society: la época y la obra de un ilustrado criollo. Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid.
Fuente: www.mncn.csic.es