Observamos habitualmente la disfunción y encontronazo entre lo que pensamos, sentimos y hacemos. Para empezar, rara vez coinciden en la misma casa estos tres huéspedes en sana armonía, sino al contrario, y según la intensidad de los deseos, entran en conflicto con mayor o menor intensidad. Conocemos muchos casos en que una persona puede tener en apariencia una forma coherente de ver el mundo y tener un mundo emocional que no se corresponde con su ideología, o unos hechos que la contradicen; o personas que disimulan sus sentimientos por diversas razones y utilizan los razonamientos del cerebro contra las razones de su corazón.
Las consecuencias de este conflicto interno son diversos desequilibrios que pueden conducir fácilmente a enfermedades y cuyos primeros síntomas se manifiestan siempre en el sistema nervioso con alteraciones del sueño, tristeza ,desgana por la actividad, pérdida de apetito, falta de interés por el entorno y sus circunstancias, agitación nerviosa, desconfianza, tendencia a la agresividad, etc. Estos y otros síntomas negativos que manifiestan el conflicto interno en que vive la personalidad disociada sólo pueden remitir si se llega al equilibrio y armonía; si por fín existe la posibilidad de que el pensar, el sentir y el hacer vayan juntos en la dirección correcta, hagan las paces y puedan convivir en la misma casa del alma…. Pero ¿cuál es esa dirección correcta?
Sin duda el primero dispuesto a responder es el EGO mientras este no haya sido domesticado. Enseguida el EGO quiere ir en su propia dirección, en su mío, mí y para mí que siempre se encuentra en los territorios de la materia, el intelecto y los sentidos. De haber causas externas que impidan sus movimientos, el EGO adopta diversas medidas: llamar la atención en su pluralidad de formas, o adoptar conductas reactivas que pueden llegar a ser violentas o no, según el grado de tolerancia a la frustración por parte del poseedor del Ego.
Habitualmente muchas conductas contradictorias entre sí se manifiestan indistintamente en la misma persona; a veces una, a veces otra, dependiendo del momento y el tipo de estímulo que haga saltar la alarma.
¿Cuáles son los estímulos egoicos o egocéntricos? Los seres humanos – dependiendo de nuestra evolución- tenemos un registro más bien pobre en estímulos positivos al contrario de lo extraordinariamente complejas que pueden llegar a ser nuestras reacciones psíquicas y conductas resultantes. Casi todos los estímulos del Ego se centran en el mundo de los deseos, y en particular de los deseos sensoriales. La supervivencia física y la satisfacción de los sentidos ocupa la mayor parte del trabajo diario del Ego, hasta el punto que una gran parte de esfuerzos se realizan con la mirada puesta en las satisfacciones materiales que pueden aportar, y que se convierten , de hecho, en la única motivación laboral y personal para la inmensa mayoría de las personas. Pero no todo son deseos materiales. A medida que estos se van consiguiendo, van apareciendo otros: deseos de autoimportancia, de poder, de ser valorado, aceptado, etc.
Los valores espirituales o éticos aprendidos y aceptados intelectualmente pueden entrar en conflictos diversos con los deseos sentidos del Ego. Por una parte, el imperativo moral, por la otra el deseo.
Con mucha frecuencia nuestro comportamiento no es el mejor que queremos en el fondo para nosotros mismos, y nos vemos envueltos en situaciones y conflictos que para nada hubiéramos querido. Sin embargo, una fuerza superior a la de nuestro buen propósito nos arrastró a lo que ahora vivimos. Es la fuerza de todo lo que no ha sido superado todavía en nosotros y que aún tiene poder para arrastrarnos en su propia dirección. Al hacernos conscientes de este proceso constatamos cuán a menudo se dan en nosotros situaciones esquizofrénicas, actuando a favor o en contra de nuestros ideales espirituales o principios éticos según el momento y empujados por los sentimientos inferiores del ego. Esta lucha sin que existan vencedores del lado altruista puede llegar a producir con el tiempo frustraciones, irritabilidad, mal carácter, y todos esos síntomas de un ego incontrolado suficientemente; de un ego que no ha sido domesticado.
El primer pilar de nuestra vida anímica es la salud de nuestras emociones.
La salud de nuestras emociones depende de nuestros pensamientos.
Del resultado de todo eso depende nuestra salud o enfermedad.
La calidad de nuestros pensamientos la determina su aproximación a lo sagrado, a lo divino, a lo eterno, a la verdad absoluta, no a las verdades humanas. Y la verdad absoluta está contenida desde hace milenios en extracto en los 10 Mandamientos mosaicos y en el Sermón de la Montaña de Jesús el Cristo. Y esto es independiente de que se crea en ello o no, pues las leyes existen de todos modos, y actúan en nosotros. Piénsese en la Ley de causa y efecto, en la Ley de gravedad o cualquier otra conocida y observemos su funcionamiento, ajeno a las opiniones de los hombres que sin embargo nos vemos sujetos a ellas.
Siendo así las cosas parece sencillo pensar que si una persona cualquiera lee los mencionados textos de las leyes espirituales y, convencido de su bondad, intenta vivir según ellos podría encontrar fácilmente la armonía y la salud consiguientes en todos los ámbitos: el espiritual, el emocional, el físico. Y cuando surgen obstáculos todos están dentro de uno mismo. Todos son de cosecha propia: son nuestros defectos y sus consecuencias. Son los triunfos del ego y sus correspondientes programas en nuestra mente y en nuestro subconsciente.
Nos movemos cada uno por la vida en la creencia mágica de conocer los suficiente acerca de quiénes somos, por qué sentimos esto o aquello, por qué pensamos esto y lo otro y por qué razón hacemos lo de más allá…Y muy a nuestro pesar todos tenemos que solventar cada día los conflictos que existen entre nuestro pensar, sentir y actuar, lo cual nos hace suponer que pese a la excelente opinión superficial que tenemos acerca de nosotros mismos, algo no va bien para que tales cosas sucedan.
Un caballo montado por tres jinetes donde cada uno tira de las bridas en una distinta dirección no llegará muy lejos. Descubrir qué es lo que va mal en nosotros, qué es aquello que distorsiona nuestras vidas y nos produce conflictos es algo con lo que mejor antes que después tendremos que enfrentarnos y poner soluciones. De lo contrario seremos los recolectores de nuestra propia mala siembra. De vida en vida, ¿y hasta cuántas veces más?