¿Es usted de los que viven y dejan vivir, piensan y dejan pensar, hablan y dejan hablar sin rencor ni temor?
¿Es de los que aparentan lo que son y toleran a los que no son lo que aparentan?
¿Es de los que no se callan ante las injusticias, y practican la justicia hacia sí mismos y en su entorno?
¿Habla de paz, incluso se manifiestan por la paz y a la vez vive en paz consigo mismo, con su propio mundo de pensamientos, sentimientos, sensaciones?
¿O es de los que tienen un pensamiento militante nacionalista, anarquista, comunista, socialdemócrata, católico, fascista, o de cualquier otra nomenclatura que exprese identificación frente/contra otros a los que considera adversarios a quienes quisiera ver callados o sometidos o eliminados, y a los que solo ve desde la mirilla de su ideología?
Si su modo de pensar es fragmentado, cerrado en sí mismo, excluyente, y por consiguiente, alejado de la realidad, que es totalidad, que incluye y no excluye, entonces usted vive en conflicto, y quien vive en conflicto no tiene paz, vive en desarmonía interior y genera conflictos. Así que una persona en estas condiciones puede ser fácilmente una especie de pirómano social.
El pensamiento militante es un pensamiento limitante. Las mismas letras separan dos mundos. Esto lo revela la física cuántica (por ejemplo, el Nóbel David Bohm), lo expresa el pensamiento filosófico milenario (por ejemplo, el Tao Te King y los Vedas) lo sabe y practica el misticismo de todas las épocas (hinduista, sufí, cristiano) y lo confirma la enseñanza original del cristianismo. (No esperen encontrar estas enseñanzas en ninguna de las Iglesias que se apellidan “cristianas”).
Lo que Cristo vino a decirnos incluye todos esos aspectos y muchos otros, proporcionando una visión holística, incluyente, de cada uno de nosotros como energía activa y parte de los otros, la naturaleza y los animales, el Cosmos material y el Cosmos espiritual. En esa visión se habla de un Dios amoroso e igualmente incluyente, que por tanto no castiga ni excluye de Sí a nadie en ningún Infierno.
A pesar de todos los obstáculos y trucos de los poderes dominantes político-religiosos, de tanto intelectual arrogante, de toda la pléyade de filósofos amantes de Descartes y de multitud de científicos anclados en Newton, la historia de la humanidad converge en demostrar que existe UNA corriente con diferentes matices –pero UNA – en que se reconoce a la realidad como un Todo en el que cada uno de nosotros se halla inmerso y donde la única oposición a sentirse integrado en él no es otra que el intelecto como expresión de un yo dividido y por tanto, en conflicto entre mente y conciencia, entre razón y corazón, entre el ser y el querer ser. División y conflicto, sea cual sea el lugar donde los encontremos, es lo contrario de unidad y armonía, de orden y equilibrio. Por tanto, están fuera de la corriente dela Unidady llevan a la fragmentación que impide la visión de la totalidad y suponen negar la realidad e interpretarla en lugar de conocerla.
Toda esa división y su consecuencia, el conflicto, no nacen del Ser como realidad absoluta, sino de un intelecto mal canalizado y por ende al servicio del ego o yo inferior, que en vez de expresar el Ser, la realidad como totalidad, sólo es capaz de expresar fragmentos del ego a los que se empeña en categorizar como expresión de verdades absolutas.
Da igual que el terreno sea la ciencia, la filosofía, la educación, la política o cualquier otro: el resultado de una mente fragmentada son pensamientos fragmentados, aislados del conjunto y en conflicto con los de su misma naturaleza. Esto es muy visible en los programas de enseñanza, donde la realidad se divide en asignaturas que se ignoran entre sí, y dentro de cada una de ellas vemos diferentes puntos de vista enfrentados según los autores, pero lo mismo sucede en cualquier área de actividad humana. Lo más normal es encontrar en cualquiera de ellas segregación, separación, conflicto entre ideas, proyectos y personas.
En este sentido, la distancia entre mente y corazón se puede decir que es la mayor de todas las existentes y la que nos indica el grado de aproximación de cada uno a una visión holística superadora de la parcialidad. Esa misma medida sería aplicable a la humanidad como conjunto. En la nuestra prevalece una inmensa separación: en el lugar del corazón se suelen poner las vísceras o los intereses egocéntricos, y la distancia entre cada uno de ellos y los pensamientos es mínima. Otra es la que los separa del corazón.
