Lamentable el reciente exorcismo al que ha sido sometido una joven de Burgos poco antes de su intento de suicidio, a raíz de un cuadro de ansiedad y nerviosismo presuntamente provocado por una anorexia, y que los progenitores supuestamente interpretaron como posesión diabólica.
Pero vayamos por partes. ¿Qué se entiende clínicamente por posesión espiritual o demoníaca? La psiquiatría lo define como un trastorno disociativo de la personalidad. Ahora bien, no es lo mismo el trastorno de personalidad múltiple, cuya causa tiene que ver en la mayoría de casos con reiterados abusos físicos o sexuales en la infancia y la incapacidad de asimilarlos conscientemente, que el trastorno de histeria o posesión demoníaca, cuyas causas tienen que ver más con la represión emocional y el sentimiento de abandono en la infancia, potenciado todo ello por un ambiente familiar de fanatismo religioso.
De este último trastorno me gustaría hablar detalladamente, pues no son pocos los prejuicios religiosos y malentendidos que siguen existiendo en torno a este tema.
Dicho trastorno se podría definir, en mi opinión, como una invasión subconsciente del yo infantil (reprimido) activada por la sugestión. Es decir, la represión de nuestros auténticos sentimientos en la infancia por parte –fundamentalmente– de nuestros padres, trae consigo una creciente tensión emocional que puede explotar en forma de violencia, adicciones o enfermedades mentales como la histeria, que a veces origina en los afectados la sensación de rapto o de estar poseídos. Lo cual pone en marcha una jugada verdaderamente genial: excusados de ser las víctimas inocentes de fuerzas primigenias o demoníacas, pueden por fin estas personas dar rienda suelta (consciente o inconscientemente) a todo lo «pecaminoso y maléfico» que había quedado reprimido en el subconsciente, sin ser por ello castigados o juzgados.
Que el llamado ente o fantasma sea una manifestación subconsciente del propio paciente o, como defienden muchos, una manifestación externa y real, un ente desencarnado, no cambia nada ya que el poseído, en este último caso, se sirve –o se deja utilizar– inconscientemente por este «ente» para llevar a cabo sus propósitos vitales: llamar a gritos la atención de quienes no supieron comprenderle o estar a su lado, pero también como mecanismo de evasión ante un pasado traumático que se repite. Por desgracia el ritual de exorcismo llevado a cabo por las religiones, en especial el cristianismo, lejos de liberar o mejorar al poseído sólo consigue recluirlo aún más en su disfunción, ya que la demanda de atención del poseído es generosamente satisfecha por el exorcista de turno, que no dudará en realizar para su cliente-paciente toda suerte de invocaciones y rituales inauditos.
De esta manera ambos ponen en marcha un dantesco espectáculo que sólo sirve a sus intereses particulares: el uno, para sentirse notoriamente atendido y escuchado nada menos que por un portavoz de Dios que tiene el poder de invocar a todas las fuerzas del bien; y el otro, para enaltecer su «divino» ego y confirmar sus creencias o temores infantiles. Un teatro muy entretenido que no soluciona nada. Es lógico que estos exorcismos deban repetirse regularmente, pues lejos de solucionar el problema lo alimenta y cronifica.
También es lógico que el paciente experimente tras cada exorcismo una mejora mental y una renovación del ánimo, fruto de la gran descarga emocional acaecida, similar en algunos aspectos al estado de placidez que obtiene un drogodependiente tras su dosis habitual.
Mientras la víctima no lleve a cabo un proceso de exploración psíquica que le permita sacar a la luz traumas, nudos y recuerdos reprimidos de la infancia –más una posterior confrontación con los causantes de dichos traumas–, seguirá desviando en sí mismo (mediante otros yoes ficticios) el odio y la rabia reprimida.
Si entendemos que la atención que demanda el paciente –el poseído– es la misma que demanda cualquier niño incomprendido, debemos aplicar la primera regla de la pedagogía: atender y compensar un estado de ánimo positivo de la misma manera que desatendemos un estado de ánimo negativo o indeseable, sin jamás combatirlo, castigarlo o censurarlo.
Así pues, lejos de seguirle el juego o combatir sus demonios, sean o no proyecciones subconscientes, deberíamos hacer algo tan simple como desatender sus demandas y no acceder a ninguno de sus desafíos o provocaciones.
El cuidador, por así llamarlo, jamás será un sacerdote o miembro de alguna congregación religiosa, sino un psicoterapeuta secular cuya finalidad no será otra que evitar que el paciente se autolesione, pero siempre con firme y serena disposición, sin caer, como ya he comentado, en provocaciones (puede, si quiere, hacer como que lee un libro o habla por teléfono). Este método es igualmente efectivo para quienes creen en supuestas entidades demoníacas, pues dicho «ente» dejará de manifestarse una vez compruebe que todos sus esfuerzos por llamar la atención no son atendidos. Tengamos en cuenta que un «demonio» es simplemente un individuo emocionalmente infantil que desvía en los demás el odio y la ira que siente hacia sus progenitores o educadores. Lo único que lo diferencia del «poseído» es que éste último desvía su odio y su rabia hacia sí mismo.
En cuanto el paciente recupere el control y alcance un estado de ánimo positivo, será compensado emocionalmente y sus demandas atendidas. Más adelante el terapeuta realizará diferentes tipos de psicoterapias humanistas como la terapia Gestalt o el psicodrama, donde, metafóricamente, el paciente podrá revivir conscientemente sus traumas y dirigir hacia «sus familiares» –personificados por actores– todas las emociones reprimidas sin necesidad de recurrir a subterfugios inconscientes.
Hay que entender muy claramente que todos los traumas reprimidos –no resueltos–, lejos de permanecer inactivos o aletargados en el subconsciente, se repiten obsesivamente en el presente mediante una recapitulación –recreación– indefinida, por lo que es necesario crear una catarsis, una vía de escape que permita al paciente salirse de su obsesión, de su pasado traumático y verse desde otra perspectiva. Despertarlo de su automatismo, por así decirlo.
Una vez pueda sentirse escuchado y tenga la libertad de indignarse por el daño recibido, desaparecerán las llamadas posesiones demoníacas. Una vez pueda conducir adecuadamente su rabia y dirigirla hacia quienes la causaron, se abrirá el camino de la curación, que sólo finalizará tras una confrontación terapéutica con sus verdaderos familiares, sea cara a cara o frente a sus tumbas, si acaso fallecieron.
Es muy importante que el paciente desvíe la mórbida carga de atención de sí mismo hacia los demás, que deje de sentirse permanentemente una víctima y tome consciencia del mundo que le rodea, instándole a colaborar como voluntario en asociaciones humanitarias y a expresar sus emociones reprimidas a través de especialidades como escultura, pintura, danza, música, literatura o teatro, lo cual le aportará nuevas y muy beneficiosas perspectivas de la realidad y un estado psíquico más fluido y liviano (y que sin duda reparará los agujeros energéticos por donde, según afirman algunos, se apoderan ciertas entidades «malignas»).