La noble profesión
El diario Le Monde, ha recuperado un texto de Albert Camus censurado a comienzos de la Guerra mundial, en 1939. Sus reflexiones permanecen vivas al cabo de más de medio siglo:
Es difícil evocar hoy la libertad de prensa sin ser tachado de extravagante. Sin embargo, esta libertad es solo una cara entre otras de la libertad en sentido estricto y se comprenderá nuestra obstinación en defenderla si se admite que no hay otra forma de ganar realmente la guerra.
Uno de los buenos preceptos de una filosofía digna de ese nombre es el de jamás caer en lamentaciones inútiles ante un estado de cosas que no puede ser evitado. La cuestión no es hoy saber cómo preservar la libertad de prensa sino la de buscar cómo, ante la supresión de esas libertades, un periodista puede seguir siendo libre. El problema no concierne a la colectividad. Concierne al individuo.
Estos son los medios a través de los cuales, en el seno mismo de la guerra y de sus servidumbres, la libertad puede ser, no solo preservada, sino también manifestada. Estos medios son cuatro: la lucidez, el rechazo, la ironía, la obstinación.
La lucidez supone la resistencia a las invitaciones al odio y al culto de la fatalidad. En el mundo de nuestra experiencia, todo puede ser evitado. La guerra misma, que es un fenómeno humano, puede ser en todo momento evitado o detenido por medios humanos. Es suficiente con conocer la historia de los últimos años de la política europea para estar seguros que la guerra tiene causas evidentes.
Esta visión clara de las cosas excluye el odio ciego y la desesperanza que deja hacer. Un periodista libre, en 1939, no se desespera y lucha por lo que cree verdadero como si su acción pudiera influir en el curso de los acontecimientos. No publica nada que pueda excitar el odio o provocar la desesperanza. Todo eso está en su poder.
Frente a la marea creciente de imbecilidad, es necesario oponer algunos rechazos. Todos los condicionamientos del mundo no harán que un espíritu limpio acepte ser deshonesto. Ahora bien, es fácil asegurarse la autenticidad de una noticia. Es a lo que el periodista libre debe dedicar toda su atención. Si no puede decir todo lo que piensa, puede no decir lo que no piensa o lo que cree falso. Así, un diario libre se mide tanto por lo que dice como por lo que no dice. Esta libertad negativa es la mas importante de todas, si se la sabe mantener. Dado que prepara el advenimiento de la verdadera libertad. En consecuencia, un diario independiente ofrece el origen de sus informaciones, ayuda al público a evaluarlas, repudia el abarrotamiento de los cerebros, suprime las invectivas, mitiga mediante comentarios la uniformización de las informaciones, sirve a la verdad en la medida humana de sus fuerzas. Esta medida le permite rechazar lo que ninguna fuerza en el mundo podría hacérselo aceptar: servir a la mentira.
La ironía. Un espíritu que tiene el gusto y los medios de imponer la coacción es impermeable a la ironía. No vemos a Hitler utilizar la ironía socrática. Lo que implica que la ironía se vuelve un arma sin precedentes contra los demasiado poderosos, en el sentido que permite, no solo rechazar lo que es falso, sino decir lo que es la verdad. Un verdadero periodista libre, en 1939, no se hace ilusiones sobre la inteligencia de aquellos que lo oprimen. Es pesimista respecto del hombre. Una verdad enunciada con un tono dogmático es censurada nueve veces sobre diez. La misma verdad dicha agradablemente no lo es más que cinco veces sobre diez. Esta disposición describe las posibilidades de la inteligencia humana. Un periodista, en nuestro tiempo, tiene que ser irónico, aunque sea con riesgo. Pero la verdad y la libertad son poco exigentes dado que tienen pocos amantes.
Esta actitud del espíritu no podría sostenerse sin un mínimo de obstinación. Hay suficientes obstáculos a la libertad de expresión. No son los mas severos los que pueden desalentar un espíritu. Las amenazas, las suspensiones, las persecuciones producen generalmente el efecto contrario a lo que se proponen. Cierto que hay obstáculos desalentadores: la constancia en la tontería, la apatía organizada, la inteligencia agresiva. Pero la obstinación es una virtud cardinal. Paradójicamente se pone al servicio de la objetividad y de la tolerancia.
Á‰stas son un conjunto de reglas para preservar la libertad hasta el seno de la servidumbre. Si cada ciudadano quisiera mantener en su esfera todo lo que cree verdadero y justo, si quisiera ayudar desde su condición débil a mantener la libertad, resistir el abandono y dar a conocer su voluntad, entonces esta guerra estará ganada, en el sentido profundo del término.
¿Qué puede encontrarse de agradable en este mundo incendiado? Pero la virtud del hombre consiste en mantenerse enfrente de lo que lo niega. Nadie quiere recomenzar dentro de veinticinco años la doble experiencia 1914 y 1939. Entonces hay que ensayar un método nuevo que es la justicia y la generosidad. Pero éstas solo se expresan en los corazones libres y en los espíritus todavía clarividentes. Formar estos corazones y estos espíritus, despertarlos antes, es la verdadera tarea a la vez modesta y ambiciosa que le toca al hombre independiente. Hay que hacerlo sin pensar más allá. La historia tendrá o no en cuenta esos esfuerzos. Pero habrán sido hechos”.
Por la transcripción, José Carlos García Fajardo
(Versión original en Le Monde, 18 de marzo de 2012 bajo el título “Le manifeste censuré de Camus”. )