Cuando alguien se identifica con una parte de la realidad que ha extraído del conjunto, inmediatamente se coloca a la defensiva, tiende a hacerse militante y a convencer a otros de la validez de su elección, intentando arrastrar a otros hacia su parcela. Esto, que es consustancial con esta clase de civilización basada en la rivalidad y la competencia, es el modo de proceder de la mente cautiva. La mente cautiva puede ser conducida fácilmente hacia el fanatismo por otras mentes más fuertes, y como militante desprecia el libre albedrío para imponer su voluntad. Su objetivo final sería la universalidad de la parte y que la humanidad entera se identificase con ella pretendiendo que esta sea el todo. Por ejemplo, si usted pertenece a una ideología determinada, sea política, religiosa o filosófica o de otra índole, ya ha hecho una elección. ¿Supone entonces que el mundo debe ser configurado del modo que usted lo ve? Tal vez creerá, si es que va de buena fe, que defender su parcela y convencer a otros para que formen parte de ella sería un bien para todos. Entonces uno dice cosas como estas: Oh, es que yo soy nacionalista y tengo razón, o soy comunista o fascista, católico, ateo, capitalista, y tengo razón. Y así. Todos quieren cambiar el mundo y configurarlo a su modo de ver. Todos quieren tener razón. Pero eso no es otra cosa que fanatismo.
Un fanático es peligroso porque tiende al desprecio o al odio de quienes no piensan lo mismo y esa agresividad puede en su grado más extremo matar a otro o conducirle a él mismo a la inmolación por defender su causa, buscando con esta autoexclusión extrema, el debilitar a aquellos que ha considerado sus enemigos.
A poco que se piense, el fanatismo es el origen de las religiones institucionales, de las muchas escuelas de control mental, de los partidos políticos, los sistemas económicos y las mismas naciones. Y a los fanatismos doctrinales se unen fácilmente los fanatismos particulares y las muchas formas de desequilibrio mental.
Fragmentación, identificación, conflicto: estos son los pasos del proceso de extrañamiento de uno mismo y de los potros; estos son los cimientos de la guerra personal y de cualquier otra guerra o enfrentamiento. Fragmentación, identificación y conflicto son los hijos naturales del intelecto que aspira a ser conciencia de la realidad, pero desprecia la realidad de la conciencia.
Ahora nos puede venir la pregunta de si el intelecto es conflictivo por sí mismo, si es esa su naturaleza. La historia de la humanidad muestra que lo es. Sin embargo no es conflictiva la mente unida a la conciencia de la realidad (no de su interpretación unilateral).
La admiración que se siente normalmente hacia los intelectuales, considerados como exponentes acreditados del valor de la razón, en mi opinión se debe más que nada a la confluencia de tres poderes que se apoyan recíprocamente: el poder de los medios de comunicación, el poder de las instituciones educativas y el de la industria cultural. Estos tres poderes se asientan sobre algo que necesariamente tiene que existir. Ese algo es el ego intelectual, la ignorancia de las mayorías y su atraso espiritual. De todo ello sacan buen partido los gobiernos y las iglesias, esos nidos de intelectuales.
Las mayorías son fácilmente engañadas por quienes les son presentados como modelos de inteligencia, pero en cualquier caso son conducidas a admirarlos y respetarlos. Se les hace sentir que un escritor, un filósofo, un científico, un jerarca religioso, un dirigente político, pongamos por caso, pertenecen a una categoría superior, a una élite de sabios.
Pero ninguno de esos intelectuales es un sabio: es tan solo un ilustrado. Puede haber leído mucho y escrito mucho sobre esto o aquello, pero si no ha realizado en su vida aquello que lee y dice; si no ha pasado la barrera de la mente intelectual para buscar lo que se oculta tras ella, si no ha puesto su conciencia por encima de su ciencia no es más que una persona culta. Pero eso no es sabiduría: es simplemente conocimiento.
La mente de las mayorías, sin embargo, acepta con mucha facilidad los dictámenes de los considerados como sabios, y tienden a imitarles en mayor o menor medida, considerando que ellos representan verdades importantes a las que seguir. Es así como estos fariseos adquieren una enorme responsabilidad moral por llevar a otras personas a sus mismos errores en lugar de proporcionarles herramientas para que puedan liberarse de los propios. Esto marca la diferencia entre el fariseo y el sabio. En este, la integración de cuerpo, alma y espíritu en armonía impide la aparición rectora del yo intelectual, del ego inferior que desea poseer, ser admirado, aceptado, y fácilmente convertido en un arma de combate o en una fuente de ingresos. Esta es la consecuencia final nefasta del pensamiento cautivo, el pensamiento del fariseo que solo conduce a la sumisión, a la dependencia y al conflicto.
Por no ver con claridad nuestra realidad espiritual, que trasciende a la mente intelectual, nos cuesta tanto asumir la condición de nuestro verdadero ser, que es libre y que es posible acceder a sentirlo cuando podemos liberarnos de los prejuicios intelectuales de todo tipo, de la admiración hacia quienes los fabrican, y del egocentrismo que asfixia nuestra conciencia.