Se habla de crisis en el periodismo internacional por la reducción de plantillas y la crisis. Pero la crisis radica más en la falta de sensibilidad cultural que se puede desarrollar en la universidad.
Para enterarse de lo que pasa en el mundo ya no basta con ver distintos noticieros en la televisión o alternar los periódicos que se compran en el kiosco. El empobrecimiento y la repetición de la misma información internacional en los distintos medios obedece en parte a la crisis actual, a contenidos informativos determinados cada vez más por lo que vende, al dominio cada vez mayor de la publicidad y de las principales agencias internacionales de noticias.
En la crisis actual, muchos medios en todo el mundo sucumben al pesimismo y a la ley del mínimo esfuerzo al sostener la imposibilidad de hacer buen periodismo internacional por falta de recursos para sostener corresponsalías en el extranjero. Se refugian en el viejo y falaz postulado de que «a la audiencia hay que darle lo que quiere», como si existieran las audiencias y no las personas que ven la televisión, oyen la radio o leen el periódico que les gusta, empezando por donde más les gusta.
En un mundo tan inter-conectado como el nuestro, las personas necesitan cada vez más conocer lo que sucede en otras partes del mundo. En ese esfuerzo, los corresponsales se convierten en «intermediarios entre otras realidades y las personas» que leen el periódico o ven la televisión, una de sus tareas más importantes como señala la periodista española Rosa María Calaf. El diálogo entre los pueblos, la ruptura de estereotipos y tabúes respecto de otras culturas dependen, en gran medida, de la labor de los reporteros y de los periodistas internacionales.
La falta de sensibilidad cultural encuentra sus raíces en la formación y en la educación. Por eso, los profesionales de la comunicación tienen ante sí el desafío de frenar la deriva de la información internacional hacia un periodismo de segunda categoría. Muchos periodistas empiezan a deslizarse por tópicos y «lugares comunes», por noticias que se repiten año tras año, por la puesta en espectáculo de la tragedia. El periodista deja de estar donde está la noticia, sino que la noticia está en donde está el «informador».
Aquí entra a colación la impronta que dejan los años de formación y el valor que ésta tiene en los futuros profesionales de la comunicación. Al rememorar sus años de la facultad de ciencias de la información, un periodista español bromeaba sobre la cantidad de veces que leyó a Max Weber en distintas asignaturas que repetían teorías y contenidos en cinco años de carrera. «Al final, acabé harto de un sociólogo tan importante», decía.
Se trata menos de enseñar de manera exhaustiva los métodos técnicos de un periodismo del pasado o de repetir las infinitas teorías de la información que de contar con criterios. Es decir, con buenas bibliografías multi-disciplinares, con talleres y clases donde puedan escribir y debatir, con conocimientos sólidos de historia, de geografía, de literatura, de filosofía y de cultura general, pero también quizá en materias de ciencias y de matemáticas, como lo tiene previsto el sistema universitario norteamericano. Estas disciplinas están en la base de la observación, del razonamiento, la mesura, la responsabilidad, la prudencia y la sensibilidad cultural que deben tener los periodistas internacionales.
En Estados Unidos, los estudiantes de periodismo necesitan superar al menos una asignatura de matemáticas, de ciencias, de literatura y de otras humanidades, entre las que pueden escoger sociología, psicología o filosofía. En muchas universidades es obligatoria, además, una asignatura anual donde se estudia la historia del Islam, de China, la historia de Grecia antigua y otros temas de geografía y cultura. También se promueven los intercambios universitarios internacionales como se hace en Europa con el programa Erasmus para sembrar las primeras semillas de sensibilidad hacia otras culturas.
El periodista británico Timothy Garton Ash discrepaba en un artículo con la postura de un político chino, según la cual los periodistas debían promover el consenso, la confianza, la cooperación y el respeto.
«No. Á‰sa es quizá la tarea de los embajadores. Pero no de los periodistas y, sobre todo, no de los reporteros. Su trabajo es informar veraz, imparcial y gráficamente sobre lo que ven, oyen, huelen y leen». Una formación más integral ayudará a que los periodistas nos pleguemos a esa función, por el bien de este mundo interrelacionado.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista