A decir de la Prensa, el domingo 27 se produjo un “peligroso tiroteo en Lavapiés”, consistente en dos disparos al aire realizado por un agente de policía que estaba siendo agredido cuando, junto con otro agente, intentaba salir del lugar con un detenido esposado.
Twitter y otros memedifusores han propagado diversas interpretaciones absolutamente contradictorias de los hechos, lo cual es sorprendente porque todos los opinantes hemos visto el mismo vídeo. Así, algunos ciudadanos declaran haber sido testigos videográficos de un episodio de brutalidad policial, mientras otros afirman, como yo, que lo que ha ocurrido ha sido un intento de agresión a los policías cuando cumplían con una de sus funciones: hacer más difícil la vida a los delincuentes.
De acuerdo con mi percepción de los hechos -o mejor dicho, del vídeo de los hechos-, la agresión se produjo por parte de un grupo de individuos que no estaba conforme con el hecho de la detención; motivo por el cual se acercaron a los agentes de forma amenazadora.
Uno de los individuos gritaba mucho y hacía aspavientos blandiendo una zapatilla de deporte, quizá con la intención de asustar a los agentes y hacer que huyeran despavoridos, mientras los demás, menos gritones pero más efectivos, primero permanecieron expectantes y luego lanzaron sobre los policías y el detenido diversos objetos, principalmente bolsas de basura y otras porquerías.
Aunque, quizá, sea exagerado calificar la conducta inicial de los individuos como agresión, lo cierto es que conforme pasan los segundos se observa un aumento de violencia de los ciudadanos, particularmente la de señor de los aspavientos y la zapatilla, quien además de jalear a los otros contra los agentes, llega a darle algunos zapatazos a uno de éstos; quien, por supuesto, no se queda poniendo la otra mejilla y utiliza algún tipo de instrumento para defenderse.
Tenemos serias dudas de que el verbo aporrear -como se dice en la Prensa- sea el más adecuado para describir los varazos que uno de los agentes atizó al ciudadano de la zapatilla, y es que que no se aprecia gran insistencia ni machaque en la conducta del agente, sino más bien una intención de mantener a raya al iracundo ciudadano, seriamente disconforme con la actuación policial. De brutalidad policial, nada de nada.
Tampoco estamos muy de acuerdo con la percepción de algunos periodistas que afirman que la reacción más sorprendente de los policías fuera la extracción del arma y los disparos al aire; ante todo porque no es una reacción sorprendente -el agente utiliza los medios de que dispone para mantener a raya al grupo de disconformes y agresivos ciudadanos-.
Algunas reacciones ciudadanas han centrado su crítica a la acción policial sobre la peligrosidad de soltar dos tiros en mitad de una calle concurrida y sobre la contradicción que supone actuar de forma represiva sobre quienes en todo caso forman parte del último eslabón de una cadena mafiosa.
En mi opinión, sin ignorar el hecho de que los disparos son siempre acciones problemáticas, lo cierto es que los que se ven y oyen en el vídeo se realizan para reducir el peligro físico para los agentes, que están a punto de ser alcanzados por el grupo de individuos con finalidades evidentes de agresión. Además, al menos el primer disparo se realiza de una forma técnicamente adecuada, por lo que la posibilidad de producir un daño colateral han sido las mínimas posibles.
Ahora bien, a pesar de que creo que los disparos se han realizado reduciendo al mínimo el riesgo para los potenciales agresores y terceras personas, también opino que el autor ejecuta una mala táctica apuntando con el arma al grupo de disconformes. Y ese es el único punto que se puede reprochar a la intervención.
Por otro lado, no quiero valorar en este momento si la venta de productos falsificados o discos pirata debe o no debe ser delito -esta cuestión es lo bastante seria como para merecer mucho más que una entrada en exclusiva-, pero en todo caso, el hecho es que los policías detuvieron al detenido porque había indicios de que el detenido estaba cometiendo un delito, y ese es el motivo de base que no debería olvidarse cuando se analiza el asunto.
En todo caso, este suceso ha dejado claro que la estrategia de intervención policial en los barrios es una de las asignaturas pendientes en la política de seguridad ciudadana; y desde luego muchas mentes tienen que cambiar de actitud y conducta para que las actuaciones policiales sean interpretadas como favorables a la comunidad y no como una agresión a los ciudadanos.
A mi juicio, el análisis de este desagradable asunto debería ser la base de una autocrítica de la Policía Municipal sobre su presencia activa en Lavapiés y en cualquier otro barrio de la capital.