Cuando tanta gente que va por la vida de formal te dice las mismas cosas de diferentes maneras, acaba uno por echar mano a su proverbial desconfianza, por otro lado atávica, que permite adivinar en un suspiro que están ocultando algo. No hay que tener demasiado olfato para descubrirlo; con saberse la tabla de restar es suficiente para que te den el título de técnico en suspicacias.
Para contrarrestar esa corriente de palabras, circulan por la Red miles de mensajes que cuentan de sueldos, despilfarros, desfalcos, suntuosidades, corrupciones, corruptelas, amiguismos, chanchullos, picardía barriobajera; vamos, lo de siempre. Pero ya escribí al respecto, manteniendo mi prudencia sobre su origen.
Dice el perro acerca de su amo que le será fiel mientras le deje ser un perro; en otras palabras, nosotros, los ciudadanos, queremos que simplemente nos dejen llevar nuestra vida. Desastrosa, brillante, espléndida, miserable, pero, nuestra, con todas las limitaciones y penurias que nos toquen. Una forma de vida como la que los mismos que ahora nos la quitan, nos metieron por los ojos. En el momento que tantas palabras enmascaran lo que no se dice, la perplejidad es capaz de hacer olvidar la fidelidad. La fidelidad hacia los que nos gobiernan es cosa asumida en otros países; en el nuestro esta práctica se cumple mal, a regañadientes por aquello de que gato escaldado del agua huye. Cuando hemos tenido bastón de mando y cuando no, la ciudadanía ha mirado con recelo a los de arriba pero ha obedecido maldiciendo por lo bajo. Con todo lo que nuestra historia nos ha deparado, somos, probablemente, el pueblo más sufrido que existe bajo la capa del cielo.
Seguimos siendo tan sufridos que cuando escuchamos que las reformas, recortes, ajustes, sacrificios, etc., son necesarios, nos lo creemos; pero para llevar la contraria nos ponemos a pensar en otras cosas, como por ejemplo desnudar al cuerpo del Estado del traje italiano, que tan ostentosamente luce en estos tiempos, para vestirlo con un casual de ir tirando. A eso se le llama ponerse a tono.
Mientras esa cuestión de Perogrullo no se resuelva, cuando alguien nos diga que la culpa es nuestra por no llevar cinturón que apretarse, nos quedará siempre el recurso de mirar para otro lado, que como es sabido es el menos malo de los pecados capitales.
La perplejidad es una actitud inducida. Simplemente, nos quedamos perplejos cuando no podemos dar crédito a nuestros sentidos. No exige práctica ni aprendizajes. Lo que se llama vulgarmente ponerse cara de tonto es una reacción espontánea. -Quiero confesarles que me he descubierto algún gesto en el espejo a la vez que últimamente me parece ver por la calle a demasiada gente con la boca abierta (que es otra expresión de este fenómeno bioquímico)- Entonces, (y un aluvión de figuraciones cobran vida de repente) lo están consiguiendo. Ya no sirve la técnica del gota a gota; ahora, si no quieres taza, toma taza y media.
Vamos a ver si estamos a lo que estamos. Sabemos mejor que ustedes lo mal que está la cosa simplemente porque nos toca en la carne. De manera que, encima, no nos quieran hacer pagar a nosotros la cuenta de la juerga, porque, ni estábamos invitados ni se tenía intención.
Cuando metan mano a esta fruslería ya verán que calladicos nos quedamos.