Decía la periodista Rosa María Calaf que sólo en China existían las ruedas de prensa de políticos en las que no se pueden hacer preguntas. Pero la imagen que ha circulado de una pantalla de plasma con la cara de un presidente recuerda a la película V de Vendetta o a 1984, de George Orwell. Frente a esa pantalla, decenas de periodistas redactaban una “crónica” que podrían haber hecho desde su oficina, desde su casa o desde un bar con el apoyo de una nota de prensa recibida por email, sin necesidad de desplazarse y perder tiempo en un contexto de reducción de plantillas por la crisis. Obedecen las órdenes de sus directores, que insisten en “ser los primeros” en sacar la propaganda política disfrazada de información para no perder negocio.
En lugar de darles plantón con campañas como “sin preguntas no hay cobertura”, que nacen en las redes sociales, algunos jefes mandan a sus precarios, como hoy se conoce a los becarios, “por si dicen algo interesante”. La periodista Rosa María Artal sostiene que, hace unos años, los políticos se desgañitaban para colar sus declaraciones en la televisión, en la radio o en la prensa. Los propios medios han convertido esas declaraciones en noticia cuando ni siquiera cumplen con las reglas elementales del periodismo: impacto, importancia, proximidad, interés y actualidad.
En unas jornadas de la European Anti Poverty Network en la Asociación de la Prensa de Madrid, periodistas y comunicadores sociales debatían las dificultades a las que se enfrentan los periodistas para asumir su papel de construir ciudadanía. Una profesional recordaba las dificultades para dejar plantados a personajes con poder mediático. Citaba el caso de José Mourinho, ex entrenador del Real Madrid. Varios periodistas habían acordado no asistir a su rueda de prensa por los constantes ataques que dirigía contra varios compañeros de profesión. Un medio rompió el pacto y se quedó con la exclusiva. La moda del periodismo declarativo se ha extendido más allá de la política.
Con ciertos formatos, algunos medios también han hecho de la política un reality show. Los cruces de acusaciones entre políticos y tertulianos que se arrebatan a gritos la palabra han saltado del plató al congreso.
Cansados de esos espectáculos por parte de supuestos “servidores públicos” que compaginan sus sueldos con otras actividades “privadas”, que cuentan con coches oficiales y todo tipo de privilegios, muchos ciudadanos se evaden con programas de telebasura o con el fútbol. Cuando no es la Liga es la Copa, la Libertadores, la Champions, el europeo sub 21, el mundial sub 20 y ahora también la Copa Confederaciones. Si no, para eso está la cada vez más extensa sección del tiempo que nos dice que hace calor en verano, que llueve en otoño y que hace frío en invierno. Están también las noticias bizarras, las inundaciones, los descarrilamientos de trenes y accidentes a miles de kilómetros y que, sin un contexto adecuado, no son noticia. Pero entretienen y mantienen los niveles de audiencia que exigen muchos directivos. La entrada en bolsa de los medios de comunicación ha marcado un antes y un después en los contenidos.
De nada sirve tener decenas de canales de televisión si cuentan lo mismo o si todos se dedican al entretenimiento. Es lícito ofrecer este tipo de programas, pero no tanto cuando se confunde información con entretenimiento. Aunque se trate de medios privados, los gobiernos les conceden las licencias para emitir con el dinero de los ciudadanos, lo que implica una responsabilidad pública y social. Así como no vale adulterar bebidas para aumentar ganancias, tampoco debería valer transgredir la decencia ni la ética con tal de incrementar las audiencias.
Los encuentros entre periodistas para debatir estas cuestiones permiten conocer nuevos medios y aportar propuestas. En España surgieron Infolibre o eldiario.es, con la credibilidad que les da su independencia ante sus socios que aportan una cuota baja. Puede que algunos medios “tradicionales” estén condenados a la extinción por el modelo mercantilista que han seguido, pero no por eso dejará de existir el buen periodismo, garantizado por profesionales formados y con un sentido de la ética.